Mikel ZUBIMENDI
FÚTBOL

Cuando ganar un partido o marcar un gol puede ser un grave delito

Las hazañas deportivas del equipo kurdo Amedspor y las opiniones de su jugador más popular, Deniz Naki, han desatado una terrible campaña de difamación y abuso en Turquía.

Como ocurre en cualquier parte del mundo, el fútbol no es solo fútbol. Es también política. Los vascos (y los catalanes) sabemos mucho de eso, de lo que significa la expresión de las tensiones y los conflictos políticos en los estadios, del comportamiento español que siempre se inclina hacia el autoritarismo para exacerbar más el ambiente. Las históricas y monumentales pitadas al himno español, o las persecuciones que sufrieron jugadores como Eñaut Zubikarai u Oleguer Presas, o las barbaridades que tuvo que escuchar Aritz Aduriz por dedicarle una sonrisa a su familia mientras sonaba el himno… Sin echar atrás la mirada en el tiempo, no faltan ejemplos recientes de todo ello.

Sin embargo, lo que está ocurriendo en el fútbol turco, y muy especialmente con el equipo de la ciudad kurda de Diyarbakir –el Amedspor– y su popular delantero Deniz Naki –jugador de origen kurdo-aleví– es algo brutal, una persecución llevada al límite, como si le hubieran inyectado esteroides. Y a pesar del atronador silencio de las autoridades de la UEFA, que hasta ahora no han dicho nada, la gesta deportiva del Amedspor está traspasando fronteras, aunque lo que gana sobre el césped suponga nuevos ataques en la arena política contra el club.

En el marco de las hoy rotas negociaciones entre el Estado turco y el movimiento kurdo, se abrieron pequeñas ventanas de oportunidad que permitieron cambiar nombres propios o utilizer letras del alfabeto kurdo. En ese contexto, el equipo propiedad del ayuntamiento de Diyarbakır, el Diyarbakır Büyükşehir Belediyespor, no sin trabas y dificultades, aprovechó la ocasión y pudo cambiar su hombre por el de Amedspor (Amed es el hombre kurdo prohibido durante décadas de Diyarbakir) y adoptar los colores kurdos del amarillo, el rojo y el verde. Para los unionistas turcos, Amed sigue teniendo connotaciones independentistas, pero el proceso de diálogo generó dinámicas de tolerancia hacia la identidad kurda que hicieron posible el cambio de nombre.

No obstante, tras la ruptura de las negociaciones y con la guerra de Siria, la situación política se ha deteriorado por completo en Kurdistán. Áreas residenciales de ciudades kurdas como Cizre, Sirnak o Silopi han sido devastadas y en el propio Diyarbakir, su amurallado casco viejo de Sur, hoy en día en toque de queda permanente, es teatro de una guerra urbana devastadora que se ha cobrado muchas vidas. En esta atmósfera, entrenando con el ruido de las explosiones y el eco de la artillería y con realidades de devastación similares a las que llegan de Siria, prepara sus partidos el Amedspor. Sus seguidores, víctimas de graves violaciones de derechos humanos y de castigos colectivos, como no podía ser de otra forma, llevan su rabia y sus reivindicaciones al estadio.

Y en este momento crítico llegó la hazaña deportiva de un equipo que, parafraseando al lema del Barça, «es más que un club». Es sentimiento; es identidad; más que el equipo de una ciudad, es el equipo de Kurdistán, del pueblo kurdo. En cuartos de final de la copa, el Amedspor –que juega en lo que aquí sería la segunda B– eliminó a uno de los equipos punteros de Turquía, el Bursaspor de Estambul, y lo que fue una explosión frenética de felicidad para los kurdos, derivó en uno de los capítulos más bochornosos de la historia del fútbol.

«Los nuestros y ellos»

La Federación turca de Fútbol impuso graves sanciones al Amedspor. La razón: sus seguidores cantaron «eslóganes ideológicos» y, además de una multa de 25.000 liras turcas, el equipo tendría que afrontar la siguiente eliminatoria –contra el Fenerbache, paradójicamente el club del que el líder kurdo encarcelado Oçalan se declaró seguidor hace más de dos décadas y que cuenta con muchos hinchas kurdos de Estambul– sin público. Los cánticos decían que «no dejéis a los niños morir, dejarles ir a los partidos» o «Sur está en todos los sitios, en todos los sitios está la resistencia».

Por contra, la Federación no dijo nada ni vio nada sancionable en la increíble celebración del gol que marcó el delantero del Bursaspor y exinternacional turco, Semih Sentürk. Burlándose de los hinchas del Amedspor, les dedicó un saludo militar al marcar el gol del empate, mostrando que para él, al menos de manera simbólica, marcar un gol al «equipo de los kurdos» era poco menos que una acción de combate. Otro detalle, no menos increíble, fue el de la retransmisión de ese partido en los canales de televisión del Gobierno. El comentarista ni siquiera se dignó en nombrar al Amedspor por su nombre y, en una muestra de hasta qué punto está llegando la polarización y la perversión del lenguaje, durante todo el partido se refirió al equipo kurdo como «ellos».

Dos días después, los ataques se radicalizaron. Y esta vez se centraron en un jugador al que los turcos le tenían ganas desde hace tiempo. Se trata de Deniz Naki, el delantero más popular del Amedsport, de origen kurdo-aleví y doble nacionalidad turco-alemana. Tras marcar el gol de la victoria, colgó un mensaje en las redes sociales en el que decía que «el Amedspor no bajó nunca ni bajará la cabeza… dedicamos esta victoria todos los mártires y heridos que las atrocidades en nuestra tierra han dejado en estos 50 años». Y finalizó su mensaje, escribiendo en kurdo el tatuaje que porta en su antebrazo y que tanto irrita a los unionistas turcos, «Azadi» (¡viva la libertad!).

La respuesta turca no se hizo esperar: primero la policía asaltó las instalaciones del club y se incautó de ordenadores desde los cuáles, al parecer, se habían colgado mensajes en las redes sociales. Luego castigó con 12 partidos de sanción a Naki al considerar que sus comentarios eran «incompatibles con el espíritu deportivo» y divulgaban «propaganda ideológica». Por tanto, tras el histórico 2-1 contra el Bursaspor, el Amedspor debía encarar su siguiente eliminatoria sin su público y sin el concurso de su máxima estrella.

No era la primera vez en la que este jugador era víctima de la ira irracional turca. Según informa James M. Dorsey, autor del excelente blog "The Turbulent World of Middle East Soccer", Naki en su día condenó al ISIS y la destrucción de la ciudad kurda de Kobane en su página de Facebook. Tras la publicación, como siempre desde el anonimato, los insultos y los abusos en las redes sociales no se hicieron esperar. La cosa degeneró hasta llegar a la agresión física. Según contó el propio jugador al periódico alemán "Bild", fue abordado por tres hombres en un restaurante de Ankara mientras cenaba y le dieron un primer y último aviso: o se marchaba del club o sus días estaban contados. Luego fue brutalmente atacado como recordatorio de la amenaza.

El club al que entonces pertenecía, el Genclerbirligi S.K., lejos de arropar a su jugador, puso en duda la agresión y criticó que su jugador llamara la atención con sus «tatuajes provocadores, sus opiniones políticas o su etnicidad». Un club cuyo presidente, el octogenario Ilhan Cavcav, una especie de Jesús Gil a la turca, llegó a proponer a la federación turca la prohibición total de la barba para los jugadores y que, con el argumento de que él se afeita todos los días, ha prohibido a sus jugadores llevarla «porque los deportistas no pueden parecer islamistas».

Abuso sistemático

Lo cierto es que por mostrar su apoyo a «sus hermanos kurdos» que combaten al ISIS en Siria o por dedicar un gol a las víctimas de la guerra turca sobre Kurdistán, Naki se une a una lista creciente –periodistas, académicos, presentadores de televisión…– de señalados y perseguidos por las autoridades por haber mostrado su opinión en torno al conflicto kurdo. El excepticismo en relación al proceso de diálogo con el Gobierno kurdo aumenta entre los kurdos. Da la sensación que la situación se está volviendo incontrolada y que se les está escapando de entre los dedos.

Con todo, como el presidente del Amedspor, Ali Karakas, no se cansa de denunciar, es evidente que la espiral de persecución que vive el fútbol kurdo está políticamente motivada. Basta con ver en YouTube extractos de las retransmisiones televisivas para constatar que su equipo es recibido siempre con una actitud hostil, de tintes ultranacionalistas y racistas. O que, «por motivos de seguridad» a los hinchas del Amedspor se les veta el acceso a estadios mientras que sus jugadores se ven obligados a jugar en ambientes que parecen bélicos, sin el apoyo de los suyos, entre explícitas y directas amenazas de muerte.

En medio de todos estos ataques, Karakas se siente perplejo. En declaraciones a la prensa tras eliminar al Bursaspor afirmó que «todavía no sé si conseguimos un logro maravilloso o cometimos algún delito. Por una parte está nuestra hazaña deportiva y, por otra, tenemos que hacer frente a una fuerte campaña de difamación por parte de los que no pueden tragarla». Y fue más allá al constatar que todos los abusos a los que el Amedspor y especialmente su jugador Deniz Naki tienen que sufrir partido tras partido estaba «erosionando los vínculos y el sentido de pertenencia a Turquía». Y dio otro dato: el estrangulamiento económico al que tiene que hacer frente el equipo propiedad del ayuntamiento está llegando a proporciones insostenibles. Multa sí y multa también, son ya 230.000 liras turcas a las que tienen que hacer frente.

Jugar al fútbol en un equipo modesto kurdo en medio de una atmósfera de guerra como la que se vive en Diyarbakir no es algo fácil. Entrenar entre fuego de artillería y bombardeos, enfrentarse a una hostilidad alimentada por el Estado o verse obligado a oír el himno turco cada vez que saltan al césped, tiene mucho mérito y bastante épica. Y si además consigues hazañas deportivas contra clubes millonarios, victorias que tu pueblo las hace suyas, el significado de tu trayectoria traspasa las fronteras de lo meramente futbolístico.

El Amedspor y su estrella, Deniz Naki, son ya un símbolo más allá del deporte. Inspiran fuerza y ejemplo, fortalecen voluntades colectivas en la larga lucha por la libertad del Kurdistán.