14 MAY. 2015 JO PUNTUA Jo també sóc puta Itziar Ziga Activista feminista Acabo de extasiarme con unas imágenes de Paula Ezkerra iniciando la campaña electoral en el Forat de la Vergonya, es candidata de la CUP por Barcelona. Tan luminosa y guerrera como cuando las calles del Raval nos hermanaron hace quizás diez años. Paula es puta y migrante argentina, activista espléndida y tenaz. Lleva décadas combatiendo la violencia estructural hacia las trabajadoras del sexo, esa misma violencia que nos alcanza a todas las mujeres. Porque la putafobia es la punta del iceberg de la misoginia, queramos aceptarlo o no. Si todas las mujeres conjurásemos el estigma puta, el patriarcado se desvanecería como un mal sueño al alba. Con la caza de brujas, aquel feminicidio fundacional tan remoto como eficaz, se nos impuso una feminidad apocada y delatora. La puta es mi vecina, no yo. Amortiguaré mi deseo, controlaré mi presencia social. Para no destacar, para que no me señalen. Y cuando vayan a por ellas, a por las putas declaradas, callaré en el mejor de los casos. O prenderé yo misma las antorchas. Divide y vencerás. Ellas están unidas, en Barcelona a través de la plataforma Prostitutas Indignadas. La imagen de dos putas agarrándose de los pelos por un cliente como quintaesencia de la rivalidad femenina es pura mistificación patriarcal. Por todo ello, en las luchas de las trabajadoras sexuales contra el acoso policial-administrativo al que están siendo condenadas por las atroces ordenanzas cívicas que han proliferado en nuestras ciudades cual plaga bíblica, en su valerosa insumisión al estigma puta, nos la volvemos a jugar todas las mujeres. Contra lo que muchas proclaman, las luchas de las prostitutas son altamente feministas. Desde siempre. Nell Kimball, la madame de un burdel de Nueva Orleans de principios del siglo XX, dejó constancia de una de ellas, de una de nosotras. «Tuve una puta llamada Gladdy que era partidaria de los derechos de las mujeres. Marchaba en Filadelfia y Nueva York cuando había manifestaciones a favor del voto femenino y se clavaban alfileres en los caballos de los policías y se hablaba sobre ser igual a cualquier hombre. Gladdy era una muy buena puta». Si todas las mujeres conjurásemos el estigma puta, el patriarcado se desvanecería como un mal sueño al alba. Con la caza de brujas, aquel feminicidio fundacional tan remoto como eficaz, se nos impuso una feminidad apocada y delatora. La puta es mi vecina, no yo