De cazadores y cazados
En una isla desolada, un despojo humano deambula cual alma en pena. Su única preocupación: encontrar algo que pueda meterse en el estómago. Su cuerpo, al borde del colapso, le ha convertido en un animal. En uno famélico, que no entiende de moral o ética alguna.
La escena podría estar protagonizada por cualquier periodista instalado en el Festival de Venecia, o por los personajes de las películas de otra jornada con sabor agridulce. En el parte de malas noticias tenemos “The Bad Batch”, segundo largometraje de Ana Lily Amirpour, quien ya sorprendiera hará dos años con la cinta de vampiros iraníes “Una chica vuelve a casa sola de noche”. En 2016 vuelve con más material de impacto: el protagonismo lo pide ahora una panda de caníbales texanos. Y Keanu Reeves. Y Jim Carrey. Y... así, hasta perdernos en la inmensidad del desierto.
Ahí mismo se queda Amirpour. Si lo de su ópera prima fue amor a primera vista, lo de ahora es pura decepción, y esto que sobre el papel, todo está en orden. El escenario propicia una metáfora social potente y la contención y contundencia con la que se echa mano del cine de género alimentan el interés por la propuesta... Hasta que nos damos, una y otra vez, contra el muro de una narración cansina en su reiteración y anémica en su falta de punch. A la directora, tan preocupada por las formas y la estética del empaque, se le olvida el fundamento cinematográfico: saber contar con encanto una historia.
Mucho más certero está Stéphane Brizé, en “Une vie”. La premisa es simple; mantenerla a lo largo de dos horas no lo es nada. Pues va y lo hace. Habemus tour de force detrás de las cámaras. La pantalla se olvida del formato panorámico y la cámara de dar respiro a la protagonista de la obra, una hija de familia burguesa de principios del s.XIX.
Brizé plantea y sostiene un ejercicio de intimismo histórico no sólo modélico, sino también brillante. En la técnica y en la sobria pero desgarradora sensibilidad con la que doma un relato cuyo gusto –exquisito– por la elipsis, para nada afecta su carácter fluvial. El título no engañaba: ante nosotros, la esencia misma de una vida entera. Capturada y embalsamada como sólo podía hacer el mejor cazador.
Por último, fuera de la competición encontramos la última genialidad de Ulrich Seidl. “Safari” saca las neuras de la estupenda “En el sótano” y las lleva de caza.
Como en el citado documental, en este la comicidad de la excentricidad degenera en el terror de una realidad mucho más extendida de lo que cuentan las apariencias. Podrían ser las aventuras africanas de una panda de pijos, pero es mucho más. Una escalofriante crónica sobre el neo-colonialismo; una clase magistral de zoología en la que la auténtica fauna habla, piensa y dispara. El más grotesco de los safaris, en el que Seidl, tirando de inteligencia en el encuadre y en el montaje, se descubre como el auténtico rey de la selva. Y el cazador cazado.