«Facebook produce una aparente libertad que uniforma las conductas»
Licenciado en Derecho, doctor en Filosofía y diplomado en Derecho Constitucional y Ciencia Política. En la actualidad es profesor titular en la Universidad Austral de Chile. Su último ensayo, «Fraudebook» (editorial Plaza y Valdés), analiza el fenómeno Facebook.
¿En qué consiste el fraude de Facebook?
La resumiría en torno a tres dimensiones. La primera tiene que ver con la afirmación que hace de sí misma la red social como un servicio que es gratis y lo será siempre. El usuario cede su vida íntima y la incorpora a la producción. Es un usuario productor que recibe el servicio a cambio de esa cesión. Por tanto es gratis en cuanto a que no se paga el servicio con dinero o con una cuota, pero en realidad se paga con algo más valioso, tal vez con lo más valioso que tenemos, nuestro tiempo y nuestros afectos. Las otras dos dimensiones fraudulentas tienen que ver con dos elementos clave de Facebook, como son la amistad y la biografía. Se trata de dos caricaturas. Desde un concepto de amistad que merezca la pena ser considerado, todos sabemos que es ridículo que alguien se plantee tener cientos de amigos.
La clave está en que bajo esa idea de amistad se engloban relaciones muy distintas y la mayor parte de ellas ajenas a la amistad. Se trata de relaciones mercantiles, publicitarias, promocionales, muy legítimas, pero muy distintas del concepto de amistad. Otro tanto cabe decir de la biografía. Una biografía supone una identidad dilatada en el tiempo, que es el que permite discriminar los acontecimientos que la jalonan.
Lo que Facebook ofrece bajo ese nombre son ocurrencias indiscriminadas, en muchos casos irrelevantes, y siempre bajo el imperativo de cierto exhibicionismo narcisista. Y no tanto porque el usuario sea lo uno o lo otro, sino porque la estructura de Facebook fomenta esa tendencia. Y lo peor es que el dispositivo objetiva eso y te lo devuelve como tu propia biografía y tu propia identidad.
¿Dónde radica el secreto de su éxito?
El cruce entre lo afectivo y lo publicitario es lo que distingue a Facebook de las otras redes. Esa es la clave de su éxito. La publicidad ha accedido a una dimensión que hasta ahora había quedado a salvo. Ya no hablamos ni siquiera del ocio y de su apropiación por el capitalismo, que venía siendo denunciada durante la segunda mitad del siglo XX, sino de lo más íntimo de las personas, de sus relaciones de amistad y familiares, de cualquier momento de la vida del usuario. Es una mina para el anunciante, la última frontera que quedaba por atravesar. Solo gracias a ese cruce y al potencial publicitario que ofrece se ha producido el crecimiento espectacular que ha tenido en apenas algo más de una década y que la ha convertido en la primera red social.
¿Es Facebook el sueño cumplido del totalitarismo?
Hay un sentido en que efectivamente es así, puesto que en ese “todo” del totalitarismo está incluida ya esa última dimensión a la que denominamos “lo afectivo”. Ya no queda nada a lo que no se acceda por parte de la maquinaria capitalista. Porque la novedad que incorpora Facebook es la producción de la subjetividad, la homogeneización de la vida de cerca de dos mil millones de usuarios, independientemente de sus diferencias de cualquier clase. Lo esencial es que no se trata de un totalitarismo represivo, sino más bien productor de libertad, o para ser más precisos, productor de esa aparente libertad que sin embargo uniforma las conductas como no lo había hecho antes ninguna ideología, ni siquiera ninguna religión.