02 SET. 2016 IKUSMIRA Margallo en Tamorlán Beñat Zaldua Periodista Han pasado la friolera de 610 años desde que el diplomático castellano Ruy González de Clavijo publicara ‘Embajada a Tamorlán’, la crónica del viaje realizado entre 1403 y 1406 a la corte del emperador Timur en Samarkanda, la actual Uzbekistán. Emprendió el viaje al corazón del imperio que controlaba gran parte de Asia por orden del rey Enrique III de Castilla, con tan mala fortuna que, para cuando llegaron, el emperador estaba ya en las últimas. Salieron por patas y acabaron salvando el pellejo gracias a agentes del Gran Turco, contra el que Castilla, precisamente, quería hacer la pinza junto a Timur. Ay la diplomacia castellana... Seis siglos después, un domingo cualquiera de agosto nos encontramos a un ministro de exteriores cualquiera, de nombre José Manuel García-Margallo, echando pestes sobre el estado de derecho en Venezuela. Una dictadura encubierta que hasta permite que el presidente electo pueda ser tumbado en un referéndum. Fíjense qué cosas. Hablamos de un ministro en disfunciones que ha dejado para la galería frases improbables como el de una Catalunya independiente que «vagaría por el espacio», expulsada de Europa «por los siglos de los siglos» (amén), o el «Gibraltar, español», espetado a un diputado británico. «La Constitución española tiene dos artículos, el resto es literatura», ha llegado a decir esta muestra bípeda de que es mentira aquello de que el nacionalismo se cura viajando. Definitivamente, la diplomacia castellana va a peor. Hace seis siglos, el fracaso de González de Clavijo dio por lo menos a la lengua castellana su primer libro de viajes. El legado de Margallo apenas dará para una antología barata.