Oda al exceso
Llegados al final de la 73ª edición del Festival de Venecia, los pronósticos para su Palmarés siguen estando tan abiertos como después del primer día. Ahora mismo, solo hay una favorita clara: la magnífica “La La Land”, de Damien Chazelle. A partir de ahí, se puede especular con Ozon, Larraín o incluso con Villeneuve... Con cualquiera que creamos que se adapta más a los gustos del presidente del jurado, Sam Mendes. Lo dicho: a saber...
Mientras, el balance de daños se explica con dos datos: diez jornadas de actividad y más de cincuenta películas vistas. Los números asustan, sí. La Mostra, como las demás celebraciones de este estilo, es por definición excesiva, y como tal, fundamenta parte de su identidad en la desmesura y el empache. Es por esto que no debería chocar el que dos autores tan pasados de rosca como Lav Diaz y Emir Kusturica hayan sido este año los encargados de clausurar la Competición por el León de Oro. Por partes.
Para empezar, el filipino, el plato de más difícil digestión. No solo por la duración mastodóntica de su último trabajo, sino más bien por los pocos argumentos que ofrece éste durante su visionado. Si en Berlín Lav Diaz nos subyugó durante ocho horas, en Venecia pretendía hacer lo mismo con la mitad de tiempo. Con “The Woman Who Left”, nos quedamos en “solo” cuatro horas. En ellas, la cámara adquiere posado contemplativo para seguir los pasos de una ex convicta que tras ser encarcelada injustamente durante 30 años, planea vengarse de su ex-marido, principal artífice de su detención.
Lav Diaz sigue tirando de contención en las formas fílmicas y de potencia en la historia contada. El objetivo se mantiene: que la pantalla rebose poso humano. En este sentido, misión cumplida... quizás demasiado bien. Sin haber superado la primera hora de metraje, la propuesta ya se antoja saturada. El supuesto ejercicio de género se convierte en un recorrido por la insondable miseria humana. En inmisericorde bucle infinito. A cada minuto que pasa, nos alejamos del mejor Lav Diaz, y nos acercamos más y más al peor Brillante Mendoza. A su regodeo en las más infectas bajezas sociales; a su exceso trágico.
Para rebajar la carga de amargura, nos reencontramos con Emir Kusturica, quien con “On the Milky Road” sigue dando pinceladas de su mejor cine... mientras nos recuerda que hay gente que nos cae mejor cuando la vemos a pequeñas dosis. Como era de esperar, el exceso vuelve a imponerse. De música, de bebida, de disparos... como en las mejores bodas gitanas, vaya. El cineasta serbio se alía con Monica Bellucci para firmar una fábula romántica anti-belicista en la que, ante todo, se impone el gusto por saltar por los aires. Cada escena de su nuevo film emana sudor, alcohol y sangre, y así va avanzando la historia: a borbotón limpio. La inspiración se confirma de paso como arma de doble filo. Más aún cuando ésta se gestiona con tan poco control. Como siempre con Kusturica. Y con Venecia. El exceso es parte del encanto... y causa principal del agotamiento.