Tres olas que no chocan, se siguen
En la confluencia entre la Ola Ibarretxe de 2001 (145.000 votos), la Ola Otegi de 2011 (125.000) y la Ola Iglesias de 2015 (165.000) se juega gran parte del resultado del domingo. Pero no son tres sacudidas independientes, más bien se continúan. Y ahora con complicación extra: a lo causal ahora se suma lo casual.
La volatilidad es el signo de estos tiempos políticos. Las encuestas dicen que una de cada cuatro personas no decidirá su voto hasta el final de campaña o incluso el mismo 25S. Se acabaron, si existieron, las fases en que cada sector político conocía bien su suelo y su techo. Cierto es que existen algunos movimientos de fondo paulatinos y sostenidos, a modo de placas tectónicas, caso de la tendencia a la irrelevancia de los dos grandes partidos españoles, pero son ya más frecuentes las grandes sacudidas temporales, olas que se levantan muy altas y a menudo caen a la misma velocidad.
Veamos tres en las últimas dos décadas, con datos en la mano. Cronológicamente la primera es la que podríamos llamar Ola Ibarretxe: él lideraba en 2001 la coalición PNV-EA, dos partidos que en las autonómicas anteriores de 1998 por separado habían cosechado 459.000 votos y que en el cambio de milenio saltaron a una cifra récord en la CAV: 604.222. Cuatro años después, también juntos y con el mismo candidato, la ola había vuelto al punto inicial casi exacto: 468.000.
La segunda es la Ola Bildu (si se prefiere Ola Otegi por seguir con referencia personal, aunque para entonces el auspiciador de esa revolución estuviera ya castigado entre rejas). Su resultado aún sería superado meses después por Amaiur en las estatales, pero el auténtico despunte se produjo en las forales y municipales de mayo de 2011, con la suma en los tres herrialdes de casi 275.000 votos. Estando en medio la ilegalización, la referencia anterior más clara para medir el subidón sería EHAK en las autonómicas de 2005, cuando obtuvo 150.000. La ola también ha cedido cinco años después; aunque los comicios no resulten equiparables, EH Bildu apenas sumó 152.000 apoyos en las últimas estatales de junio.
La más reciente es la Ola Podemos. Aunque más ajustado a la realidad es llamarla Ola Iglesias si se repara en que creció en la CAV de los 148.000 votos de las forales de mayo de 2015 a los 317.000 en las estatales de diciembre del mismo año, cuando Pablo le puso cara y voz. El domingo se verá si se mantiene o también empieza el declive.
Tenemos pues una Ola Ibarretxe de 145.000 votos, una Ola Otegi de 125.000 y una Ola Iglesias de 165.000. Pero no quiere decir que transporten en su seno a 435.000 votantes que se mueven al vaivén de la fuerza del agua, sin resistirse, porque no sería difícil encontrar a decenas de miles de ellos que en 2001 votaron Ibarretxe, en 2011 Bildu y en 2015 Podemos.
Y es que esas tres olas no son fenómenos independientes. Más que chocar en un esquema de acción-reacción, se suceden unas a otras. Con todos los matices que se quiera, fruto del momento concreto (post-Lizarra, post-Aiete, post–estallido de la crisis), en su epicentro hallamos fuerzas comunes, como el deseo de cambio político, de democratización y de resolución del conflicto, aceleradas por la percepción de que en ese momento concreto esa era la papeleta concreta más útil para lograrlo.
Los votantes que vienen y van, por tanto, seguro no son 435.000 y quizás estén más cerca de 200.000 ó 300.000. Muchos, en cualquier caso. Decisivos para definir el cuadro final.
El análisis queda incompleto sin un último factor: el mundo ha enloquecido por la vía tecnológica y la política no es un espacio blindado a ello, sino especialmente expuesto. La volatilidad se multiplica con la superficialidad, la viralidad, la casualidad (que no causalidad)... Los tres grandes movimientos descritos tenían en su génesis una causa política potente, que era la que desencadenaba el fenómeno electoral: primero fue la expectativa de nuevo estatus levantada por Ibarretxe sobre lo sembrado en Lizarra-Garazi, luego el cambio estratégico de la izquierda abertzale que empezaba a cerrar décadas de conflicto violento y más tarde la urgencia de un rescate social tras el desolador panorama con la crisis.
Ahora, en cambio, las sacudidas vienen más de la superficie que del fondo, son impredecibles y duran días, cuando no horas. En la casualidad encaja, por ejemplo, que el impresentable Alfonso Alonso arreglara parte de la campaña de su rival Elkarrekin Podemos, que tenía todas las alarmas encendidas en torno a Pili Zabala. O que antes la propia Zabala torpedeara la línea de flotación de su partido enseñando su casa en Zarautz. O, aunque en este caso la premeditación parece evidente, que el vídeo del PSE sobre el euskara se convirtiera en fenómeno viral. O que el puñetazo de un menor en Pontevedra empezara a cambiar a mejor la imagen general de Rajoy... Atentos a la pantalla.