Brillantes cantos al amor pasado
En esa especialidad tan específica que es el recital de canto con piano solemos encontrarnos espectáculos de lo más variopinto, que oscilan desde selecciones de piezas escogidas con intención y minuciosidad extremas –normalmente de mano de cantantes especializados en lied– a la pura incoherencia hecha programa que muchos cantantes de ópera presentan en sus recitales, juntando arias italianas, francesas, zarzuela, canciones populares y lo que haga falta con la única condición de que sirvan para lucir su voz. Parecía que este iba a ser el caso en el recital de José Bros, que quiso tocar todos esos géneros que acabamos de mencionar en su actuación en el Victoria Eugenia. Pero Bros, que se dedica en cuerpo y alma a ese rincón de la lírica tan particular que es el belcanto, supo rebuscar bien en el repertorio y escoger obras que, además de permitirle brillar, encajaban entre sí con un sentido sólido. Fueron en total dieciséis canciones –un número enorme para un recital en solitario– que coincidían más o menos en su época de composición y que dieron una panorámica amplia de cómo se entendía el amor –por qué no decirlo: de forma harto empalagosa, rozando a menudo lo hortera– en la ópera y la canción de concierto mediterránea de finales del XIX y principios del XX.
A pesar del anacronismo que puede ser un espectáculo como este para muchos oídos modernos, hay que reconocer que José Bros lo dio todo y el público, sobre todo el de cierta edad, lo disfrutó locamente. Comenzó con algunas inseguridades en el delicado canto legato que exigen las canciones de Tosti, pero pronto, a partir de la “Musica proibita” de Gastaldon, se desplegaron todas sus virtudes en los números de contenido más dramático de Cilea, Denza y Verdi, Bros abusó, para deleite del público, de su reluciente y atronador registro agudo, en el que a veces se colaron vocales demasiado abiertas o emisiones un tanto al límite. Afortunadamente mostró también gran gusto interpretativo con las cuatro piezas francesas que abrieron la segunda parte, y coronó el recital con cuatro números de zarzuela que le sentaban como anillo al dedo a su brava forma de expresarse.