26 NOV. 2015 JO PUNTUA Los «femminiélle» frente al tiempo Itziar Ziga Activista feminisa Deseo tener otra vida para transitarla en Nápoles. Esa ciudad arrebatada que mira de frente al Vesubio, donde los coches siempre circulan como si les persiguiera la Policía. Allí me hablaron de los femminiélle, criaturas de género singular que habitan los barrios antiguos desde tiempos remotos. Se nombran a sí mismos y son nombrados en masculino, aunque su feminidad estética es manifiesta. Se casan de blanco al atardecer ante una iglesia y a los nueve meses, escenifican el alumbramiento de un bebé. Los femminiélle son respetados y queridos por la comunidad. Se considera que atraen la buena suerte, es costumbre dejar en sus brazos a los recién nacidos para que bendigan sus vidas. Y junto con las mujeres organizan una tómbola popular en la que jamás participan varones y donde un femminello suele ser maestra de ceremonias, teatralizando cada número que sale con la metáfora de su significado según una cábala napolitana de origen desconocido llamada smorfia y que sirve también para interpretar los sueños. Cada madrugada del 2 de febrero, los femminiélle salen en romería hacia el santuario de Montevergine, donde antaño existió un templo consagrado a Cibeles, la Madre Tierra. El culto antiguo a esta gran diosa era profesado por hombres que se castraban ritualmente y se travestían. En otras peregrinaciones a Montevirgine, es un femminello quien guía a la multitud. Como en tantas culturas anteriores o supervivientes a la imposición del monoteísmo patriarcal y del capitalismo, aquellos seres que gravitan entre lo masculino y lo femenino cumplen esa función sagrada de mediar con el más allá y con el destino. Ayudan a la comunidad a canalizar la angustia ante lo incontrolable de la existencia humana. No son ni hombres ni mujeres, ni travestis ni transexuales: son femminiélle. Pero su pervivencia en el siglo XXI nos recuerda que el rígido y doloroso binarismo de género no sólo es superable, sino también recuperable. Y que cuanto más preservemos las singularidades hermosas de nuestras culturas, menos indefensas estaremos ante la dominación.