Fermin Munarriz
KANPAINA

De lo sagrado y de lo profano

Presuponemos que los electores someten a examen lo hecho por quien culmina una legislatura y lo prometido por quien aspira a comenzar otra. Hechos y palabras, un equilibrio viscoso en el que el aire barre del lado del ventilador. Y Urkullu, en tanto que lehendakari saliente, debería responder, particularmente, por lo que hizo y por lo que dejó de hacer.

Ante tan incómodo dilema, el ahora candidato ha optado por el verbo, que es menos quisquilloso y más maleable. Además, lo ha hecho a lo grande, con solemnidad: «Comprometo mi palabra, que es lo más sagrado que tengo», ha dicho como garantía de haber cumplido el programa de 2012. Jaungoikua eta Legi zaharra! Nunca habíamos visto la palabra de Dios tan cerca de las urnas, ni tan lejos la verdad.

Como los descreídos no tenemos divinidades a las que agarrarnos con fe, intentamos cobijarnos en algo más humano como la memoria, porque las palabras no se las lleva el viento, solo las cambia de sitio; así que todavía siguen ahí, en hemerotecas y archivos digitales.

Tres fueron los grandes compromisos con que Urkullu ganó las elecciones de 2012: reactivación económica y plan de choque por el empleo, activar una política de paz y convivencia desde el Parlamento, y –el más impactante– un nuevo estatus político, con broche de oro incluido: «refrendo popular» en 2015.

Del primero, a la vista está que no se ha desmarcado del rebufo del Estado, del segundo se recuerdan la oportunidad y el tiempo perdidos, y en el tercero hicieron falta solo cinco meses para que Urkullu convirtiera su propuesta electoral en programa de gobierno y el vigoroso refrendo se quedara en tierno «contraste» y desapareciera hasta la fecha. Voló, voló, el refrendo voló, y la fecha en el sueño de los justos quedó...

La palabra pertenece a medias a quien la dice y a quien la escucha; por eso es tan delicado apelar a lo sagrado. Y no solo porque hasta el Altísimo en una de esas va y te pide cuentas, sino porque en su vertiente profana es equivalente a «irrenunciable». Como lo oyes. Una especie de «palabra de vasco».

Es lo que tienen las campañas; líderes y expertos de comunicación saben que la memoria del votante es frágil y pueden colar matutes inverosímiles en los discursos sin que el candidato pestañee y el público siga entregado sin saber bien a qué. Pasó en la reggetona U-Fest peneuvista del pasado fin de semana en Bilbo. Mientras Ortuzar anunciaba en una dirección que «el mejor Urkullu está por llegar», los asistentes coreaban en otra «independentzia, independentzia»...