05 ABR. 2016 GAURKOA Agur eta Ohore, Angelin! Eugenio Etxebeste Arizkuren «Antton» Compañero de Ángel Aldana en la deportación El Primero de Mayo de 1986 fui trasladado desde Santo Domingo a Ecuador manu militari. Tras una breve estancia de cuarentena en el cuartel de la Policía ubicado en las laderas del volcán Pichincha en Quito, me llevaron a la casa donde se encontraban Alfonso Etxegarai y Ángel Aldana. Nunca olvidaré mi primera impresión al entrar y ver postrado en un sillón a Ángel, sudoroso y dolorido, aquejado de un fuerte ataque de gota. Hacía varios días que le había sobrevenido la crisis y los responsables policiales se negaban a facilitarle atención médica. Intuía a dónde nos habían traído, conocido el caso de secuestro y torturas a los que habían sido sometidos ambos compañeros hacía unos meses, pero no llegaba a imaginar el cúmulo de humillaciones y vejaciones que nos quedaban por soportar en aquel estatus de férrea prisión domiciliaria, con guardia permanente de policías dentro de la casa. A pesar de todo, el encuentro fue dichoso, por cuanto nos conocíamos de Iparralde y nos unía la causa de la lucha revolucionaria. Inmediatamente el hirurko hicimos piña solidaria y conseguimos forzar el permiso para que Ángel recibiera ayuda asistencial en un centro médico privado. Pocos meses después se llevaron a Txema a Sao Tomé y nos quedamos Ángel y yo regateando aquel mar tenebroso en que se debatía un Ecuador inestable por los cuatro costados. Era la época de la gran ofensiva contra el movimiento guerrillero Alfaro Vive, ¡Carajo!, del intento del golpe de estado del general Frank Vargas Pazzos, del arresto provisional del presidente de la República León Febres Cordero a cargo de militares del Escuadrón de protección de la Base Aérea de Taura, del terremoto con epicentro en el Volcán Reventador con centenares de muertos. Cada uno de esos acontecimientos tenía consecuencias negativas para nosotros. Recorte de la salida semanal para las compras en el mercado popular, suspensión del vis a vis familiar (concedido por horas) para la familia de Ángel (su compañera Ana y su hijita Garazi), refuerzo de la guardia policial y las cadenas en las ventanas. Todo ello acompañado de insultos, amenazas y un trato al margen de la legalidad y de los derechos, fueran humanos o jurídicos. Porque en definitiva, para ellos, éramos «ogros», puros «terroristas», y se conducían como el Can Cerbero mercenario al servicio del Gobierno de España. Pero, como dignos hijos de nuestra tierra vasca, resistimos todas las incomodidades y penurias, sin que lograran doblegar nuestro espíritu, nuestras convicciones, ni tampoco hacernos perder el humor que nos acompaña en la mochila de trotamundos. Durante los meses que convivimos juntos, nos apañamos con la cocina de camping gas que nos facilitaron, repartiéndonos los turnos de comida, tradicional vasca para Angelin; la cena, estilo caribeño a mi cargo, y el desayuno, bufet libre. La limpieza de la casa, a medias, y la colada, manual por supuesto, cada cual su ropero. La noche del terremoto supimos mantener la serenidad en una situación difícil, sin luz, temblando toda la casa, con las ventanas enrejadas; gracias a que la puerta no se atoró pudimos salir a la calle a trompicones. Los guardias ya se habían largado sin preocuparse de nosotros. Luego trajeron refuerzos por si acaso. Aquella circunstancia nos unió más todavía en la solidaridad y en la supervivencia. Del domingo hicimos un día sagrado, seguramente por reminiscencias católicas o caóticas. De comida, paella contundente con langostino del pacífico, algún postrecillo de pastelería y lo fundamental, sobremesa. Nos sentábamos en una suerte de pasillo que había entre las habitaciones de ambos, donde quedábamos un tanto al margen de los guardias aposentados en la casa, y poníamos la radio conectada a una emisora española de onda corta, para escuchar la marcha de los equipos vascos de fútbol en el campeonato de liga. Pero el truco de esta sentada deportiva estaba en el «orujo de caña», conseguido en un trapicheo en el mercado popular, a escondidillas de los guardias, con cierto recelo de que fuera mezclado con alcohol metílico, cosa que evidentemente no ocurrió. La verdad, hay que confesar que era el único día de la semana que probábamos el alcohol, pues el resto de los días tomábamos una bebida hecha con limones del Caribe, sabrosísimos. Entre gol y gol, fortuna y desventura de nuestros equipos, y chupito a chupito, la lengua se nos iba desatando y de los campos de futbol pasábamos a la política, incluyendo nuestra propia situación de presos, secuestrados, deportados o como quiera que pudiera calificarse aquello que nos tenía enrejados. Por momentos, la imaginación se desbocaba, y nos nacían alas para hallar la forma de salir de la situación de encierro. Fugas estrambóticas de 7.000 kilómetros por tierra-mar o tierra-aire, disfraces e invisibilidades imposibles para escapar del férreo control en que nos tenían, botas de siete leguas para saltar los montes y charcos que nos separaban de nuestra tierra, Euskal Herria. Porque, en definitiva, el objetivo era recuperar y regresar a nuestra identidad, como seres humanos y como sujetos políticos de la causa de la Libertad. Soñábamos en voz alta con la libertad y la imaginación se nos desbordaba en planes de futuro para poder vivirla con nuestras familias, amistades y en un Pueblo Soberano. Angelin era, de los dos, el más «impulsivo», el más fogoso, con su enorme corazón por delante en las propuestas y en los riesgos. Me tocaba hacer de brida y así equilibrábamos los sueños con la cruda realidad. Entonces, continuábamos debatiendo sobre política, sobre las luchas populares, las movilizaciones, las huelgas, las ekintzas. Angelin era una persona burugogorra consecuente, no se dejaba convencer fácilmente de algo, pero cuando lo asumía lo defendía hasta sus últimas consecuencias. Nos separamos cuando me trasladaron en agosto de 1987 a Argelia para incorporarme a las conversaciones políticas entre la Organización ETA y el Gobierno español. Fue una despedida triste y dura porque sabía en qué condiciones se quedaba, pero con la promesa de que trataría de hacer algo para mediar en la situación. Nada más llegar fue uno de los primeros asuntos que traté con las autoridades Argelinas a fin de explorar vías jurídicas y/o políticas para solventar el tema. Meses después el Gobierno español procedió a su traslado a Santo Domingo, curiosamente al mismo departamento (utilizado como piso franco por el DNI) de donde había salido yo rumbo a Ecuador. El asunto de Ángel Aldana posteriormente fue sacado en uno de los encuentros de la mesa de Conversaciones políticas en Argel por el interlocutor español Rafael Vera, como moneda de cambio, para desviar los contenidos políticos de la misma hacia cuestiones de resolución técnica. La interlocución de ETA nos negamos a entrar en lo que considerábamos un regateo de feria, exigiendo el escrupuloso e innegociable respeto de los Derechos Humanos en la persona de Ángel Aldana y su reubicación en un País garante de los mismos. A posteriori, el Gobierno español, de manera unilateral, tomó la decisión de trasladar a Ángel Aldana a Panamá. Por mi parte, las informaciones sobre Angelin se van perdiendo en la distancia, conociendo sus vicisitudes trotamunderas de paso de Panamá a Venezuela y sus problemas de salud, de manera indirecta vía la prensa o su familia. Hoy, al enterarme de la noticia de su fallecimiento, he sentido la necesidad de volver a sentarme, aunque sólo sea virtualmente, en aquel pasillo de la casa de Quito. Recordar los momentos vividos en compadreo, sobre todo los buenos, sobre todo los que soñábamos con ese futuro en libertad. Y recordar también a su compañera Ana y a su hija Garazi, entonces una neskatxu, txikia eta politta, con quien jugaba mientras sus gurasoak «trataban de sus cosas», y que nos convertimos en «novios» de compromiso platónico. Angelin, ten por seguro que vamos a seguir en la senda que fuimos recorriendo juntos y que vamos a continuar en el empeño que nos marcaste. Corazón caliente y cabeza fría hasta la consecución de la Independencia y el Socialismo para Euskal Herria. Agur eta ohore, compañero! ¡Hasta la victoria siempre, compadre! El asunto de Ángel Aldana fue sacado en uno de los encuentros de la mesa de Conversaciones políticas en Argel por el interlocutor español Rafael Vera, como moneda de cambio, para desviar los contenidos políticos de la misma