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MIRADA EN FEMENINO SOBRE LA DISTOPÍA ORWELLIANA «1984»
Entrevista
Sandra Newman
Escritora

«Hemos llegado a un punto donde ya no cabe preguntarse si alguien nos está observando o escuchando»

Lo que en principio podría parecer una temeridad -llevar a cabo una relectura de un clásico como «1984», la célebre novela de George Orwell-, ha deparado uno de los libros mejor valorados del último año, «Julia». Sandra Newman es la responsable de este fenómeno editorial donde se ofrece una mirada en femenino sobre la historia del «Gran Hermano».

(J.Danae FOKU)

La literatura representaba, hasta hace poco, el último reducto de autenticidad en el mundo de las industrias culturales. En el cine, por ejemplo, las miradas singulares hace tiempo que cotizan a la baja y ya nadie parece empeñado en reivindicar a los directores como “auteurs”. Una tendencia que parece haber llegado también al ámbito novelístico. Solo así se explica que alguien osara imaginar la posibilidad de acometer una relectura de “1984”, el clásico de George Orwell, la madre de todas las distopías y una de las novelas más influyentes del siglo XX. Lo curioso es que quienes tuvieron la idea fueron los herederos del autor británico.

La escritora estadounidense Sandra Newman (Boston, 1965) fue la elegida para llevar a cabo una empresa que, de inicio, podría parecernos suicida. Escritora de cierto prestigio familiarizada con el género de la distopía (su anterior novela, “Un mundo sin hombres” es un buen ejemplo en este sentido), Newman aceptó el envite en el deseo de mantener un diálogo con la novela original y de ofrecer un punto de vista femenino sobre la historia. El resultado final es “Julia”, una obra que no se limita a volver sobre el universo de “1984”, sino que tiene entidad propia. Son varios los medios anglosajones que situaron “Julia” en la lista de los mejores libros de 2023. “L.A. Times” llegó a afirmar que la novela de Newman es «una muestra perfecta de arte derivado».

Creo que fueron los albaceas de George Orwell los que se pusieron en contacto con usted para hacer esta relectura de «1984». ¿Cómo fue el proceso? Todo arrancó con una llamada de mi agente comentándome justamente eso, que los herederos de Orwell le habían pedido que se pusiera en contacto conmigo para saber si me interesaba hacer una reescritura de “1984” desde la perspectiva del personaje de Julia. Aunque me pilló por sorpresa la propuesta, acepté encantada. Lo siguiente que hice fue releer la novela original de Orwell para saber cómo podía hacer frente a semejante reto. Y he de decir que ya desde la lectura del primer capítulo tuve muy claro cuál debía ser el enfoque. Hice una reescritura de ese primer capítulo y se lo mandé a los albaceas de Orwell, quienes, tras leérselo, me animaron a seguir en esa línea. Aunque la idea de esta novela partió de ellos, en ningún momento han fiscalizado mi trabajo. Ellos confiaron en mí desde el primer momento y me dejaron bastante libertad.

Pero al margen de esa lógica alegría que supone el haber sido elegida para una empresa como esa, ¿no le dio un cierto vértigo la propuesta? Más que miedo ante lo que suponía un reto así, lo que sentí fue una tremenda responsabilidad. Al mismo tiempo, pensé que, probablemente, las críticas más feroces hacia esta relectura de “1984” vendrían desde los sectores más reaccionarios, así que, como mujer de izquierdas que soy, asumí este desafío como mi personal contribución a la lucha contra esa línea de pensamiento conservador que, cada vez, está más presente en nuestras sociedades. Puede que íntimamente sea una persona retraída, pero como escritora disfruto asumiendo riesgos y esta novela entrañaba muchos desafíos. Aunque cuando se anunció el proyecto generó mucha controversia y bastante oposición, una vez escrito, el libro ha tenido muy buena acogida. Eso me lleva a pensar que ha valido la pena asumir esos riesgos.

¿En qué medida cree que la repercusión de su anterior novela, «Un mundo sin hombres», fue decisiva para que pensasen en usted de cara a asumir esta relectura de «1984»? Sí, sin duda, yo creo que el éxito que alcanzó “Un mundo sin hombres” fue lo que provocó que pensaran en mí para escribir “Julia”. Pero antes de “Un mundo sin hombre” yo ya había escrito algunos libros de corte apocalíptico, por así decirlo. Es un género al que soy muy aficionada como lectora y que me gusta cultivar como escritora.

Entonces, ¿se siente cómoda en el ámbito de las distopías? Sí, pero, a la vez, tiendo a preguntarme hasta qué punto se trata de un tipo de literatura beneficiosa para nuestra sociedad. Sé que puede parecer una incongruencia que me plantee esto, pero me parece pertinente cuestionar la prevalencia de las distopías en nuestros días.

Hay quien dice que la literatura de ciencia ficción, y en general las distopías, elucubran sobre un futuro indeseable para hablar de nuestro presente. ¿Está de acuerdo? Sí, y de hecho creo que las distopías son un género tremendamente político y que hay muchos escritores a los que les gustaría escribir sobre política y que eso les conduce al ámbito de la ciencia ficción sin ser, necesariamente, escritores especializados en este campo. Cuando decía que no sé hasta qué punto se trata de un tipo de literatura beneficiosa me refiero, sobre todo, a que son historias con un punto de negatividad muy acusado. Y eso me preocupa. Está bien que abordemos los peligros de un futuro hipotético, pero también deberíamos reflexionar sobre las posibilidades que ese futuro nos brinda. En este sentido, creo que deberíamos incidir en la necesidad de escribir utopías en aras de arrojar algo de luz sobre nuestro futuro, pero también sobre nuestro presente.

Y, sin embargo, usted en esta novela está hablando de un tiempo pasado, de hecho ha mantenido la ambientación en 1984, ¿por qué? ¿No barajó la posibilidad de ambientar esta historia en una fecha futura, por ejemplo, en 2084? No, porque no me planteé en ningún momento acometer una actualización de la novela original, por así decirlo. Cuando asumí el proyecto quise que mi novela fuera una suerte de diálogo tanto con la obra de George Orwell como con las lecturas que dicha obra ha venido generando, y para establecer ese diálogo me pareció importante ambientar mi novela en la misma época en la que Orwell ubicó su historia. Eso, claro está, me llevó a plantearme hasta qué punto debería mantenerme apegada a ese mundo. Y resolví que, si mantenía un apego estrecho a la trama original de “1984”, eso me permitía no solo abordar los mismos temas que abordó él en su novela, sino traer esos temas al presente, que es un poco el espíritu con el que nació este proyecto.

Pero «1984» fue escrita por Orwell con una evidente voluntad de denuncia acerca de cómo la utopía socialista fue instrumentalizada por el stalinismo para construir un Estado totalitario. ¿No se le hizo raro mantener ese enfoque hoy cuando esa utopía ya ha sido desmontada? Aunque la novela original pudiera tener ese elemento coyuntural, yo creo que Orwell construyó una ficción de alcance universal que, como tal, resulta también atemporal. De hecho, creo que hoy en día tenemos una necesidad aún mayor de asumir los peligros del totalitarismo de la que existía en 1948, que fue cuando Orwell escribió su novela. En este sentido, creo que hay que valorar el alcance alegórico de “1984” más allá de su voluntad de denuncia sobre una realidad concreta. La manera en la que él evoca las derivas del stalinismo sirven para explicar cualquier tipo de totalitarismo, más allá de la ideología que lo sostiene.

A la hora de traer esos temas de la novela original a nuestro presente, ¿piensa que los modernos estados capitalistas han asumido esa herencia de los totalitarismos en lo referente al control del individuo y a la creación de corrientes de pensamiento dominantes? Yo creo que Orwell hizo una serie de predicciones bastante exactas, sobre todo respecto al estado de alienación que producen las telepantallas. Hoy en día hemos desarrollado televisores que pueden escucharnos, y no solo eso, sino que las calles están llenas de cámaras de vigilancia y de anuncios que nos advierten de que estamos siendo grabados. Tenemos conocimiento de todo ello y, sin embargo, creo que no tenemos una conciencia plena de hasta qué punto todos estos elementos están alterando nuestra conducta. Llámame paranoica si quieres pero, en ocasiones, estando en casa hablando con mi marido me he cuidado de expresar en voz alta determinados pensamientos en la sospecha de que podían estar escuchándonos. Y creo que eso es algo que tiene que ver con las redes sociales, con ese empeño por generar una satisfacción de usuario a partir del fácil acceso que tienen a todo aquello que decimos o expresamos en un determinado momento. Hemos llegado a un punto donde ya no cabe preguntarse si alguien nos está observando o escuchando porque tenemos la certeza de que eso sucede, el tema es cuestionarnos sobre lo que eso implica, sobre si no estaremos ya inmersos en una nueva forma de totalitarismo.

De hecho parece como si hubiéramos normalizado todo eso que comenta, hasta el punto de frivolizar un concepto como el de «Gran Hermano» que, de ser un elemento inquietante, ha pasado a ser celebrado como paradigma de los reality shows. De hecho, cuando leí por primera vez “1984”, en aquella época lo que podía llegar a generarnos más inquietud era la idea de estar permanentemente vigilados y, sin embargo, ha sido justamente eso lo primero que hemos normalizado. Hasta el punto de que si osas expresar cualquier tipo de preocupación hacia esa pérdida progresiva de intimidad, te miran como si fueses una excéntrica y acabas por ser objeto de todo tipo de burlas. Me parece paradójico que aquello que hace unos años constituía nuestra peor pesadilla, hoy sea algo a lo que nos hemos acostumbrado de manera relativamente sencilla. Hay mucha gente que cede voluntariamente su derecho a ser monitorizado por las grandes compañías con el objetivo de obtener una mejor calidad de servicio. Ya ni siquiera nos planteamos el derecho de saber cuándo se nos vigila y eso me parece tremendamente preocupante. Pero eso ya lo planteó Orwell en su novela; el elemento más aterrador de “1984” apunta a la facilidad con la que podemos cambiar nuestros estándares y a cómo nos resignamos frente a cosas que antes nos parecían terribles, hasta el punto de llegar a marginar socialmente a aquellos que se resisten a esos cambios, convirtiéndolos en unos apestados.

¿En qué medida ese modelo totalitario que usted refleja en la novela resulta una exacerbación de la cultura patriarcal? Cada vez que hablamos de poder, inevitablemente, hablamos de género. Cada vez que pretendemos mostrar la vulnerabilidad de una persona utilizamos un lenguaje feminizado mientras que, por el contrario, si lo que queremos es conferir a alguien un estatus de poder, usamos expresiones que nos remiten a la idea de masculinidad. Eso, qué duda cabe, es el reflejo de unas estructuras patriarcales que son de las que hablo en la novela. ¿Podríamos concebir un totalitarismo no patriarcal? Pues no lo sé, pero me cuesta mucho imaginarlo teniendo en cuenta, además, el perfil de esos nuevos líderes totalitarios que tenemos hoy en día, todos y cada uno de los cuáles, perciben las relaciones de género con enorme preocupación: no quieren concebir la existencia de más de dos géneros, ni que este tipo de relaciones estén sujetas a cambios. Eso que ellos mismos han denominado “ideología de género” es, a decir de muchos de estos líderes, el principal peligro que se cierne sobre nuestras sociedades.

¿Y cómo encaja una mujer en ese modelo totalitario? ¿Qué cree que aporta la mirada de un personaje femenino como Julia a esa relectura de «1984»? De entrada, creo que hay un interés inherente en el hecho de contar cómo son las experiencias de las mujeres en este tipo de sociedades totalitarias, incluso ahondando en algunos temas que Orwell ya apuntaba en su novela pero que apenas desarrollaba, como puede ser todo lo concerniente a la política reproductiva. La diferencia entre contar esta historia desde el punto de vista de Winston, como hizo Orwell, o desde el punto de vista de Julia, como hago yo, no tiene tanto que ver con el género de ambos, sino con sus respectivas personalidades. Son dos personas muy distintas. Winston es alguien que se siente ajeno a ese régimen totalitario, mientras que Julia es alguien que ha nacido en él, que no conoce otro tipo de sistema político. Su motivación vital está en sobrevivir dentro de esas estructuras y eso la lleva a recorrer un camino que va desde la idealización del Gran Hermano hasta rechazar todo lo que éste representa.

¿Hasta qué punto ese camino que recorre Julia representa el modo de rebelarse contra el poder de las nuevas generaciones? Se lo pregunto porque me parece que es justamente ahí donde mejor puede verse ese empeño por traer al presente los elementos de la novela original. Tanto en el libro de George Orwell como en el mío, efectivamente, Julia encarna los valores de una nueva generación, una generación que ha crecido bajo un sistema totalitario y que ni siquiera concibe la posibilidad de ejercer una oposición al mismo. Desde este punto de vista, se trata de una generación que se confronta con la realidad imbuida de cinismo, dado que son víctimas de una propaganda que les lleva a repetir consignas sin cuestionar siquiera lo que estas significan. Lo único que hacen es reproducir unos lemas y, en la medida en que los reproducen, se van burlando de ellos. No creen en lo que el sistema representa pero tampoco se plantean la idea de enfrentarse a él mediante una revolución o algo parecido. Todo eso provoca que la esperanza para que haya un cambio sea muy poca. Puede que esa actitud refleje, en cierto modo, la experiencia de los jóvenes de hoy, su desencanto, su desafección hacia la política.

En el cine, y no digamos ya en el teatro, es bastante habitual realizar nuevas versiones de una obra canónica. Sin embargo, el mundo literario siempre se había mostrado reacio a validar tentativas de relectura como la que usted ha llevado a cabo con esta novela. ¿Cree que las cosas han cambiado? ¿Hasta qué punto piensa que la literatura ha perdido ese carácter sagrado que tenía hasta no hace mucho? Yo creo que ese carácter sagrado es relativamente reciente porque la literatura, a lo largo de los siglos, se ha desarrollado sobre versiones de historias anteriores. Si nos paramos a pensar, “La Odisea” de Homero es una relectura de una historia mucho más antigua. Lo que hacemos al realizar versiones de obras anteriores es ir refinando esa propuesta, dialogar con ella, adaptarla a una nueva sensibilidad y ofrecérsela a un nuevo público. Eso siempre fue así hasta que en el siglo XIX los lectores comenzaron a demandar historias originales y, sobre todo, actuales. Pero hasta ese momento, la literatura de ficción se nutría de versionar lo que otros habían escrito antes. Hoy en día, el auge de las series y la necesidad de confrontarnos con contenidos realizados en el momento actual han propiciado que la literatura recupere aquella vieja tendencia a reversionar los clásicos.