Tres mujeres
Una. Al alba del 6 de julio de 1953 la encontraron tirada en la calle, inconsciente. Una portorriqueña en el laberinto de Nueva York, enredada en el laberinto de la existencia. Alcohólica. Murió en el hospital y fue enterrada sin identificar en una tumba anónima. Localizada meses después por sus amigos, su cadáver fue trasladado a Puerto Rico. Era la gran poeta Julia de Burgos. Había escrito: «Morir conmigo misma abandonada y sola, / en la más densa roca de una isla desierta». O ese poema que se dedicó ya en el título a sí misma, y que comienza: «Y las gentes murmuran que yo soy tu enemiga / porque dicen que en verso doy al mundo tu yo». Dos. Diez días después de morir, su cuerpo fue encontrado en la bañera de su casa. O el alcohol acabó finalmente con ella o tal vez optó por la vía rápida. La poeta Eunice Odio había nacido en Costa Rica, pero luego fue guatemalteca, y luego mexicana. Había renegado pronto del comunismo soviético y del castrista, lo que la aisló. En “Declinaciones del monólogo” escribe: «Estoy sola, / muy sola, / entre mi cintura y mi vestido, / sola entre mi voz entera. / Pero ahora que no me llame nadie, / que no quepo en la voz de nadie, / porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez, / a la raíz complacida de mi sombra». Y escribió también “Nube y cielo mayor”, un poemazo dedicado a los milicianos de la guerra española. Y tres. La poeta Alaíde Foppa nació en Barcelona por casualidad. Luego Argentina, Italia y su país, Guatemala. Exiliada en México da clases en la UNAM y funda con Elena Poniatowska la primera revista feminista semanal mexicana; y fue muy activa en la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión. En un viaje a Guatemala en 1950 para visitar a su madre, fue secuestrada por los militares, torturada y asesinada. Su cuerpo nunca apareció.