La risa trascendente

Aunque el flemático sentido del humor británico es una característica que acaba por filtrarse, con mayor o menor densidad, en muchos de los autores procedentes de aquellas latitudes, existe casi un género en sí mismo construido en torno a esa ácida pero jocosa mirada. Un listado de nombres, de Kingsley Amis a P.G. Wodehouse pasando por Tom Sharpe, a los que, gracias a la recuperación de esta obra, resulta obligado sumar la voz de este dramaturgo fallecido en 2008.
Bajo el formato de un libro de memorias, protagonizado por quien observa la vida desde sus 65 años recién cumplidos alrededor de una sempiterna nube de humo depositada por el constante consumo de cigarrillos, cada página significa un torrencial cauce de pensamientos e ideas ingeniosas que acuden por igual a retarse con lo más trágico, donde los problemas de salud -de los más banales a los más categóricos- se empeñan en alterar la cotidianidad, como con aquellos pequeños disparates que decoran el día a día de cualquier individuo. Un recurso especialmente válido si, como es el caso, tiene la clarividencia de generar una sonrisa cargada de trascendencia.
Quien otrora disfrutara de una existencia acomodada, expresa su actual rutina, consecuencia del manejo indebido de ciertos hilos del destino, en paralelo al de tantas personas que enfrentan su senectud entre el paso inmisericorde de los días y las más hilarantes anécdotas vertidas entre viajes, estancias en hoteles y todo una paisaje que parece construido para acercarse hasta esa recta final en un aparente estado vacacional constante. Entre la alta cultura y el imaginario popular, sus digresiones, aunque carentes de cualquier espíritu gruñón, tampoco son únicamente un festín de carcajadas. Su infancia, repleta de dolor y humillaciones, por ejemplo, se cierne como un tupido manto de infelicidad que, con la edad, ha conseguido transformar en un fantasma burlón.
Pocos elementos resultan tan determinantes a la hora de reflejar la lucidez de un individuo que el buen manejo del sentido del humor. Un concepto maltratado sistemáticamente en el arte por su supuesto endeble calado pero convertido en múltiples ocasiones en el más oportuno vehículo para desenterrar ciertas consideraciones que de otra manera sería imposible. Como dijera otro ilustre comediante, llamado G.K. Chesterton, lo divertido no es lo contrario de lo serio; solo de lo aburrido. Y tan solemne es lo que se encuentra en este libro que uno no puede dejar de sonreír.



