12 MAY. 2024 LITERATURA El monstruo cotidiano Kepa Arbizu Del mismo modo que toda persona dotada de aptitudes creativas busca expresarse sin cortapisas y desoyendo cualquier encorsetamiento estilístico, siempre existe un formato idóneo donde percibe dichas cualidades más resguardadas. En el caso de la autora argentina, tras su paso por la novela larga con la mastodóntica y premiada “Nuestra parte de noche”, su regreso al relato corto con “Un lugar soleado para gente sombría” ratifica que dicho ecosistema resulta especialmente propicio para propagar con mayor densidad sus innumerables talentos. Poseedora de una capacidad innata para formular ambientaciones perturbadoras por las que aletean desde el realismo mágico al terror gótico pasando por la cultura popular, su nueva colección de cuentos exhibe esa escritura característica que, alejada de ensimismamientos o academicismos, concede al habla cotidiana un absorbente atractivo de rotundidad simbólica. Arquitectura narrativa al servicio de historias truculentas enclavadas en paisajes rutinarios y contemporáneos donde sus fantasmagóricas apariciones generan estremecimiento en virtud de su capacidad para desenmascarar la realidad más que por su pertenencia al inframundo. Colocando a la figura femenina y al paso del tiempo como hilos conductores de buena parte de estas páginas, las ubicaciones donde se desarrollan se ven consumidas igualmente por la crisis económica o por el virus turístico. Degradación que tomará una manifestación más íntima en la percepción del deterioro corporal femenino, sometido a medidas drásticas como el injerto de tumores en su morfología -representación digna del más escabroso Cronenberg- o la satisfacción de los impulsos sexuales a través de seres de naturaleza indómita. Una crueldad autoinfligida a modo de sublimación de las imposiciones estéticas que desnudan el carácter liberticida y opresor de todo un imaginario social. El variado y sobrecogedor catálogo de apariciones endemoniadas que alteran la estabilidad de quienes reciben su visita alcanza su más estremecedora condición en cuanto que son la invocación de cruentos comportamientos, llámense violencia sexual, tortura o el fascismo devenido del miedo al diferente. El verbo de Mariana Enríquez es incómodo, escuece y sobre todo se retuerce para obligarnos a poner nombre a todos aquellos fantasmas que hemos aprendido a amordazar con el único fin de mantener a salvo nuestra conciencia. Las fantasmagóricas apariciones que recorren el libro generan estremecimiento en virtud de su capacidad para desenmascarar la realidad más que por su pertenencia al inframundo.