11 OCT. 2015 EDITORIALA No pienses en un ratón EDITORIALA El falso debate sobre el concierto y el cupo de estos días ha demostrado, además de la ignorancia y la tendencia natural a la demagogia de gran parte de la clase dirigente española, la debilidad de las posiciones actuales del neoautonomismo vasco defendido por Iñigo Urkullu. En medio de la descomposición del entramado institucional, político y económico derivado de la Transición española, con un proceso catalán lanzado en términos de revolución democrática y nacional, con una mayoría abertzale como no ha habido antes en el Parlamento de Gasteiz, con la caída del régimen que ha dado paso a un Gobierno del cambio en Nafarroa y a la alcaldía de Iruñea, que se suma a los alcaldes abertzales de las otras tres capitales del sur, con una dinámica política vibrante en Ipar Euskal Herria… desde el Estado el debate público sobre Euskal Herria se quiere situar artificialmente en el mismo punto al que lo ha llevado el lehendakari Urkullu con su discurso sobre la «nación foral». En la misma semana en que el lehendakari sorprende a propios y extraños declarándose una especie de «unionista concertado», admitiendo que de poder votar voluntariamente él preferiría la unión con el Estado a la independencia, cuatro varones mesetarios se lanzan a atacar el cupo, el concierto y el amejoramiento, y con la ayuda del unionismo mediático el debate prende. Y, de repente, un Ejecutivo que llegó a Ajuria Enea prometiendo un nuevo estatus refrendado por la ciudadanía de los tres territorios para este mismo 2015, se encuentra defendiendo el cupo y un Estatuto incumplido por el Estado desde hace casi cuatro décadas, respondiendo en clave defensiva a un escenario irreal planteado desde fuera, ajeno a su programa, al equilibrio de fuerzas y al mandato recibido en las urnas. Urkullu dice que lo hace bajo el principio de «realismo político», pero lo que transmite es una posición de debilidad que fía su futuro a poder concertar con el PSOE en Madrid. Lo único que está logrando esta estrategia es rebajar las aspiraciones de su comunidad, frenar las capacidades de la sociedad vasca y limitar las potencialidades del país. Esta política es la definición de lo que, en su libro “No pienses en un elefante”, el lingüista George Lakoff critica como asumir el marco, las estructuras mentales o la cosmovisión del adversario. No pienses en un elefante… ni en un ratón Más allá del choque permanente que esta perspectiva subordinada tiene con la realidad institucional española –los portavoces jeltzales están permanentemente datando rupturas de compromisos e incumplimientos sistemáticos del marco estatutario por parte de Madrid–, lo peor de esta visión es que rebaja el nivel de las aspiraciones sociopolíticas y culturales vascas. El recurso permanente a la comparación con los índices de regiones españolas supone que la máxima aspiración del PNV para este país es ser «españoles de primera». El clásico lema rendicionista de «mejor cabeza de ratón que cola de león», con sus derivadas de orgullo que deriva en soberbia, toda una receta para empobrecerse como sociedad y como país. Esa pauperizada visión de nuestras opciones colisiona frontalmente con los horizontes que marcaban esta misma semana Arnaldo Otegi en su entrevista a “La Directa” y el lehendakari Juan José Ibarretxe junto a Anjel Oiarbide en su charla en Beasain. Un mal acuerdo gris entre élites mediocres frente a una dinámica popular democrática. El contraste es tan grande como el existente entre los protagonistas. En otro terreno radicalmente distinto, el rector de la UPV-EHU, Iñaki Goirizelaia, lo expresaba claramente cuando se le planteaba que en comparación con las universidades públicas españolas el presupuesto de la vasca se había mantenido y estaba arriba en el ranking. Para Goirizelaia compararse en inversiones con las universidades españolas es un error. El marco de referencia para medir la situación de la universidad vasca debe ser el marco occidental, europeo, y en concreto aquellos países que mejor lo están haciendo (una idea que Ibarretxe reforzaba con datos sobre innovación y desarrollo en el caso de países «nuevos» y relativamente pequeños como el nuestro). Sin ánimo de simplificar, partiendo de la evidencia de que los presupuestos son finitos e invertir en algo implica establecer prioridades y quitar de otras partidas, asumiendo la obligación de evaluar críticamente lo que realmente se hace con esa inversión pública en educación e investigación, es decir, admitiendo lo complicado de desarrollar estas políticas públicas, es evidente que la referencia española es pobre en términos científicos y económicos, y que no sirve para mejorar, sino para chulearse neciamente. La sociedad vasca corre un serio riesgo de tomar la mediocridad como referencia y empobrecerse económica y culturalmente como consecuencia. Con humildad y determinación, puede tomar otros caminos. Parafraseando a Lakoff, no pensemos en un ratón.