En el horizonte, Raúl Arévalo
Después de un arranque fulgurante, Venecia pisa ligeramente el pedal de freno y ve cómo la carrera por el León de Oro sufre un ligero bajón de tensión. Si el tropiezo de ayer de Wim Wenders entraba dentro de lo previsible, lo de hoy con Tom Ford sí que ha sido un auténtico chasco. Tras sorprender a propios y extraños con “Un hombre soltero”, su ópera prima, el gurú del mundo de la moda volvía al Lido para presentar su segunda aventura cinematográfica: “Nocturnal Animals”.
En esta ocasión, la adaptación va dedicada a la novela “Tres noches”, de Austin Wright, un potente drama a dos bandos en el que la lectura de un misterioso mecanoscrito sirve de catalizador para la explosión emocional. Por desgracia, el potencial ofrecido por el material literario es correspondido con una puesta en escena anémica en lo que a pegada se refiere, y demasiado ensimismada en salidas de tono estéticas que poco o nada aportan al desarrollo de la trama. Tom Ford se empeña en malgastar el talento de su reparto, y se ve incapaz de hilvanar con un mínimo de gracia el conjunto de telas que componen el tejido dramático del relato. Sin solidez y sin apenas inspiración (más allá de algún detalle visual), queda la desilusión de la reválida no superada.
Siguiendo con la Competición Oficial, una breve parada en la aridez de Chile, es decir, en unas tierras dejadas de la mano de Dios. Por ahí deambula un joven profeta que está convencido de tener comunicación directa con el Altísimo. Christopher Murray debuta en solitario en el largo de ficción con “El Cristo ciego”, especie de crónica sobre la vida, obra y milagros de un supuesto mesías, pasado todo esto por el filtro del realismo no mágico, sino más bien religioso... y avivado por un abanico rico en referencias teológicas y cinéfilas. Pinta bien, pero a la práctica, la joven promesa, llevada por un ritmo plomizo y un tono disperso en la narración, es incapaz de obrar el milagro de convertir la curiosidad que despierta su propuesta en verdadero interés.
Por último, el plato fuerte de la jornada, que lo encontramos en Orizzonti. Ahí está la única película española este año en Venecia; ahí damos, también, con lo prometido por dicha sección: nuevo talento. “Tarde para la ira” es el debut en la dirección de Raúl Arévalo, y confirmación, de paso, de uno de los mayores valores con los que ahora mismo cuenta dicha cinematografía. Desde su impresionante plano secuencia de apertura, el ahora realizador va dando constantes señales de un pulso y un coraje que se materializan, a la postre, en una de las películas de género más contundentes que haya dado este cine en años. A pesar de algunos desajustes en el guion, la pantalla nos deleita con una ración de furia sobrada de punch y altamente impactante, tanto en la realización como en el montaje. Con un prematuro tour de force a través de los bajos fondos del país y de la propia condición humana. En otras palabras, con una nueva razón para dejarse conquistar por el nuevo thriller castizo.