«La evolución de M-ak en la década de los ochenta es larga y fatigosa»
M-ak se forma como banda en 1984, tras la edición de «MMMM», un disco del inquieto y sobresaliente guitarrista Kaki Arkarazo, ingeniero y productor en sus estudios Garate de Andoain. La reedición en vinilo de «Barkatu ama» rebobina los recuerdos y les sitúa de nuevo en el presente.
La historia de M-ak desemboca en uno de los proyectos musicales más atrevidos y lúcidos de los ochenta. Y lo tuvieron muy difícil al tener por delante al heavy metal y el punk ocupando la actualidad, incluso cierto estilo pop que no iba con ellos. Bajo este clima adverso nace M-ak, que con tesón y valores tangibles consigue situarse en una buena y reputada posición, aunque fuese en su última etapa.
La reedición en vinilo de «Barkatu ama» (edición original del 28 de abril de 1989) sirve para reivindicar una carrera, un tiempo de inquietudes y su disco más sobrio. Elkar lo reedita en vinilo de 180 gramos, respetando el encarte interior y con buen sonido. En la carpeta del álbum aparece su hijo Martxel con un par de años y un buen caos alrededor, quien hace unas semanas cumplía 29 años. Ese niño se ha convertido también en músico e ingeniero de sonido en los estudios Garate.
Sus orígenes musicales no se relacionan con el rock, por mucho que ese sea el recuerdo que la mayoría tengamos de usted.
Así es. Empecé escuchando Laboa, Lete, Lertxundi... Soy del Goierri, Pablo. Jamás hubiese llegado a ser yo, naciendo en Donostia. En Lazkao no había música internacional. Me encantaban Agirre y Lopategi, y a menudo me cruzaba con el Dyane 6 de Lazkao Txiki cuando el bertsolari bajaba de Lazkaomendi camino de Beasain mientras yo jugaba en frente de los benedictinos, donde había nacido y crecido en una casita justo encima de la carpintería de mi padre.
¿Y el siguiente paso hacia el rock?
Aún en la adolescencia, comencé a ir a conciertos de Ez Dok Amairu con un casete Philips y los grabábamos con una avidez brutal. Éramos los pioneros de la piratería. Pero analógica claro. Al mismo tiempo empezábamos a escuchar casetes de los hermanos mayores. Recuerdo el “Low” de Bowie, Lou Reed, The Who, Bob Marley… En casa de Angel Katarain la mezcla era ya poco menos que inverosímil. Lo mismo estábamos oyendo Albinoni que Triana, King Crimson o Pink Floyd. Pero en esta misma falta de criterio alguno estaba la clave de nuestra concepción anárquica de la música.
¡Una pareja estratosférica!
Angel y yo éramos como dos marcianos recién llegados a la Tierra. El Goierri era terreno virgen a explorar y nosotros estábamos por encima del bien y del mal. Angel estudiaba electrónica en Donostia y lo mismo me fabricaba un ampli de guitarra que experimentábamos con productos químicos con objetivos inconfesables. Explorábamos cuevas en Ataun con carburo oyendo Peter Hammill mientras nos hacíamos fotos inundando de flashes la cueva pensando en portadas de futuros discos, o tocábamos instrumentos acústicos para seguir el camino del sonido que se esparcía por las galerías. Nos guiaba un espíritu de búsqueda, de juego científico, que más tarde trasladaríamos a las grabaciones. De ahí viene el sentido experimental de M-ak. El origen. Esto nos llevaría más adelante hasta Valladolid, al primer concierto de Laurie Anderson, a ver a Brian Eno, Robert Fripp, posteriormente a Xabier Montoia en Donostia y a M-ak. También hay una especie de interludio sonoro que creamos Angel y yo contemporáneamente a los primeros años de M-ak que llamé Matxinadak. Salió con mi nombre aun siendo una obra de ambos. Pasajes instrumentales experimentales donde se ve qué inquietudes nos movían.
Con todo, sus primeros años de inquietud aún cuentan con más pasajes curiosos, casi alucinógenos para usted.
Sí. Mis padres me llevan a Ataun a un concierto de Laboa en el que los hermanos Zabala simulan el bombardeo de Gernika con cintas de bobina abierta a un volumen brutal. Ahí, entre montes donde los hermanos Artze tocaban la txalaparta mientras los bafles vomitaban bombas y ráfagas. Me quedé sorprendido. También oigo y veo en el pabellón de Ormaiztegi a Errobi. Con sus guitarras Ovation. Dos voces y dos guitarras haciendo algo increíble. Otra marca.
Toca estudiar en Bilbo, pero la música...
Salgo del Goierri hacia el barrio de Deustua, Bilbo, con Ander Iturriotz. Él sí que acabó sociología. Ritxi Aizpuru, Mikel Antza y yo también empezamos con buenas intenciones. De hecho traducíamos en clase simultáneamente al euskara todos los apuntes para fotocopiarlos después. Para algo éramos todos irakasles de euskara, y de primer nivel, además. Vivíamos juntos en la calle Cristo y yo daba clases justo enfrente, en el Ayuntamiento, en el despacho del después asesinado Brouard.
... y la literatura
Cierto. En concreto estaba entonces flipando con “Ziutateaz” de Bernardo Atxaga. Después la sociología como ciencia transformadora me decepcionó. Un bluf. Conocí a los profesores top: Mardones, Olabuenaga, Paco Llera, Paco Garmendia... Buenos profesores, pero fontaneros del sistema establecido al final. Nada del “Transformer” de Lou Reed. Así que cogí y me fui a Hondarribia. Viví allí un tiempo y empecé a tocar con Anjel Valdes. Una gran amistad para toda la vida. También estaban Hasier Etxeberria, Dina Bilbao, Josu Iztueta y Mikel Mayoz. Grandes todos. Ahí llamé de nuevo a Angel Katarain para montar mi primer estudio de grabación. Y me llamaron entonces de Bera. Era el 80. Me fui a tocar verbenas con unos chavales, Laket. Ya sabes, Fernan Irazoki, Mikel Artieda y Javier Pérez de Azpeitia. Ahí ya versionábamos, junto a Irantzu Silva, Pretenders, Police, Clash, Stevie Wonder, The Who, Janis Joplin... Pero la verbena no me llenaba. Tenía mis propios temas y ya los estaba grabando en mi cuatro pistas de bobina e incluso con Angel, que ya trabajaba en IZ, como técnico.
¿Cómo se hizo guitarrista y tan notable?
Lo mío era innato. Yo tocaba la batería de crío en la cocina con los cubiertos, dándole la vuelta a las sillas, poniéndolas patas arriba. Entonces mi madre empezó a comprarme instrumentos: piano, acordeón, doremi, un tocadiscos, armónica… Todo con tal de sacarme de la cocina. Ya con seis o siete años mi difunto tío Antonio me regaló mi primera guitarra. Decía que la encontró tirada en la sociedad. 30 años después me enteré que estuvo preguntando a conocidos músicos de Ordizia para que le asesoraran en la compra del regalo. Al final cayó mi mítica Guild. Angel y yo fuimos en tren a por ella después de nadar en un mar de dudas. Eran 57.000 ptas. Con 13-14 años ya tocaba en Lazkao en cualquier fiesta. Incluso montamos un combo llamado Lazkaoko Orkestra. Llegué incluso a subir alguna vez al escenario y tocar la Telecaster de Saldias con Egan. También aquella de doble mástil que tenía tipo Jimmy Page y mientras tanto el difunto Peláez, gran batería, gritaba por detrás: “¡Este chico promete!”. También toqué con Jokin eta Josu, dúo de Lazkao que grabó un disco en Madrid para IZ. Con ellos llegué a tocar en el césped de San Mamés en el Bai Euskarari en 1978.
Y ya en Donostia se crea M-ak. Marcianos perseverantes y una isla en la escena.
Xabier Montoia venía de descubrir el punk en Londres y de crear Hertzainak en Gasteiz. Con él empiezo a conocer artistas con los que me identifico automáticamente. Es como una ventana abierta que me brinda un aire que necesito. Gracias a él conozco a artistas como John Cale, Arto Lindsay, Golden Palominos, Material o Funkadelic o incluso Gilberto Gil. También todo el after punk minimal: Young Marble Giants, Ben Watt, Kevin Coyne... Además los dos somos fans de los Jacksons, por lo que todo OK. La evolución de M-ak en la década de los 80 es larga y fatigosa.
Y el área musical se amplía...
Claro, también están otros dos nombres básicos en este inicio como son Álvaro Matxinbarrena, diseñador e imagen de M-ak en el origen, así como inspirador; de hecho, con él me introduzco de lleno en las atmósferas de Eno y Byrne, por ejemplo. Y por otro lado está Mikel Antza, poeta bohemio y soñador con el que ya viví en Bilbo anteriormente, y que compone en estos días “Ehun ginen”, tema fundamental en la historia de M-ak.
El primer disco es una experiencia musical propia a modo de colectivo.
“MMMM” lo produjimos Angel y yo a medias. De hecho los dos nos fuimos donde Jesús Ordovás (Radio 3) a Madrid a promocionarlo. Seguro que lo flipó. Por supuesto la Policía nos detuvo en Chamartín. Montoia, Irantzu, Irazoki y Artieda colaboran en las grabaciones y el disco se presenta como un proyecto abierto, una especie de red de colaboraciones. La presentación aquí la hacemos en Xaribari, la tienda de moda.
«El grupo crece, el sonido es cada vez más brutal, las letras cada vez se clavan mejor»
Tras el disco debut, las relaciones cambian y nace M-ak como grupo.
Así es. Xabier se consolida como cantante y letrista. Álvaro sigue con la imagen y Kata con el sonido. Pero hasta “Zuloa” [diciembre del 87] no conseguimos lo que yo soñaba, léase la sección rítmica beratarra. Empezamos con Artieda y Fernan, pero Mikel Artieda, bajista único en su especie sufre una crisis de identidad de las suyas y Fernan nos presenta a su hermano Mikel, con pulseras de clavos y pelambre a lo Lords of the New Church, diciendo que toca el acordeón y algo de bajo. Bueno, pues al primer ensayo ya tocaba mejor los temas que nosotros el muy cabrón.
Llegan los malos tiempos y el reconocimiento.
De ahí al “Barkatu ama” no hay más que un gran paso de madurez, creo yo, y en todos los sentidos. El grupo crece, el sonido es cada vez más brutal, las letras cada vez se clavan mejor. Y yo también me siento más cómodo como productor. Eso sí, que quede claro que pasamos tres o cuatro años sumergidos en un eterno predicar en el desierto. Escenarios sin público, apenas reconocimiento alguno, caras raras, incomprensión… ¡Amigo! El ir por la vida contracorriente o creando corrientes alternativas a lo establecido no es fácil, pero como dicen los cubanos, mola. Ya en esta época [1989] se ve cierto reconocimiento a nuestro trabajo. Hay bandas que citan nuestra influencia; tocamos con Kortatu... Digamos que es un momento dulce sobre todo teniendo en cuenta de dónde venimos y el trabajo realizado. P.C.