Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

El enemigo en casa

En Berlín sucede con el cine alemán, en Cannes con el francés y en Venecia, obviamente, con el italiano. Es una de las muchas reglas no-escritas de estos festivales: el cine local pincha en su propia plaza. Será por ese sentimiento tan europeo de culpa. Como si celebrar uno de los mejores certámenes del mundo fuera una dicha tan descomunal que fuera imposible ser digno de ella. Como si por esto tuviera uno que auto-fustigarse, para restablecer así el equilibrio cósmico. En fin, que estamos como una cabra y que el cine italiano, como decíamos, no levanta cabeza. Lo de este año en la Competición Oficial de Venecia está siendo histórico. Por desastroso; por salvaje.

La Sala Darsena ha vuelto a cerrar sesión entre abucheos, insultos y blasfemias. A estas alturas de la historia, estamos muy quemados, vale, pero es que la película proyectada realmente merecía este trato. “Questi giorni”, lo nuevo de Giuseppe Piccioni, repite el error de Roan Johnson: coger un referente ya gastado... y adaptarlo de mala manera. En este caso, el pecado original lo encontramos en “Crossroads: hasta el final”, célebre film protagonizado por Britney Spears. Así está el nivel, sí.

Ahora, el road trip corre a cargo de cuatro amigas adolescentes que parecen surgidas del subconsciente de Federico Moccia. El grupillo prepara las maletas y pone rumbo a Belgrado... y al más desesperante de los desconciertos. Con “Questi giorni”, Piccioni firma un postulado catedralicio sobre nihilismo cinematográfico. La película parece renunciar a todas las bases sobre las que se fundamenta el séptimo arte. No por rebeldía juvenil, sino por torpe puerilidad. Así, el noventa por ciento de los planos, diálogos y situaciones no cuentan nada. No llenan; rellenan. Y agotan, sobre todo. Tiempo, espacio y esfuerzo. El resto es ocupado por cacareos, graznidos, berreos y albóndigas (como suena). Por esto, y por las mencionadas maldiciones de la crítica. Éxito total, ya lo ven.

Y por si los ánimos nos estaban lo suficientemente caldeados, va y entra en escena un pirómano. Andrei Konchalovsky, quien tiene en su haber una de las carreras más locas de la historia del cine, vuelve a Venecia con “Paradise”, film quintaesencialmente ruso en la ocultación de su naturaleza demencial, bajo una capa de sobriedad que, para variar, descoloca. El director de hitos como “Tango & Cash” y “El Cascanueces 3D” ofrece ahora un drama híper-contextualizado en el horror nazi de finales de la Segunda Guerra Mundial.

La historia se construye a través de tres testigos de tres bandos distintos, todos ellos suspendidos en una especie de limbo fílmico donde convive el digital con el celuloide; lo moderno con lo clásico... lo inspirado con lo patoso. Así de irregular. Tanto, que es imposible despegarse de la pantalla. Para bien o para mal (no está claro el qué), Konchalovsky reivindica de nuevo su sello. El de un cine siempre en el filo de la excelencia y del siniestro total o, para emplear la jerga al uso, del infierno y del paraíso.