Vida (y algo de muerte) en Venecia
Al principio, como es sabido, no había nada... hasta que de repente, llegó todo. En un abrir y cerrar de ojos, la oscuridad se convirtió en luz, y esta en todo lo que ahora nos rodea. El cómo, el por qué y ya puestos, el quién detrás de dicho fenómeno siguen estando sujetos a la interpretación del consumidor. Unos lo atribuyen a un gran estallido; otros a la divina providencia, pero todos hablan de lo mismo. Por mucho que las opiniones se alejen, estas suelen converger con los temas más universales.
Y ante nosotros, el universo, tal y como fue concebido. Unos segundos antes, no había nada. La pantalla estaba en blanco, hasta que se encendió el proyector y se iluminó todo. Seguimos en Venecia, en la presentación de “Voyage of Time: Life's Journey”, nueva película de Terrence Malick, en la que el maestro sigue incidiendo en temas tan inmensos como el mismísimo cosmos. La chispa que prende la mecha no podía ser otra que el milagro de la creación, atribuido en esta ocasión a una Madre Naturaleza erigida en único personaje del documental. Malick logra que la poesía y la espectacularidad se encuentren en una sinfonía visual tan alucinada como alucinante; tan absorbente como emocionante. Tan bella, que no queda sino rendirse a su pureza; a su amor hacia todo lo que se mueve, crece, evoluciona, respira... Hacia todo lo que vive, como de hecho vive, ahora sí, el propio cine.
Pero como estamos en Venecia, tarde o temprano tiene que aparece la muerte. A esta la representan dos autores en estado de gracia: Pablo Larraín y Sergei Loznitsa. El primero llega al festival con “Jackie”, película en la que la protagonista es Jacqueline Kennedy (interpretada por una Natalie Portman que vuelve a oler a Óscar). El director chileno sigue ennobleciendo el arte del biopic, tanto en las formas, cuidadas al milímetro, como en un mensaje tan rico en capas que no podemos dejarnos engañar por las apariencias. El film cede a las circunstancias y se pone de luto, sí, solo que en este duelo confluye lo íntimo y lo histórico... Hasta que la filmación actual se solapa a la perfección con el material de archivo. Suena trascendente y lo es, porque de hecho, el tema central no es otro que el de la propia trascendencia. Larraín lo entiende, lo aborda y lo borda.
En cuanto a Loznitsa, fuera de la Competición nos topamos con “Austerlitz”, documental construido a través de largas tomas fijas. La apuesta formal responde a la voluntad de hacer respirar el escenario y de paso, que hagan lo propio los sujetos que pululan por él. Estamos en un memorial del Holocausto, y nos acompañan hordas interminables de turistas. Ellos y sus atuendos domingueros, y sus palos-selfie... y su más feliz y absoluta despreocupación. Tan verídico que pone los pelos de punta. El horror convertido en parque de atracciones; en escaparate de la indiferencia de unos tiempos ciertamente muertos. No se podía exponer mejor.