Iñaki Zaratiegi
Entrevista
NATALIA HUARTE
ACTRIZ

«Es bonito hacer ficción, pero el teatro necesita atreverse a mirar la oscuridad que llevamos dentro»

Premio Max a Mejor Actriz de este año por el crudo monólogo «Psicosis 4.48», la navarra Natalia Huarte acumula a sus 35 años una sólida trayectoria. Estuvo en el pasado Zinemaldia como parte del reparto de la serie «Querer», de Alauda Ruiz de Azúa, y tiene en activo otras series y audiovisuales. Radicada en Madrid desde sus inicios, siente con fuerza sus raíces soñando con realizar una obra en las ruinas romanas de Eslaba y aprender euskera.

(Jon Urbe FOKU)

Exhala vitalidad y sentimiento desde sus enormes ojos y es pura simpatía y naturalidad. No sorprende que se dedique desde adolescente a teatralizar historias. En una Donostia remojada por los tradicionales chubascos que acompañan a cada edición de Zinemaldia, Natalia Huarte Sota (Iruñea, 1989) organiza con su representante la agenda del día. En un momento de tregua meteorológica descubre encantada rincones de Alde Zaharra que le propone el fotógrafo y comparte después una entrevista sinceramente viva.

Ha venido al Festival con la troupe de la serie “Querer” y, además de ese nuevo título, tiene otras series en activo. Este octubre se estrena “Ena”, sobre Alfonso XIII y Victoria Eugenia, dirigida por Anaïs Pareto y Estel Díaz, y ha rodado “Legado”, de Carlos Montero. Participará también en la próxima película “Temo a todo lo que no sé”. Un asalto a lo audiovisual en toda regla de aquella chavala de bachiller que con diecisiete años probó la miel actoral en el Taller del Instituto Navarro Villoslada de Iruñea.

Se atrevió a dar el salto al aprendizaje teatral más serio en Madrid y Nueva York, se profesionalizó en el ambiente clásico, evolucionó hacia lo contemporáneo y deslumbró por su desnudez en el monólogo “Psicosis 4.48”, premiado este año con el valioso Max a la Mejor Actriz.

Monólogo con premio, series, película… vaya año redondo. Redondo es la palabra, sí, un año total. Mi experiencia ha sido sobre todo en el teatro y tenía un fuerte deseo de entenderme y conocerme con la cámara. Y, de repente, está pasando. Además, en julio me cayó el Max, como un regalo de verano, así que me fui de vacaciones bastante contenta.

¿Vacaciones? En esa profesión y con ese ritmo laboral, no habrá tenido muchas. Desde luego. Me cogí todo agosto y es verdad que igual llevaba toda mi vida sin unas vacaciones así, de verdad, largas.

¿Cumplió caprichos viajeros o se quedó en Madrid a ventilador puesto? Pues he estado nada menos que en Galicia, Tarragona, Córdoba, Pamplona… Iba con amigos, surgían los planes, cogíamos el coche y adelante. Siempre con mi perra.

¿Cómo se llama? ¿Qué raza es? Es una golden, la adoptamos y, como en un año hice cuatro personajes distintos que se llamaban todos Martina, le tocó ser Martina.

¿Cómo surgió aquel impulso actoral, aún en el instituto? No parece que en la familia hubiera habido nada relacionado con lo teatral. Nada, pero ni con lo musical o el arte en general. Terminé cuarto de la ESO en el colegio Santa Luisa de Marillac de Barañain y con 17 años pensé que tenía que hacer bachiller en un instituto público. Y no sé bien por qué, me dije: ‘Al Navarro Villoslada, porque además hay teatro’. Y ese año el director del taller, Ignacio Aranguren, quería montar “La posadera”, de Carlo Goldoni. Me presenté al casting y me dieron el papel protagonista de Mirandolina. Hicimos ensayos duros y más de treinta funciones, fuimos finalistas de los Premios Buero y yo gané la mención especial como Mejor Actriz Autonómica. Ahí descubrí mi camino y le dije a mi padre: «no voy a estudiar una carrera, quiero ir a la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid». Me contestó: «no tienes plan B, vete a Madrid, si no entras a la primera en la RESAD, ya lo intentarás de nuevo con todas tus fuerzas». Y entré con una beca.

Una reacción paterna poco habitual. Increíble, suele ser lo contrario. Me preguntó por qué me quería dedicar a eso y se lo debí explicar muy bien porque le convencí y ese fue un gran apoyo que me dio fuerza para atreverme a meterme en aquella escuela sin tener casi ni idea del género. Era una gran inculta a nivel teatral, no conocía actores, ni siquiera los teatros de Madrid, no tenía referencias.

¿Hacia los veinte años, no es una edad muy temprana para la exigencia de aprender teatro con textos en verso antiguo? Sí, era muy joven. Entré en la Compañía Nacional de Teatro Clásico con veintidós años y era la más joven de la promoción. Me daría mucha vergüenza escucharme ahora. Además, te ponían esos corsés tan apretados que no respiras y pedía que me lo aflojaran. Fui un poco kamikaze, pero puede que no tener referencias teatrales fuera bueno porque era atrevida, tenía menos presión y me lanzaba. Me digo muchas veces que es algo que me gustaría recuperar.

Parece que siguió literalmente el consejo paterno de intentarlo con todas las fuerzas y el segundo salto fue oceánico: a Nueva York. Ahí lo tenía más claro porque, cuando terminé la RESAD, cuatro años muy intensos, tuve la presión de tener que entrar en el mundo del casting, hacer pruebas… No me veía preparada para introducirme en la jungla industrial teatral de Madrid. Tenía fuerza para conocer otros sitios y mejorar el inglés. Me dieron una beca en Navarra y de 2011 a 2012 estudié durante casi un año en Michael Chekhov Acting Studio. Acerté, no podía perderme la oportunidad.

Era el momento y el sitio. Claramente. Trabajé en tres restaurantes: uno flamenco, otro portugués y uno de pinchos de tortilla de patatas; fue muy divertido. Y en la escuela conocí gente de todo el mundo con un nivel brutal de interpretación. Se me fue quitando el miedo de los castings, de que si era demasiado joven… Me relajé, desconecté de la presión de aquí.

De vuelta, y como ha señalado, se incorporó a la Compañía Nacional española de Teatro Clásico. ¿Un mundo muy estricto que le sirvió para poder evolucionar hacia creaciones actuales? Recuerdo el momento más crítico cuando iba a trabajar por primera vez como profesional. Esa presión de la autoexigencia que es muy buena, pero hasta el día en que te hace sufrir. Era excesivo, no encontraba la fluidez con el verso… Pero es la vida: pasas el bache y te liberas. En la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico tuve la ventaja de que estaba rodeada de gente muy joven, pero trabajando profesionalmente a un nivel muy alto, con esa exigencia en el verso que comentábamos. Gracias a la Compañía soy la actriz que soy, me dio una base muy sólida. Pero me atreví a romper y salirme. Como una bailarina que hace muchos años de clásico y de repente se rompe bailando. Creo que fue sano salir y conocer otro tipo de teatro, de directores… Pero no cambiaría nada, la disciplina que me aportó la Compañía, siendo tan joven, me dio solidez.

Más recientemente había comentado que buscaba reunir fuerzas para crear un proyecto personal que surgiera de la necesidad de contar algo propio. El monólogo “Psicosis 4.48”, ahora premiado, ¿fue el fruto de esa búsqueda? Lo más mágico del proyecto fue que su directora Luz Arcas encargó a Natalia Menéndez, que también es coreógrafa, dirigir por primera vez una obra teatral. Con un texto muy complicado y difícil, casi irrepresentable. No sabía bien por dónde tirar, si con una bailarina, que fuera un monólogo, hacerlo ella misma… Empezó a hacer pruebas, se dio cuenta de que quería hacerlo con una actriz, me llamaron y en la segunda prueba me aceptaron. Es muy personal para mí, pero no he trabajado con algo personal. Ha sido como un regalo porque esta profesión tiene esas cosas, que a veces conectas con algo que te apetece mucho contar e investigar, y lo haces.

La autora de la pieza, la británica Sarah Kane, la dejó escrita como testamento poco antes de suicidarse, con 28 años, tras una fuerte depresión. ¿Por qué se arriesgó y cómo sacó fuerzas para asomarse a ese mundo de depresión, ansiedad, bipolaridad y suicidio? Había algo muy guai de la función y es que la dirigía una coreógrafa, que tiene un oficio relacionado totalmente con el cuerpo. En vez de profundizar en las capas psíquicas, que hubiera sido un regodeo emocional complejo y difícil de ver, hizo casi una partitura de danza. Pero había que hablarlo y meterse en el personaje. Con el bagaje que ya tenía de mi experiencia vital, de los personajes que he representado, de mucha gente con depresión a mi alrededor, al trabajar con el cuerpo estaba preparada para no pensar mucho, meterme cada día en la obra sin demasiada reflexión. A pesar de que yo soy muy reflexiva, me dije: si lo piensas mucho, no lo haces. Me atreví también por mi edad, porque la década de los treinta es muy buena para una actriz, estás en un momento fuerte. Saqué la fuerza de trabajar con Luz, con el cuerpo, con la sensación kamikaze de los veinte años recuperada y porque notaba que era una historia que apelaba a mucha gente. Lo vi cada día en el público y me daba fuerza para volver al día siguiente con más fuerza y capacidad de entrega.

Se dice que en los monólogos la audiencia es el segundo personaje, pero en su obra parece que se quedaba en silencio, petrificada. Ocurría que mucha gente, angustiada, no se levantaba de la butaca al acabar la función y les ayudaban los acomodadores. Me sorprendió que era también gente joven, vino mucho público joven. A veces eran parejas de amigas o hermanas que acaban tocadas porque el texto les apelaba mucho. ¿Quién no ha tenido un momento de desolación o tristeza que a veces no sabes ni por qué ni de dónde viene? Hasta los animales; he visto a mi perra tan triste que te parte el corazón. Para eso está también el teatro, para eso contamos historias. Es muy bonito hacer ficción y salir de nuestro difícil mundo porque la vida es muy dura, pero el teatro necesita también contar cosas difíciles, atreverse a mirar la oscuridad que todos llevamos dentro.

Al reto de la soledad escénica se añadía el desafío físico y psicológico y la crudeza de las situaciones. La obra ha sido descrita como un trágico poema escénico. ¿Hay poesía en el dolor? Eran escenas fuertes, sí, desnuda en la cama, con restos de medicación y de la crisis... Se contaba el suicidio de Kane, colgada de los cordones de sus zapatillas. Sí, hay poesía en el dolor. Una vez, me esperó un señor a la salida y me contó que había tenido tres intentos de suicidio, estaba recuperado y había dicho a su familia muchas de las palabras que se oían en la obra, descritas en plan poético, y nadie le creía. Volvió al día siguiente con su hermana y con su madre porque necesitaba que oyeran a alguien que nombrara las cosas como él lo hacía. Cuando peor estamos, más poesía necesitamos. En las situaciones más íntimas buscamos palabras especiales que expresen mejor lo que queremos decir. Es importante leer, tener más vocabulario para cuando no sabemos qué decir, porque sí existen las palabras. Podríamos ahorrarnos muchos conflictos. Todas las lenguas son pura poesía, mira el euskara. Y “Psicosis” tenía algo de musical, una vibración rara, no era fácil y agradable de ver. Me da pena que no la volvamos a representar.

¿Había una intención de respetar el tema de la depresión y el suicidio y romper el silencio que rodea a un asunto socialmente tabú? En 2022 hubo más de 4.000 suicidios en el Estado español y parece que es la primera causa de muerte de las mujeres hasta los 30 años. Sobre el suicidio se ha escrito al menos desde los griegos y con Luz investigamos e hicimos algo de performance con el acto de matarse, el acto de hacerse daño a uno mismo. Yo tuve que auto inyectarme tras un accidente y me costaba horrores. Hacerse daño es muy difícil porque el impulso es sobrevivir, como sea. Por eso el suicido es irresoluble y tiene algo tan…, no quiero decir morboso, algo tan raro que llama la atención. No se puede entender bien que alguien cercano se suicide, pero a la vez, si te explican su depresión, entiendes que esa persona quiera acabar de vivir. Estamos avanzando mucho porque se puede hablar bastante más que hace unos años y eso ya es bueno. Hay un día internacional del suicidio que, mira tú, es el veinte de septiembre, mi cumpleaños… Son avances, pero es un mundo muy complejo y difícil y ahora mismo muy peligroso con toda la automedicación que hay.

Hablando de ángulos oscuros, interviene en la serie «Querer», de Alauda Ruiz de Azúa, como Izaskun, nuera de la mujer que denuncia a su marido por violación tras 30 años de matrimonio y dos hijos en común. ¿Una renovadora reflexión sobre el consentimiento sexual? Es un enfoque nuevo porque no se ha contado mucho, excepto en casos tan espeluznantes como el ocurrido en Francia, que se juzga ahora. Estamos en un cambio generacional y Alauda lo cuenta muy bien porque interpela a una generación que no lo tuvo fácil educacionalmente a la hora de poder y saber denunciar. Ahí está el punto nuevo, que una mujer diga que eso le ha pasado durante años y que es ahora cuando se siente fuerte para poder denunciarlo.

No debe ser casualidad que por fin salten temas como el consentimiento y los traten creadoras mujeres. ¿Está detrás el empuje del feminismo? De casualidad, nada. Y ahí está claramente el feminismo. Hay un punto en el que se dice: se acabó, no podemos dar marcha atrás. Como cuando cuentas una realidad cercana muy fuerte que ha sucedido durante mucho tiempo y la pones delante. Ya no puedes volver a mentir, no se puede pasar por alto como ocurría antes. Tienes cincuenta ojos mirando y diciendo: por ahí se acabó. El feminismo tiene muchísimo que ver con eso y ojalá sigamos desmontando comportamientos que tenemos tan asumidos en el día a día. Yo misma tengo que revisarme constantemente sobre cómo reacciono. Así que adelante, construyamos una sociedad mucho mejor. Por mucho que tengamos situaciones muy difíciles, hay que avanzar, necesitamos pasar por trances oscuros para ir hacia un lugar más luminoso.

¿El teatro, la poesía y el arte en general, son un buen altavoz para reflexionar sobre temas muy innombrables? Desde luego que sí. Ahora mismo, las nuevas plataformas están llegando a mucha gente y están cambiando el modo de entender la ficción. Hay una responsabilidad y en este caso Movistar está siguiendo una línea muy clara en series como esta que hablan directamente de un tema que llega a mucha gente. A actores, directores, dramaturgos, guionistas… nos interesa normalmente contar historias, y nos apetece muchas veces pasarlo bien con una buena comedia y tener momentos de distensión. Pero contar cosas duras con las que alguien se identifique y te diga que gracias a ti se atrevió a dar ciertos pasos es un gran regalo de vuelta.

Acumula obras teatrales colectivas o monólogos, series, largos, cortos, documentales… El tópico sería preguntarle en qué formato se siente más cómoda, pero mejor inquirirle sobre hacia dónde le tira su arrojo escénico. Pues desde aquella primera obra de Goldoni a hoy existe un punto de agradecimiento porque miro hacia atrás y hace algún tiempo me hubiera parecido imposible pensar hasta dónde he llegado. Pero me interesa mucho conocerme y conocer el mundo que me rodea. Imagino que si no fuera actriz me dedicaría a algo que tuviera que ver con las humanidades: filosofía, psicología, periodismo… hay algo que me tira por ahí. ¿Hasta dónde? Hasta donde me dejen, porque somos infinitos. Quiero seguir entrando en sitios, planteándome retos, aunque me resulte difícil saber por dónde coger a algunos de los personajes que me propongan.

¿Ahora más frente a la cámara que frente a una audiencia? Quiero seguir trabajando con la cámara. Me parece un ámbito mucho más inexplorado que el teatro y noto que me pasan otras cosas que me apetecen muchísimo. Frente a la cámara no puedes mentir, lo pilla todo. En este mundo de tanta mentira y falsedad, si tiendo a la honestidad, me apetece mucho investigarme con la cámara.

¿No se ha desnudado del todo en el monólogo teatral? Son distintas formas de desnudo. En el teatro el público es muy cruel y, si no estás de verdad, allí lo notan, igual que tú sientes que ese día no funcionas. La cámara es más indiscreta y me está resultando muy interesante verme a mí en esa relación. Se crean momentos de intimidad muy reales y bonitos. Y ahora me apetece eso hasta donde me lleve mi espíritu kamikaze, el trabajo y hasta donde me dejen, que ojalá sea muy lejos.

El papel de Izaskun es el primero que realiza de una personalidad vasca. Es iruindarra y su familia viene de Casa Mendia y casa Pérez, de Eslaba, pero vive en Madrid. ¿Mantiene relación con sus orígenes? Me fui de Pamplona con 18 años y llevaba desde mucho antes diciéndole a mi padre «cuando viva en Madrid…». Y ahora resulta que tengo unas enormes ganas de volver y veo que es muy común, que le pasa a mucha gente. Siempre he mantenido a mi cuadrilla, voy mucho a Eslaba, cada vez que puedo me escapo a Pamplona, me da cada vez más rabia no saber euskara. Comparto piso con dos chicas euskaldunes y de repente la vida me está tirando mucho hacia el País Vasco y Navarra. Tengo mucha morriña y nostalgia de casa.

Lanzó el txupinazo de fiestas del pueblo como «txirriosa» de honor. ¡Sí!, antes de la pandemia, en 2019. ¡Vaya emoción! En mi pueblo, con toda la cuadrilla debajo… Fue total, muy guai.

¿Se imagina protagonizar una sesión en el marco de la civitas romana de Santa Criz de Eslaba? Pues hace unos seis años pensé en hacer algo y lo hablé. Después he conocido a colegas que han hecho cosas en el Círculo de Bellas Artes, con músicos. Ahora conozco a más dramaturgos y otra gente que podría ayudarme. Ya he crecido un poco, tengo algo de bagaje y me está llegando el momento de generar algún tipo de proyecto teatral. Hacerlo allí sería precioso. Me imagino como un recital con un músico y algún instrumento sencillo, tipo violín, ya he hecho alguno. Le he dado vueltas sobre qué obra podría encajar y tendría sentido. Porque hay textos que vienen de aquella zona de Navarra y Aragón y habría que hilar una dramaturgia que nos llevara allí. Eslaba es a la vez tan pequeño y da para tanto, porque somos gente que damos para tanto. Y pensar que algo que lleva tanto tiempo enterrado allí y que tiene tanto que ver con nuestros orígenes pueda conectar con el hoy, como persona del siglo XXI que estés viendo el mapa de la ciudad romana y puedas hacer algo artístico, me parece que puede ser algo muy bonito. No tengo nada que ver con que esas ruinas estén allí, pero sí tienen que ver conmigo, y es importante que existan, me da orgullo y me haría una ilusión absoluta resignificarlas.