07 FEB. 2016 LA HERENCIA DE UPN NAVARRA ARENA, EL DELIRIO VACÍO DE IRIBARREN Y ESPARZA Nafarroa tiene un pabellón con capacidad para 10.000 personas que deja pequeño al Madrid Arena y que puede que no se llene jamás. La historia de este desastre va ligada a la ambición sin medida de varios políticos y a SPRIN, la empresa donde se gestó todo. Aritz INTXUSTA El lunes pasado se abría el Navarra Arena a los medios de comunicación. Antes de entrar, pasaron lista para que nadie se perdiera por las inmensas instalaciones. Parecía una broma. «Si os perdéis, os vais a quedar aquí hasta que se abra», ironizaba un cámara. Y de broma, nada. El pabellón es inmenso. Además de la gigantesca pista central para miles de personas, está lleno de recovecos, gimnasios, salas de prensa, vestuarios, tres bares completamente montados... Por no entrar en los sótanos y sobretechos llenos de mecanismos hidráulicos de asientos y tramoyas. En el momento de terminar la visita y verificar que no faltaba nadie, todos se lo tomaron bien en serio. El Navarra Arena es un pabellón de 60 millones de euros, y probablemente los valga. Su historia es distinta al del Palma Arena, cuyo presupuesto se infló y se infló hasta que acabó provocando que el presidente balear, Jaume Matas, acabara entre rejas. Al contrario, en Iruñea las previsiones de gasto se cumplieron. El problema del Navarra Arena es anterior, está en su misma concepción. La construcción del Arena comenzó en 2009, pero fue en el 2011 cuando, debido a la crisis, desde UPN se dio orden de paralizar las obras. El escándalo tardó en saltar un poco más. Llegó cuando un informe de los funcionarios del Instituto Navarro de Deporte y Juventud (INDJ) concluyó que era inviable abrir el pabellón de forma continuada. A día de hoy, con la obra sin terminar, esa paralización puede provocar que se disparen los costes (debido a las indemnizaciones) hasta los 68 millones. Lo llamativo del caso Navarra Arena es la opacidad del proyecto. Siendo la principal infraestructura acometida en Iruñea desde que se levantara el Sadar en los años 60 (y la más cara en materia deportiva), los técnicos del INDJ no hicieron un estudio de viabilidad del pabellón hasta noviembre de 2012, cuando las obras estaban ya al 90% y la infraestructura se había tragado 54 millones. En el origen de este despropósito está Francisco Iribarren, una de las personas más importantes de la historia reciente de Nafarroa. Iribarren fue el vicepresidente de Miguel Sanz y, desde 2003, consejero de Economía y Hacienda. En el año 2005 creó la empresa pública SPRIN, que presidiría él mismo con objeto de promover grandes infraestructuras. A través de SPRIN, UPN acometería varios de los proyectos más polémicos, de entre los que destacan del Circuito de los Arcos y el Navarra Arena. El ente fiscalizador navarro, Comptos, jamás vio con buenos ojos a SPRIN. Su crítica era que el Gobierno entregaba proyectos a esta empresa, pese a que luego SPRIN tenía que subcontratar todos los trabajos. De hecho, diversos informes recogen que no llegaba a una decena de empleados. Pese a esta incapacidad material, el Gobierno de Miguel Sanz encargó a SPRIN el diseño de un gran pabellón para Nafarroa para, como destacaba el expresidente, que las finales de pelota pudieran jugarse en Iruñea. De este modo, en lugar de que fueran técnicos del gobierno los que valoraran si hacía falta un gran pabellón para Nafarroa y cuáles habían de ser sus características (cosa que hubiera salido gratis), SPRIN contrató a una empresa externa, llamada IDOM. La factura para las arcas públicas, según recogió Comptos el año pasado, fue 612.000 euros. Esparza al frente de Deportes El responsable del INDJ no dijo nada pese a lo extraño de un procedimiento en el que se había dejado fuera a los técnicos del Gobierno. En aquel momento, dirigía ese instituto Javier Esparza (actual líder de UPN) e íntimo amigo de Iribarren, ya que fue él quien apadrinó su entrada en la política. Lejos de exigir una mayor supervisión, Esparza mantuvo a los técnicos del INDJ lejos del Navarra Arena. De este modo, comenzaron las obras del proyecto y Esparza pasó a ser su principal valedor, sacándose fotos con casco de albañil. El exportero del Osasuna Promesas veía en todo esto una oportunidad de ascender en política. Pese a que no habían participado en la «gestión técnica del proyecto», el instituto de Esparza correría con todos los gastos. Sin embargo, los estudios realizados por SPRIN no estaban bien fundamentados. Comptos llega a decir que no existía un análisis de las necesidades de una infraestructura así. SPRIN preveía que para 2016 el Arena ya estaría dando beneficios y reuniría, al menos, a 430.000 personas al año en unos 80 eventos. Según SPRIN, el 45% de estos eventos serían deportivos, el 39% «de espectáculos y variedades» y el resto, conciertos. Nada de esto se ha cumplido. De hecho, como no existía una demanda real de una infraestructura tan enorme (ningún equipo deportivo navarro al margen de Osasuna congrega más de 2.000 espectadores), se intentó hacer con el pabellón una especie de navaja suiza. El suelo de la cancha principal se abre para que emerjan unas gradas hidráulicas de varios pisos que llegan hasta el techo. Estas gradas son orientables y pueden mirar hacia un frontón (3.000 espectadores) o al lado contrario, donde sigue habiendo espacio para una cancha de baloncesto y unos 7.000 espectadores. Semejante obra de ingeniería sigue hoy colgada en la web de la constructora, Waagner Biró, como uno de sus grandes proyectos, junto al Louvre de Abu Dhabi o la Ópera Copenhage. Estas gradas mecánicas fueron uno de los puntos más decepcionantes de la visita del lunes al Arena. Los responsables de Cultura no las desplegaron, porque pese a los mecanismos automáticos se requiere también mano de obra especializada. Cada reconversión de la cancha, con más de una decena de configuraciones posibles, tiene costes. Hoy, la mayoría de asientos que costaron millones de euros están todavía cubiertos con bolsitas de plástico. Para colmo, los engranajes necesitan mantenimiento periódico, además de gasto de calefacción, ya que no pueden bajar de determinada temperatura. Lo mismo ocurre con el sistema hidráulico del techo, pensado para los juegos de luces de esos «espectáculos y variedades». Mientras SPRIN estuvo funcionando y Esparza dirigía el INDJ, nada de esto se cuestionaba. Pero la empresa que creó Iribarren tuvo que cerrar en 2011 por sus pérdidas. El escándalo era tal que instituciones afines a UPN, como el lobby neoliberal Institución Futuro, dijo que habría que «plantearse muy seriamente realizar operaciones tipo SPRIN» (informe de mayo de 2013). El cierre de SPRIN y la marcha de Esparza del INDJ se producen el mismo año: 2011. Resulta curioso que, pese a que Iribarren había dejado su cargo en 2007, figure como apoderado de SPRIN en el momento del cierre, cuatro años después de su marcha. Iribarren reapareció después en la concesionaria del Canal y Esparza ascendió al consejero. Cuando el Instituto Navarro para el Deporte recibió en 2011 una obra realizada al 90%, sus nuevos gestores encargaron otro estudio. Esta vez, hecho por funcionarios. Sus conclusiones las recogió Comptos en un informe y son contundentes: «Se desecha la explotación íntegra y diaria del edificio al no garantizarse los ingresos suficientes para lograr el equilibrio económico». Hoy, la inversión mínima para acabar las obras es de cerca de dos millones. El nuevo Gobierno habla de aperturas «parciales» para minimizar gastos, es decir, abrir partes del edificio. Mientras, los 10.000 asientos se llenan de polvo. 56 millones > Ya se han invertido 56 millones y queda por rematar el 10% de la obra. La constructora demanda otros 5 más por el retraso.