Beñat ZALDUA
TRES VÍAS, UN OBJETIVO (Y III)

UNA PANCARTA DE 1982, PUENTE ENTRE LA TRANSICIÓN Y EL 27S

La historia del independentismo no arrancó en 2012, igual que la CUP no cayó del cielo al Parlament hace tres años. Fino pero ininterrumpido, un hilo subterráneo enlaza el proceso actual con las luchas de la Transición. De eso sabe un rato Carles Castellanos.

Marzo de 1982. La Crida a la Solidaritat convoca una manifestación en contra de la LOAPA, la ley que formalizó el «café para todos» autonómico. La Crida propone el lema «No a la armonización, autodeterminación». El PSC se borra y CiU contrapropone el lema «No a la LOAPA, somos una nación». El bloque independentista decide finalmente acudir con su pancarta, clara y concisa: «Independència». Cuatro días después de la manifestación son detenidas y encarceladas seis personas, acusadas de sostener dicha pancarta. Son las hermanas Blanca y Eva Serra, Teresa Lecha, Mait Carrasco, Ramon Pelegrí y Carles Castellanos. Memoria viva de una corriente subterránea que mantuvo la reivindicación independentista cuando el grueso del catalanismo viró hacia el peix al cove pujolista con la declarada intención de ayudar a reformar y modernizar España.

Tres décadas más tarde, Castellanos fue uno de los fundadores de la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Pero apenas es la penúltima parada de un largo viaje. Este veterano militante independentista sostiene en sus manos ese hilo subterráneo que enlaza la lucha antifranquista en el PSAN con el proceso actual, pasando por el Moviment de Defensa de la Terra (MDT) y Terra Lliure durante el largo sopor pujolista. Tras toda una vida de militancia activa, en la actualidad sonríe intentando enumerar las incontables escisiones de la Esquerra Independentista a lo largo de los años, empezando desde los primeros compases de la Transición. «Siempre creímos que la vía electoral exclusiva, sin un movimiento de masas detrás, era un suicidio», explica Castellanos, que añade que el objetivo durante largos años fue la «acumulación de fuerzas». En esa lógica enmarca lo que llamaban la «propaganda armada» de Terra Lliure.

Después del punto de inflexión que supusieron las operaciones jurídico-policiales de 1992 («Intentaron acabar con nosotros», recuerda Castellanos), la Esquerra Independista entró en una nueva fase de suma de fuerzas. «Empezaba a gestarse lo que hoy en día es la CUP», explica el militante catalán, que remarca incansablemente el papel clave que ha tenido a lo largo de las últimas décadas toda la red de ‘Casals’ repartidos a lo largo y ancho de los Països Catalans. «Han sido núcleos vitales para la agitación y la activación social», asegura.

Un relato paralelo

Frente al relato más extendido que en Catalunya acostumbra a situar el motor de los cambios en grandes iniciativas institucionales, Castellanos reivindica sin cesar un relato paralelo que acostumbra a situar la movilización popular de base en el centro de la ecuación. Lo hace con el Estatut, que dice que fue una «respuesta a la conciencia independentista latente y creciente», y lo hace sobre todo con el proceso actual, que se niega a situar en aquella primera Diada de 2012. Tampoco en la manifestación de Òmnium del 10 de junio de 2010. «Antes de eso ya convocamos manifestaciones importantes de 100.000 personas desde la Plataforma pel Dret a Decidir», el embrión de lo que dos años más tarde se constituyó como ANC. Y sobre todo las consultas: «Se impulsaron en buena parte desde la Esquerra Independentista, pero estuvieron completamente fuera de su control. Fue todo un estallido. Votaron más de 800.000 personas y se movilizaron más de 20.000 voluntarios. Sin eso no se explica lo que vemos hoy en día».

Sobre ese hoy en día, que ahora mismo no es sino el 27S, Castellanos se muestra optimista. De hecho se muestra más que satisfecho con la fórmula finalmente empleada por el independentismo: «Es un acierto que la CUP no entrase en Junts pel Sí, pero está bien que haya una lista grande que se lleve los restos de la ley d’Hondt».

¿Y sobre el liderazgo de Mas? Perro viejo, Castellanos da una de cal y otra de arena: «Tiene una doble cara. Es un líder de masas capaz de atraer a gente despolitizada, y en ese sentido tiene un papel importante y positivo, pero sabemos de dónde viene, y políticamente no es de fiar». ¿Y eso de compartir el camino hacia la independencia con la derecha? «La verdad es que hace años ni lo imaginábamos. Simplemente no nos cabía en la cabeza que la derecha pudiese ser independentista. No es lo más cómodo, siempre hay que recelar, pero si el proceso va para adelante, ¿por qué no?».