04 MAR. 2016 El Velódromo, conexión entre la emoción y la política Un acto en el Velódromo trasciende la política y se adentra en las emociones y en los recuerdos renovados. Hoy habrá quien diga que es «vieja política», pero son los que nunca conseguirían llenarlo. Para un acto de masas hacen falta militancia e ilusión. Última actualización: 04 MAR. 2016 - 06:20h Iñaki IRIONDO Anoeta no es política, es el sentimiento de un pueblo» algo que «no se puede medir», algo que «los políticos profesionales» no pueden entender. Lo dijo Iñaki Antigüedad el 12 de marzo de 2011 en un mitin electoral de Amaiur. Es la última vez que una fuerza política se atrevió a convocar a su militancia en el Velódromo, y logró llenarlo. Con un aforo de entre 10.000 y 15.000 personas anteriormente, dependiendo de cómo se colocaran el escenario y las sillas de pista, el Velódromo de Anoeta –«El Velódromo» a secas– fue cita ineludible para los grandes partidos en las primeras campañas electorales. Los mítines que allí se sucedían se convirtieron en un termómetro del apoyo que podían tener después en las urnas PNV, PSOE o Herri Batasuna. Ahora, las nuevas normas de seguridad obligan a un control de asistencia limitado a entre 8.000 y 8.500 personas. Una medida así hubiera ahorrado en aquellos años muchas guerras de cifras. Antes de que Amaiur reconquistara el Velódromo, la última vez en la que un partido se atrevió a convocar a sus seguidores en ese recinto había sido el 14 de noviembre de 2004. Batasuna lo llenó en «un acto ilegal, de una formación ilegal y con un portavoz ilegal», como ironizó un tal Arnaldo Otegi. La propuesta lanzada por la izquierda abertzale en aquel mitin puso las bases públicas para el proceso negociador 2005-2007. Mañana, en un acto con un carácter más festivo, también se espera que Otegi firme una intervención de profundidad, tras haber pasado los últimos seis años y medio en cárceles del Estado español. Aquel 14 de noviembre intervinieron también otros dos históricos dirigentes de la izquierda abertzale, que protagonizaron en primera persona el tiempo de los grandes actos en el Velódromo. Fueron Jon Idigoras, ya enfermo –murió seis meses después–, e Itziar Aizpurua. Dos oradores con garra que tantas veces habían levantado a miles de personas en aquel mismo escenario. Un lugar con su propio «espíritu» El Velódromo tuvo incluso su propio «espíritu». Se conoció como «Espíritu de Anoeta» a la promesa que Felipe González hizo allí en la campaña para las estatales de 1982, proponiendo que los partidos vascos se pusieran de acuerdo sobre sus demandas y asegurando que el Gobierno español apoyaría ese consenso. Días después, Felipe González llegó a La Moncloa y aquel espíritu se desvaneció igual que la promesa de Zapatero en Barcelona de apoyar la reforma estatutaria que aprobara el Parlament. Poco a poco, Herri Batasuna se quedó como la única fuerza política capaz de afrontar el reto del Velódromo. Allí acudió no sólo en campañas electorales, sino también en otros momentos de reafirmación política y demostración de fuerza. Con gente sentada hasta en las pistas –entonces estas cosas eran posibles, como conducir sin la obligación de ponerse el cinturón de seguridad–, Anoeta fue testigo de momentos muy intensos de la actividad política de la izquierda abertzale. Los escenarios fueron evolucionando: de los primeros, con poco más que un tablado, hasta los más sofisticados con pantallas gigantes. Muchos recordarán las intervenciones de Francisco Letamendia Ortzi, de Miguel Castells, de los mencionados Jon Idigoras e Itziar Aizpurua, de Periko Solabarria, de Iñaki Esnaola, de Txomin Ziluaga, de Txema Montero, de Santi Brouard... En el Velódromo reapareció públicamente un 19 de mayo de 1991 el diputado exiliado Ángel Alcalde, sobre el que pesaba una orden de busca y captura, y que había sustituido a Josu Muguruza, muerto a tiros el 20 de noviembre de 1989 en un atentado en el hotel Alcalá. Alcalde llegó, habló y se fue. Y el ministro de Interior, José Luis Corcuera, tuvo luego que dar muchas explicaciones de por qué no lo habían podido detener. Como nunca detuvieron tampoco a otros protagonistas que en aquellos finales de los 70 y durante los 80 siempre aparecían por una u otra esquina. Era un momento intuido y esperado, que cuando llegaba provocaba un griterío atronador de apoyo. Unas veces colocaban una pancarta; en otras ocasiones, incluso una grabación. Luego desaparecían, se esfumaban. Y, por su puesto, los más veteranos escuchan hablar del Velódromo y a su memoria les viene la imagen de Telesforo Monzón, enardeciendo corazones independentistas con su verbo, saludando a la multitud con su inseparable makila en alto. Otro dirigente carismático, de los que llenan todo el escenario con su presencia y su genio La cita de mañana en el Velódrom» va a volver a ser la muestra de otra forma de entender la política –que cada cual defina si es vieja o nueva (esa obsesión de estos tiempos confusos) o simplemente diferente y propia–, en la que todavía hay pasión y conciencia de lucha. Nadie, ni los partidos más tradicionales ni los surgidos en la era de internet se atreven con un reto de masas de estas características. Todos los focos estarán puestos en la figura de Arnaldo Otegi y en su intervención. Se analizarán al detalle sus palabras, lo dicho y lo callado. Pero un discurso se puede dar en cualquier parte. Lo que hace diferente el hecho que se haga en el Velódromo es su conexión directa con un sentimiento colectivo, que se adentra en la historia y que pretende proyectarse también hacia el futuro. Lo que diga Arnaldo será importante, pero lo que lo hará especial será la movilización de las bases para llegar al Velódromo desde el último rincón de Euskal Herria.