Películas en serie
El mejor cine se hace ahora para la televisión». Es una sentencia tan repetida que antes que creérnosla (y ojo, que es bastante cierta), puede despertar desconfianza. La causa es aquel mantra del infame Goebbels, concerniendo a las mentiras; la consecuencia, una de ellas, nos la hemos encontrado a primera hora de la mañana. Hoy el Festival de Venecia ha amanecido con los dos primeros episodios de “The Young Pope”, ambiciosa serie para la pequeña pantalla, concebida por el gran Paolo Sorrentino, mesías para unos; vende-humos para otros.
Y ya que de religión hablamos, nos vamos al corazón de la Iglesia Católica. El Vaticano acaba de elegir a su nuevo Sumo Pontífice, y este no es otro que Jude Law, quien para la ocasión se pone en la piel del ficticio Pío XIII, un joven y ambicioso Papa ultra-conservador, que bien podría ser la reencarnación de Maquiavelo. En la pompa de la Curia romana, el director napolitano se siente como pez en el agua, y pone su virtuosa puesta en escena (y su afiladísima escritura) al servicio de una desternillante sátira político-religiosa en la que todas las piezas funcionan a un nivel muy cercano a la perfección, y que bien podría ser el nuevo objeto de culto para los adoradores de monolitos tales como “House of Cards” o “Juego de tronos”.
Hablando de George R. R. Martin, con “Brimstone”, de Martin Koolhoven, nos detenemos en una imagen familiar: Kit Harrington (AKA Jon Snow) entrando en casa de Carice van Houten (AKA Melisandre de Asshai). No estamos en el universo de “hielo y fuego”, sino en uno aún más loco. Ante nosotros, dos horas y media de western a la holandesa, en las que se vuelve a invertir el sentido entre causa y consecuencia, seguramente porque ambas caras (por así llamarlas) sean exactamente la misma. El director reincide en uno de sus temas favoritos: la pérdida de la inocencia. Lo hace apoyándose en un músculo productivo imponente, y explotando hasta las últimas consecuencias la idea de un mito desmitificador, sucio y violento sobre la creación estadounidense, en una película desconcertante (en el mal, pero sobre todo en el buen sentido), que cuando más desastrosa parece, más genial se pone en realidad.
Y ya que de iluminados va el asunto, terminamos con François Ozon. “Frantz”, su nueva película, está basada en una obra de Maurice Rostand, la cual ya diera el salto a la gran pantalla en el año 1932. En aquella ocasión, quien dirigía era Ernst Lubitsch, y el film se titulaba “Remordimiento”. Este mismo sentimiento es el que impulsa, al principio, una historia sobre el dolor de las heridas abiertas. El tema es tan universal, y Ozon lo trata de forma tan entendedora, que poco importa que la acción suceda poco después de la Primera Guerra Mundial. La Marsellesa suena, ahora y antes, como el canto más herido de todos; la reconciliación se nos presenta como la mentira más bella y dolorosa, y el cine, de un clasicismo híper-moderno, nos recuerda que sigue habiendo grandeza más allá de la televisión.