Félix Placer Ugarte
Teólogo
GAURKOA

Lecturas para tiempo de elecciones

Estamos en días de mítines, debates y promesas. Los medios multiplican sus informaciones sobre la campaña, los sondeos hacen sus pronósticos que fluctúan cada día en sus previsiones. Candidatos y candidatas se movilizan presentando mensajes que un auditorio fiel aplaude. Con poca o nula autocrítica, cada partido o coalición intenta lograr algún voto más en unas elecciones que se presentan muy disputadas. No bastan los votos incondicionales; son necesarias otras adhesiones.

Para conseguirlas se utilizan estrategias muy diversas a las que subyacen ideologías opuestas que generalmente no aparecen en los discursos electoralistas. Sin embargo son la base que sostiene sus programas y promesas de un bienestar anunciado para lograr el voto favorable. Es cierto que cada partido concurrente enmarca su discurso en genéricas palabras biensonantes: democracia, justicia, igualdad… Pero es indudable que estos conceptos inevitables y recurrentes en cualquier proclama electoral no quieren decir lo mismo y, por supuesto, no van a tener aplicación igualmente coherente en caso de salir elegidos unos u otros. Entonces surge la duda razonable sobre el contenido y autenticidad ética de las propuestas y su significado. ¿Cuáles son las ideas, intenciones, objetivos subyacentes en las promesas electorales y en sus encendidos discursos? Y por nuestra parte, ¿en qué convicciones de fondo apoyamos nuestra decisión electoral?

Un agudo filósofo y estadista florentino, Nicolás Maquiavelo (1469-1527), se planteó cuestiones parecidas hace ya 500 años. Dos obras suyas ofrecen, a mi entender, una valiosa reflexión sobre dos formas de respuesta. Ciertamente están escritas en contextos y épocas muy diferentes; pero su lectura muestra que las opciones políticas básicas se reproducen hoy.

Sus convicciones le habían llevado a proponer la república como modelo político de Estado, independiente de la dominante cristiandad de su época, lo cual le ocasionó, como él mismo comenta, «muchas fatigas y dificultades». En efecto, acusado de conspiración contra los Medici, fue encarcelado y torturado. Liberado por León X, se retiró a las afueras de Florencia donde escribió sus conocidos libros: “El Príncipe” y el titulado “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”. Por sus tesis políticas sobre la independencia del Estado es considerado padre o inspirador de la política moderna.

A raíz de las afirmaciones de “El Príncipe” se elaboró, más tarde, en Europa la ideología del «maquiavelismo», basada en la prepotencia de la razón de estado que subordina todo a su eficacia política y donde, por tanto, «el fin justifica los medios». Y hoy esa estrategia vuelve a aparecer en determinados discursos electorales que, para lograr el poder, prometen lo que luego no cumplen.

Sin embargo, según intérpretes significados del escritor florentino, no es esta la tesis de su famoso libro. En este texto breve, de agudo ingenio y contenido sinuoso y esotérico, también sarcástico, Maquiavelo trata de congraciarse con el príncipe de la espléndida ciudad florentina, Lorenzo de Medici, a quien dedica su obra, proponiendo toda una línea de conducta política donde describe la virtù del gobernante con consignas sorprendentemente inmorales. Entre otras afirmaciones se lee, por ejemplo, que «es necesario que un príncipe que se quiera mantener aprenda a no ser bueno»; propone que «ha de ser tacaño con los bienes propios y generoso con los ajenos»; opina que «un príncipe no debe preocuparse de tener fama de cruel por mantener a sus súbditos unidos y fieles» y que «es más seguro ser temido que ser amado»; constata que «los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra»; y, por tanto, su consejo político es que «los príncipes deleguen en otros las tareas odiosas y ejecuten por sí mismos las agradables». Pero, más tarde, el mismo Maquiavelo ofrecía un autorretrato desconcertante: «Desde hace algún tiempo nunca digo lo que pienso y nunca creo lo que digo y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla».

No puede extrañar que de tales afirmaciones se concluyera, por parte de gobernantes interesados, un «maquiavelismo» que justifica todo para conseguir eficacia política. Sin embargo “El Príncipe” y sus estrategias descritas por Maquiavelo tienen dos lecturas. Una analítica que pone en evidencia, en forma de asesoramientos políticos y sibilina alabanza, la corrupta situación de su época bajo los Medici y el Papado y, al mismo tiempo, otra que con astucia los desacredita y critica radicalmente.

Para comprender su pensamiento y línea política no hay que olvidar que, al mismo tiempo que este famoso opúsculo, Maquiavelo escribió el ya citado sobre Tito Livio. En este extenso trabajo el estadista florentino apoya, defiende y justifica la república democrática y libertad ciudadana y no el principado autoritario por encima del pueblo.

En realidad “El Príncipe” es un ejercicio crítico de la realidad política de su época, en la que llega a proponer a Fernando el Católico (el conquistador de Navarra) como modelo de estadista. De esta forma, Maquiavelo pone en evidencia, con realismo despiadado, al gobernante de su tiempo, al que se le atribuye virtù política, porque aprovecha la fortuna para lograr sus propósitos. Desde esta perspectiva su obra es, en última instancia, el negativo de su pensamiento estadista desarrollado en positivo en su “Discursos”. Aquí expone –no sin incoherencias, que Maquiavelo busca expresamente– su visión y teoría políticas democráticas y republicanas de la primacía del bien común sobre la utilidad individual, de la moral y de la razón contrapuestas a la realidad efectiva del mundo político y la inmoral virtù en que vive.

Las dos lecturas que se han hecho del pensamiento de este controvertido pensador político renacentista son de actualidad para el panorama político actual y electoral. En lo que podemos llamar también «realidad efectiva» de la política actual tanto autonómica como estatal y de sus gobiernos, sus estrategias siguen y aplican las pautas del maquiavelismo. En efecto, en la llamada globalización, los intereses del capital y sus finanzas, las empresas multinacionales, el neoliberalismo, en definitiva, justifican todo tipo de medios para sus beneficios. Son la expresión actual de un maquiavelismo moderno. La clarividencia analítica y crítica de “El Príncipe” puede aplicarse a la política dominante, cuya correa de trasmisión son los partidos y coaliciones que la representan en municipios y ámbitos forales.

Cuando instancias como el Consejo de Europa denuncian el incumplimiento de recomendaciones contra la corrupción, evidencian el maquiavelismo político de estos grupos. La política penitenciaria, detenciones ilegales, juicios políticos, negación del derecho a decidir en Euskal Herria, pueden leerse y aplicarse con toda pertinencia, desde la descripción de “El Príncipe”, como medios maquiavélicos para mantener la España uniforme. Y todo ello, tal como continuamente se proclama, bajo la apelación al realismo político y razón de estado, al progreso del pueblo y a su servicio.

Maquiavelo y su pensamiento son hoy, por tanto, en su lectura más genuina, una denuncia radical de sistemas políticos que siguen y ponen en práctica lo que “El Príncipe” describe, pero evitan e impiden las propuestas y realización de su “Discursos”. Dos lecturas recomendables para oír y valorar con sentido crítico y responsable los actuales programas de la decadente clase política y promover desde la base popular una auténtica democracia participativa, ya emergente en grupos,