19 SET. 2015 GAURKOA Ecos de Catalunya Iñaki Egaña Historiador La celebración reciente de la Diada, las elecciones para el 27S, el Procés y estos últimos años de dinámica independentista en Catalunya, han creado en Hego Euskal Herria un eco sostenido, entre el romanticismo de los que sienten el soberanismo como un pulso biológico, los sedientos de la envidia política y aquellos que buscan experiencias como espejos para su propia estrategia. Nada es igual y todo es lo mismo; al margen del estribillo de una canción, es una idea extendida que en esta ocasión asimismo aparece repetidamente. Vascos y catalanes son sujetos diferentes que tienen su punto de unión en dos adversarios seculares (también enemigos), la construcción de los estados-nación de España y Francia. El resto, sin embargo, se desliza por la diferencia. Si históricamente la política vasca ha ido a rebufo de la catalana, especialmente en el tema estatutario, habría que recordar que el último impulso del Principat llegó precisamente por la reivindicación desatendida de una singularidad vasca en su relación con Madrid, el Concierto Económico. Una singularidad que procede, ni más ni menos, del final de la Segunda Guerra carlista (1878), que desde entonces, con la excepcionalidad franquista para Bizkaia y Gipuzkoa, es el faro que rige la línea política vasca institucional, a través del PNV. No quiero parecer un obsesivo de la historia para explicar el presente. Pero sí tomarme la licencia para la reflexión. El Concierto Económico, avalado incluso por la más extrema de las derechas en esos casi 140 años de vigencia, es el freno para la independencia, la excusa secular de un partido que nació independentista, el PNV, pero que jamás hizo una apuesta seria por ella. Y esa es la primera de las razones para la diferencia. La derecha catalana, al menos uno de sus sectores más influyentes, incluido el empresarial, apuesta hoy por un proceso soberanista. La derecha vasca, en cambio, apuesta por ese encaje infinito con la corona que ya ejercían banderizos y carlistas desde las conquistas medievales. Un poso que aparece en el ADN vasco desde hace siglos. Y que no va a cambiar de la noche a la mañana. Sería una frivolidad, en esa misma observación, añadir que el PNV es la continuación del carlismo, monárquicos también a fin de cuentas, o de los foralistas previos o posteriores. Lo sensato, mi opinión al menos, es que hay una idea asentada entre nosotros, la del pacto permanente para no perder esa singularidad atávica desde las conquistas-incorporaciones a Castilla-España. Una idea que en cada época tiene sus portavoces, sus expresiones organizativas y que en los últimos cien años se llama PNV. Los muebles de la desaparición de los fueros se salvaron con los conciertos, y en esas estamos. Ese sector ha sido hegemónico entre nosotros desde tiempos. Otro, en cambio, se ha expuesto intermitentemente. Un sector rebelde, que se ha mostrado, tanto en el sur como en el norte del país, de manera puntual. El paradigma son las matxinadas. Pero este sector, con un pactista asentado, y por el propio perfil humano de Euskal Herria, no ha estado preparado para una guerra prolongada. Ha provocado, en ocasiones, una guerra de posiciones, para evitar la asimilación. La novedad histórica de esta comunidad la ofreció la izquierda abertzale, con una estrategia integradora de aquella tercera vía que ofreció la transformación industrial del país y la aparición de nuevas corrientes ideológicas. Esta «anomalía» histórica, sin embargo, no estaba preparada tampoco, porque el medio no lo permitía, para una guerra prolongada, o en términos civiles, para una estrategia de vuelco en las hegemonías. Sin embargo, su impronta revolvió la cesta. Hasta el punto que el sector pactista aceleró sus tácticas puntuales. Y convirtió a la izquierda abertzale, según coyunturas, en adversario o en enemigo. Una vuelta al pasado. Ejemplos numerosos que los conservarán seguramente en la retina. Me voy a detener en uno cercano, únicamente como reflexión de hasta donde llega el «alma pactista». Perdonen el salto y la particularidad. Es el caso del Consejo de Administración del extinto Consejo de Administración de la Kutxa guipuzcoana. Al margen del proceso presidencial de la misma, agrupadas formaciones españolas y vascas en desalojar de la misma a la izquierda vasca, se produjeron un total de decenas de votaciones unitarias en las que coincidieron PP, PNV, PSOE y CCOO (junto a un sindicato amarillo), contra ofertas de justicia social de Bildu. El pactismo vio amenazado su estatus. Y eligió. La izquierda abertzale como enemigo, no como adversario. En esta ocasión de clase. Esta conjunción es la que ha permitido al Estado español, precisamente, sentirse arropado en Hego Euskal Herria. Su legitimidad no la ha conseguido únicamente con tanques o estados de excepción, sino a través de su mayor aliado en los momentos de pulsión política, el PNV. En este escenario, la izquierda abertzale se encuentra con un gran dilema. Por partida doble. Por un lado en su propia dinámica, la de romper con la línea pactista, es cierto que sui generis, que ha llevado hasta ahora. Me explico. La negociación con los estados para superar el listón estatuto-conciertos, a través de una estrategia político-militar. Negociación era, a fin de cuentas, un nuevo pacto. El cambio estratégico hacia la unilateralidad obliga a una profunda reflexión que no concluye en dos días. Por otro lado, en esa acumulación de fuerzas para esa nueva estrategia, la de su relación con el PNV, el paradigma del pactismo histórico y actual. Y este dilema se amplía en otros dos. Actuar como sector hegemónico o actuar como nación. Una mezcla en la que aún no se han desbrozado las reflexiones y tácticas. Y una decisión difícil, más aún cuando el PNV se ha convertido en un fin en sí mismo. Ahí entran precisamente los ecos del Procés de Catalunya. Una vía que tiene también sus rutas diferenciadas. Las que conocemos. Y que, al contrario de lo que pueda sugerir, no es una vía íntegramente nacional. Las propuestas, sobre todo de clase, lo manifiestan. Aunque los ecos se confundan e incluso contaminen. El resto de las diferencias son ya conocidas. Territorialidad, sobre todo. Alianzas, en el horizonte. Movimiento social, el quid de la cuestión. Euskal Herria sufre de rupturas generacionales, vacíos en la cohesión popular y, sobre todo, una dependencia manifiesta a la estructura partidista y sindical. Una dependencia de la que nos hemos desmarcado únicamente en momentos puntuales (lucha contra Lemoiz, movimiento vecinal...). Una concepción «vanguardista» (que afecta a todas las familias políticas) que a pesar de ser denostada en la teoría, sigue siendo referencia en las dinámicas políticas, lo que provoca, por extensión, una supeditación a las coyunturas provocadas por el medio institucional. El Procés del Principat, con todas sus experiencias, sigue siendo un proyecto ajeno. O al menos diferente. Es cierto que el desgaste que genera en la naturaleza de la idea de España es importante. Quizás histórico. Un desgaste que, puesto que se trata del enemigo en común, requiere atención y, según los acontecimientos, empatía. Pero previamente debemos despejar decenas de dudas, de acoplamientos, de reflexiones y de alianzas. Las olas sirven para avanzar hacia la costa. Los que vivimos en ella sabemos que esas olas no tienen en su longitud ni la misma intensidad ni la misma altura. Los surfistas las eligen donde las consideran más oportunas. No siempre aciertan. Pese a ello, creo que hay que seguir navegando, mientras esperamos esa ocasión propicia. Y para ello, las evaluaciones del estado de la mar, como hacían los viejos arrantzales, son la base para alcanzar el objetivo. Los surfistas eligen las olas donde las consideran más oportunas. No siempre aciertan. Pese a ello, creo que hay que seguir navegando, mientras esperamos esa ocasión propicia