Educarse para la soledad
La soledad da miedo, aterra, y genera una sensación de agonía y ansiedad, sobre todo si se da en una situación no deseada. Somos seres relacionales y, por tanto, conectar con el resto de personas es crucial para poner fin a ese aislamiento. Hablamos con expertas en este ámbito, quienes, no obstante, señalan que la soledad es algo natural, algo para lo que hay que educarse, y sin la cual no podemos crecer. Acudimos al Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa para radiografiar una realidad silenciosa que afecta a mucha gente.

Actualmente, la ciencia define la soledad como la distancia que hay entre lo que yo espero y lo que yo tengo, sea en cantidad o en calidad, en mis relaciones. Pero esa definición, en opinión de las expertas entrevistadas en este reportaje, no cuenta la verdad.
En el Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa saben mucho de la soledad. La directora, Maribel Pizarro, nos acoge en la sede de la calle Arrasate de Donostia en una época de ingente trabajo. Reivindica que «la soledad es natural y hay que aprender a amarla. Necesitamos desconectarnos para conectarnos: leyendo un libro, con la música, en el monte, delante del mar, caminando, creando... Sin la soledad no podemos crecer», explica la psicóloga.
Añade que la soledad es un sentimiento muy subjetivo; no tiene que ver con estar sola, sino con sentirse sola. A veces ese profundo vacío, que no se puede quitar con la compañía, tiene mucho que ver con la soledad existencial. También con la falta de un proyecto vital. Cuando haces un trabajo importante que te lleva a construir o a dar un sentido a tu vida, cuando tienes proyectos que te ilusionan, en los que crees, te dan fuerzas para vivir.
La soledad se da, además, en personas con alguna enfermedad mental grave. «Una persona que tiene esquizofrenia viene aquí puntualmente, y siempre tiene ese sentimiento de soledad. Como esta enfermedad está muy estigmatizada, produce que su círculo de gente sea mucho más pequeño, por lo tanto, hay una concordancia entre el sentimiento de soledad, de vacío existencial y la soledad que se produce a la vez de tipo emocional o social», indica.

SOLEDAD DESEADA Y NO DESEADA
Muchas veces lo que dicen las personas que tienen una soledad más cronificada es que tú puedes disfrutar de la soledad cuando sabes que es elegida y no impuesta.
Recientemente, Pizarro dio un taller sobre la soledad no deseada y se reunieron personas mayores de 65 años, hasta de más de 80 años, entre ellas numerosas viudas y viudos. «Se dan pérdidas a veces de personas con las que han estado toda su vida. Además, a una cierta edad el recorrido vital es muy corto. Hay que hacer el duelo, después ir conectando con las cosas, volver a ilusionarse... Al final de la vida incluso puede haber una fatiga de vivir, porque son pérdidas que se van acumulando. Cuanto más vivimos, tenemos más pérdidas de personas y también de salud», señala.
A esto se suma que algunas de estas personas se encuentran en una situación económica de mucha precariedad.
ALBAINDU Y BADA BIDE BAT
El Teléfono de la Esperanza de Gipuzkoa ofrece dos servicios: el teléfono clásico, Albaindu, y el programa para la juventud, Bada bide bat. En ambos brindan la atención de un voluntariado formado y apoyo profesional.
En 2023 se atendieron a 62 personas en apoyo profesional. En Albaindu se hicieron unas 2.500 atenciones y en Bada bide bat fueron 170. ¿Por qué esta diferencia? No es tan común que la gente joven pida atención en más de una ocasión, mientras que las personas adultas llaman diez veces de media.
El 30% de las llamadas de Albaindu corresponden a situaciones de soledad no deseada explícita. Este porcentaje se mantiene bastante estable en el tiempo. En el caso de la juventud, están en un 5%. No llaman por la soledad, pero están viviendo situaciones que les producen ese sentimiento, como el bullying, la pobreza, la migración o enfermedades graves o incapacitantes.

RELACIONES ROTAS
La gente que llama por soledad tal vez tiene pocas relaciones o estas están rotas. «Percibimos muchas dificultades en las relaciones. Mantener las relaciones es costoso; requiere reciprocidad, renuncia», expone la directora del Teléfono. «Las familias cada vez son más pequeñas y las separaciones han aumentado mucho. Vivimos en un mundo donde el mayor valor es el del dinero, el del consumo. Eso genera vacío. La manera en la que están creadas las ciudades, incluso los pueblos, tampoco ayuda; esas barriadas donde una baja y no tiene dónde estar ni dónde comunicarse», describe.
«Luego, lo que nos transmiten los medios de comunicación, o quienes están liderando el mundo, es inseguridad, desconfianza y miedo. Eso genera una sensación de ansiedad permanente, de aislarse. Desde ahí no puedes construir relaciones de reciprocidad y confianza», apunta.
FORMA DE U
Maribel Pizarro dibuja la gráfica de la soledad en forma de U: los momentos de mayor soledad son en la adolescencia o en la primera juventud, luego va reduciéndose hasta que se queda plana, y vuelve a ir subiendo hasta que una tiene más de 80 años. La soledad sí hace esa forma, pero tiene características diferentes en cada etapa.
«En la adolescencia-juventud tiene que ver con esta sociedad individualista, donde da miedo relacionarse. El bullying es un factor de riesgo importante. También es un momento de construcción de la personalidad y de búsqueda de un lugar. Por eso creo que hay una parte de la soledad que es sana y tiene que estar, si no, no te puedes hacer preguntas como ‘¿quién soy?’ o ‘¿qué hago en el mundo?’. Hay una parte necesaria y hay otra parte que puede ser problemática, y en grados extremos puede llevar al suicidio. Ahí ha habido un incremento importante entre la gente joven», refiere la psicóloga.
PÉRDIDA DE ROL
En las personas mayores, la soledad tiene que ver mucho con las pérdidas. La pérdida de rol: ‘¿Qué papel cumplo yo en la familia y en la sociedad?’. Incluso de la eterna belleza y juventud que proclama esta sociedad. También está el factor de la enfermedad. Empieza a haber más incapacidad y dependencia. Las posibilidades de movilidad son menores y el círculo de relaciones se va reduciendo.
«Una vez llamó una señora. Estaba fatal porque se sentía sola y no le estaban entendiendo en casa. Ella seguía casada y tenía hijos, pero sus hermanas y hermanos habían fallecido y eso le producía soledad. Al no sentirse entendida, la soledad se acrecentaba», cuenta Maribel Pizarro.
«La jubilación es un momento clave, ya que hay una pérdida de rol. Muchas de las amistades tienen que ver con el empleo y, si una no se prepara para ese momento, se puede producir una pérdida de sentido, especialmente en los hombres. En el caso de las mujeres, se mantiene el rol de casa, pero tiene que haber un reajuste importante de tiempos, de organización y también psicológico», observa la experta.


PREVENCIÓN
En Gipuzkoa, según el último estudio del Instituto Matía de 2020 “Bakardadeak”, 15.000 personas manifestaban una soledad explícita (el 5% de los habitantes).
A la hora de prevenir, Pizarro señala que hay que tener en cuenta los momentos clave: las pérdidas de personas, de salud, de empleo, cambios de ciudad... Por ejemplo, les han llamado jóvenes que han ido a estudiar o a trabajar fuera. Se sentían solos y solas.
Hay un porcentaje importante de personas que manejan esas situaciones de soledad. «Es otro aprendizaje. Hay programas y proyectos, en casa también nos podemos preparar: no estar siempre hacia fuera, en lo social, tener momentos para ti. Luego, es importante que haya recursos para las situaciones de pérdidas», subraya.
PERSONAS MIGRANTES
Una comunidad que sostiene, cuida y protege, de la que te sientes parte, también previene. ‘Llámame, quedamos para tomar un café, ¿cómo estás?’. Por eso las personas migrantes se pueden sentir solas cuando llegan, porque hay grandes diferencias culturales, de idioma; incluso xenofobia y racismo.
En la atención general del Teléfono, el 17% de las personas que llaman son migrantes. En apoyo profesional están en un 50% en jóvenes y un 18% en más mayores.
«Por un lado, está la parte de cómo te sientes aquí: si te sientes acogida, si tienes empleo, si estás en una situación regularizada, y luego la gran mochila que traes del país de origen. Hay mujeres que salen por temas de violencia de género. Hay mucho trabajo por hacer y mucha necesidad de sentirse acompañadas», destaca Pizarro.
MÁS VISIBLE
Recuerda que antes no se hablaba mucho de lo que era el Teléfono de la Esperanza. Ahora lo están haciendo más visible, trabajando en proyectos comunitarios. Salen para que la gente las conozca, sin quedarse a esperar su llamada.
En plantilla están cuatro personas: dos psicólogas, una trabajadora social y una psicopedagoga. El 20% del voluntariado son jóvenes de entre 25 y 30 años. Antes no tenían gente tan joven. Trabajan mucho para formar parte de un equipo. La gran mayoría siguen siendo mujeres; eso no ha cambiado desde su creación en 1987. Todos los años les viene gente nueva. En febrero empezarán la formación cinco personas. Las puertas están abiertas.
COMUNIDADES MÁS INCLUSIVAS
A nivel de administración, la directora cree que las comunidades tienen que ser mucho más inclusivas. «Quizás tenemos que repensar qué tipo de valores estamos promoviendo. Hay recursos como el nuestro que no van a eliminar la soledad, pero la van a mitigar, y hacer uso de eso es bueno. En la vecindad, una sonrisa, un saludo, esos gestos pequeños hacen que el día a día sea un poco más amable. En las tiendas de proximidad es más fácil entablar conversación, los tiempos son más pausados. Eso te visibiliza como ser humano», defiende.
En el Teléfono utilizan la voz para reconocer a la persona, escucharla y conectar con la empatía sin enjuiciar.
No hay una única manera de ayudar. Según Maribel Pizarro, conviene saber cuál es la fuente de la soledad, valorar mucho cada situación. Se suele decir que hay que salir y hacer actividades, pero tienen que ser actividades que te apetezcan y que sean significativas para ti. Además, no todas las personas tienen dinero para apuntarse a actividades.
TODAS ESTAMOS SOLAS
Aparte de ser grandes entendidos en la soledad, Marije Goikoetxea Iturregi y Javier Yanguas Lezaun son buenos amigos. Los hemos juntado para una charla que ha resultado muy amable y enriquecedora.
El director de proyectos de Aubixa Fundazioa señala que las necesidades que tenemos de contacto o de amistad son distintas y no se pueden medir con el mismo rasero. Además, hay quien siente la soledad como tristeza, otros como vergüenza, vulnerabilidad, abandono o falta de reconocimiento; sin olvidar la soledad existencial.
La investigadora y docente de la Universidad de Deusto recuerda que hay una parte de la soledad que es innata: «Todas estamos solas, lo queramos reconocer o no; por mucho que nos quieran, estamos profundamente solas y nadie puede hacerse cargo de mi vida».

RECONOCIMIENTO
Por su mirada ética, la Doctora en Derechos Humanos se ha dado cuenta de que la soledad tiene que ver también con que «no me aprecian lo suficiente aquellas personas a las que yo aprecio. Es una falta de reconocimiento de que soy valiosa. Igual vienen todos los días a verme, pero lo hacen como si fuera una tarea o una obligación y yo lo noto. Hay personas que incluso ellas mismas no se consideran valiosas, con lo cual su sufrimiento por la soledad todavía es mayor», apunta.
El gerontólogo y Doctor en Psicología añade que «no te sientes sola todo el rato, te sientes sola a ratos. Y a ratos tienes un tipo de soledad y a ratos tienes otro tipo de soledad. Tiene ese dinamismo, que está ligado a los momentos de vulnerabilidad», describe.
Goikoetxea, socia fundadora de la Asociación Educativa Agintzari, cree que hay que educarse para la soledad: «Las cuestiones más importantes son con nosotras mismas y eso requiere silencio, separarte un poco de la presión y de la coacción de fuera».
VIDA INTERIOR
Yanguas, que fue trabajador del Centro Gerontológico Egogain, indica que en la soledad que nos hace daño falta conexión, reconocimiento, narrativa con una misma, y la soledad positiva, en cambio, tiene que ver con tener abierta una ventana a tener conversaciones contigo misma.
De hecho, a él le gustan ese tipo de actividades: pasear, estar consigo mismo, pensar, disfrutar, siempre con un sentido de conexión. «Si tienes un relato, es más difícil que te sientas sola en un sentido negativo. Mi amona, por ejemplo, tenía esas conversaciones con ella misma. Hablaba, además, con mi abuelo muerto. Le oía decir cosas como ‘ya sé que no quieres que me compre otro abrigo, pero he visto uno muy bonito y, como ya no estás, ¡me lo voy a comprar!’», cuenta con una sonrisa. Le preocupa que hayamos perdido esa vida interior.
Aunque no esté claro que estemos más solos y solas que antes, Yanguas, que fue investigador y directivo en la Fundación Matia, sí que observa que somos menos comunitarias. «Veo relaciones cada vez menos empáticas, más funcionales. Parece que la interdependencia es clandestina. Pero somos lo que somos porque tenemos a otras personas, con las complicaciones que eso tiene», sostiene.
RELACIONES INTERGENERACIONALES
Marije Goikoetxea, que trabajó en el Hospital Aita Menni de Arrasate con personas con enfermedad mental, opina que en su generación han subrayado demasiado el tema de la libertad, quizás por el hecho de salir de esa falta, y eso les ha llevado a descuidar las relaciones de vínculos profundos. «Probablemente, ahora que nos acercamos a la jubilación, nos tocará recuperar la importancia de ser con otras», considera.
«Lógicamente -agrega-, a medida que la juventud se siente cada vez más distante de nosotras, por falta de relaciones intergeneracionales, el riesgo que tenemos de soledad es mayor; ellas y nosotras».
Observa que nuestras sociedades son menos inclusivas. «Estamos todo el rato hablando de inclusión, pero en la realidad no tienes una panadera que es la de siempre, ni un vecino que es el de siempre. Las redes se han debilitado mucho, porque hemos dado mucho valor a la eficacia, a la utilidad, a no tener que esperar en la carnicería. Las relaciones requieren tiempo; todas», recalca. Y hace autocrítica: «En nuestra generación les hemos dedicado poco tiempo».
«Las cosas importantes que hacen la vida satisfactoria -insiste- requieren tiempo; ir deprisa es ir sola, para ir con otras personas tienes que ir despacio».
Goikoetxea imparte docencia en Ética y Psicología de la Salud, y nota que en la juventud la desesperanza es «cada día mayor; no solo vinculada a la economía, sino a la rabia, al enfado con las generaciones anteriores».
Javier Yanguas: «¿Como si nos culpabilizaran?»
Marije Goikoetxea: «Sí, de haber dejado las cosas así. No sé si la desesperanza tiene que ver con el futuro o con el pasado, no sé en qué medida se nos ha olvidado educar a los y las chavalas en hacerse cargo de su vida, en las cosas que de verdad merecen la pena. Les hemos educado demasiado en triunfar, en salir adelante y al menos yo miro mi vida y mucha satisfacción viene de las relaciones, de lo que he podido aprender, aportar. Yo al menos siento, y así lo dicen, que nos ven muy lejos», expresa. No cree que vaya a ser fácil conectarse.

EL AMOR TAMBIÉNSE APRENDE
Yanguas: «Nuestra sociedad tal y como la conocemos va a cambiar...».
Goikoetxea: ... «En una generación será totalmente diferente. Hacen falta políticas activas de inclusión y generación de redes y relaciones. Si no, el riesgo será generar guetos: cada una con las suyas y, las que no tengan suyas, van a quedar fuera, y me da lo mismo que tengan dinero, porque las relaciones se pueden comprar hasta cierto punto. Se puede comprar la técnica de alguien que te cuide, pero que alguien te reconozca como valiosa y que te trate bien, eso no. Alguien ha aprendido a ello, porque el amor también se aprende, y hay que enseñarlo», reivindica.
Hay otra cosa que le inquieta al gerontólogo: «Invertir en relaciones es de mucho menos glamour que el hierro, la ingeniería o la tecnología». Cree que nos faltan otras miradas, entender las cosas desde la profundidad.
PREGUNTARNOS POR QUÉ
La doctora matiza: «La técnica son las herramientas y conocimientos que nos sirven para lograr un fin. La tecnología, en cambio, es el dominio de la técnica sobre nosotras. Cuando cambiamos las relaciones entre personas por tecnología, estamos invirtiendo en soledad», advierte.
Están de acuerdo en que «esta locura tecnológica hay que frenarla».
Y ahí «la ética puede servir para parar y preguntarnos por qué y para qué. Nuestra sociedad es de códigos morales múltiples y quizás no podamos decir esto está bien o esto está mal, pero sí al menos hacernos preguntas e intentar llegar a acuerdos», manifiesta la experta.
Explica que los valores intrínsecos son los que fundamentan la ética: la justicia, la salud, la vida, la equidad, la libertad... En esos valores quizás no coincidamos, pero son valores que todas podemos reconocer en la otra.
«Esa capacidad, esa apuesta de dejar lo tuyo para poder entender a la otra persona, tiene mucho que ver con la soledad. Era más fácil que no hubiera soledad con un código moral único. Ahora, nuestra sociedad es plural y hay que hacer un esfuerzo en entender a la otra. Si aumentamos nuestro individualismo y nos quedamos con nuestro código moral porque es el bueno, seguirá aumentando la experiencia de aislamiento», expone.
ESTRATEGIAS
Como prevención, Javier Yanguas propone, a nivel individual, «volver a facultarnos para vivir en soledad». En lo más comunitario, plantea «invertir en relaciones, en espacios de conexión, y sensibilizarnos en la importancia de este tema». Para Marije Goikoetxea, una buena costumbre sería «hacer prácticas de pensar y educar en la solidaridad y encargarme de otra persona».
Son conscientes de que hay personas que lo tienen más difícil para no estar solas porque pueden ser poco apreciadas. Son las más dependientes o las que tienen riesgo de exclusión, por una enfermedad mental u otro motivo. Las cuidadoras, el colectivo LGTBIQ+ y las migrantes. Defienden que desde lo macro se les asegure su derecho a ser cuidadas.
18 urtekoneska
Bakardadeak ahalbidetu dit pertsona gisa haztea, heltzea, zer den ona eta zer ez jakitea. Ikasteko, etxea aurrera ateratzeko, jaten duzun ala ez kezkatzeko ardura. Batzuetan, gainera etortzen zaizu etxetik urrun zaudela jakiteak eragiten duen bakardadea, baina nire denbora guztia aberasten nauten gauzak egiten ematen dut: irakurri, etxea margotu, nire gorputza ezagutu. Ona da bakarrik egotea.
Chico de 20 años
Si estoy en un grupo, a menudo me veo diciendo ‘estoy genial’, pero por dentro me identifico con las personas mayores que están en casa solas. Estoy angustiado, pensando qué será de mí esta tarde.
52 urteko emakumea
Nire bizitza azkenengo hiru urteetan etxeko horma hauetatik irten gabe pasa dut. Bakarrik bizitzea aukeratutako gauza izan zen, baina orain denbora bat erori egin nintzen eta lanerako ezintasuna eman zidaten. Lana nire bururako oso garrantzitsua zen; jendeari lotzen ninduen eta baliagarri sentitzen nintzen. Helburu barik gelditu nintzen, bakarrik. Bakardadea da mundu honetan zer edo nor zaren ez jakitea. Munduak beldurra ematen dizu eta etxean giltzapetzea erabakitzen duzu. Deprimituta zaude, eta horrela ezin da munduarekin konektatu.
Mujer de 62 años
Con 45 años dejé el trabajo y todas mis aspiraciones para cuidar de mi padre y de mi madre, que cayeron enfermos. Al morir ellos, me quedé sola, sin recursos económicos y sin un rumbo en mi vida. No tengo a nadie con quien hablar y en ocasiones eso me produce angustia y nervios. Muchas veces, para no sentirme así, hablo con mis padres fallecidos. También suelo ver la televisión porque me traslada a realidades donde existe el amor, la amistad y la familia, y eso me pone más contenta. En ocasiones llamo al Teléfono de la Esperanza para que alguien me escuche y acompañe. Desde que murió mi marido de cáncer, mis hijos viviendo fuera... algo se rompió en mí, algo que no ha vuelto a funcionar.
Hombre de 72 años
Estoy soltero. Con 52 años me dieron la incapacidad por un problema grave de salud. Siempre he vivido con mis padres, pero hace diez años fallecieron y me quedé solo. En cuanto puedo salgo a la calle a pasear, al hogar del jubilado, a la biblioteca, a bailar. Todo para no estar en casa y sentir lo solo que estoy. Por la noche suelo llamar a una amiga que tiene problemas de salud y eso me hace sentir menos solo.
Hombre de 50 años
No tengo recursos económicos y vivo en una residencia de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Siento la soledad como un vacío interno, una sensación de abandono por parte de las personas que tengo cerca. Siento tristeza y angustia. Mi primer momento de soledad lo sitúo a la edad de tres años, donde solo recuerdo los barrotes de mi balcón y la sensación de abandono. Siempre he llenado mi vida con actividades físicas y de riesgo que no terminaban de satisfacerme. Suplía mi soledad con drogas y alcohol.