Cuando se agotan los adjetivos
Nueva Zelanda gana el Championship pasando como un rodillo por encima de Australia, Sudáfrica y Argentina.
«Mejor imposible». Como la película por la que sus dos protagonistas, Jack Nicholson y Helen Hunt, se llevaron el Oscar en 1998. Así se define la trayectoria de los All Blacks en el Rugby Championship que finalizó el pasado sábado.
Números que ilustran la dictadura de los de negro. Seis partidos y seis victorias, todas con bonus ofensivo. 30 puntos. Pleno. Ensayos anotados, 38, ocho más que la suma de los marcados por sus rivales. Ensayos encajados, 5. Promedio de puntos por partido, 43,6 a favor y 14 en contra. Todo esto ante tres semifinalistas del último Mundial.
Hay más. Han igualado, con 17, el récord de victorias consecutivas. Y no tiene pinta de que se vayan a detener aquí, porque pueden mejorar la marca ante su público el próximo día 22, en un nuevo choque contra Australia en Auckland.
Si había algún debate sobre cómo les sentaría el proceso de regeneración post mundialista, los de Steve Hansen lo han zanjado de cuajo. Que Ma'a Nonu y Conrad Smith se van a Europa, entran Crotty, Fekitoa o Lienert-Brown en los centros. Que se lesiona Milner Skudder y Julian Savea está “en baja forma”, pues pongo a Dagg y tengo a Naholo en la recámara. Y así todo.
El heredero de Dan Carter
Hablando de cerrar debates, el del heredero de Dan Carter en el puesto de apertura no ha durado ni dos asaltos. Partía con ventaja Aaron Cruden, pero Beauden Barret le ha adelantado a tal velocidad que le ha arrancado hasta las pegatinas.
Dicen que el primero, visto el panorama, podría emigrar al Montpellier francés. Y es que Barret es tan bueno que ni siquiera le penalizan sus mejorables prestaciones en el pateo a palos. Menos clara está la pugna por hacerse con el 7 de Richie McCaw, al que aspiran Cane, Ardie Savea y algún otro.
El secreto de Nueva Zelanda radica en un sistema piramidal cuya cúspide son los All Blacks. Desde la base, todo está enfocado a la adquisición de destrezas individuales y colectivas, y los mejores van superando escalones. El tamaño o la fuerza son importantes, sí, pero supeditados a la calidad.
De tal forma que uno se topa con un talonador como Dane Coles, que no solo completa sus tareas propias, sino que es capaz de pegarse a la cal para galopar disfrazado de ala y cederla a un compañero cuando cae tras un placaje. La continuidad entre generaciones, la continuidad como idea de juego. Non stop.
Nadie aguanta a los de negro más allá de los 60 minutos, cuando empiezan a flaquear las fuerzas y ellos incrementan el ritmo, ayudados por un fondo de armario sin casi diferencias entre titulares y suplentes. Y por detrás empujan jóvenes como Damien McKenzie, revelación del último Super Rugby como zaguero de los Chiefs y que a sus 21 años ya se ha estrenado con media hora ante Argentina.
El único nubarrón ha sido el affaire de Aaron Smith, pillado mientras practicaba sexo con una mujer en los baños del aeropuerto, en pleno viaje del equipo. Nueva Zelanda tiene a los All Blacks como sus embajadores, y estos se toman muy en serio este papel dentro y fuera del campo. Hasta el primer ministro hizo declaraciones. El medio melé no ha jugado los dos últimos partidos y queda por ver qué decide Steve Hansen en el futuro.
Sin alternativas a la vista
Por detrás el abismo. Sobre el papel Australia salva la cara, con tres victorias y tres derrotas, mientras que Sudáfrica ha sido incapaz de ganar lejos de su cancha y termina con cuatro derrotas. Los duelos entre ambos han sido lo peor del torneo.
El Rugby Championship y la plata mundialista de 2015 fueron un oasis, quizás un espejismo, para los aussies. Su pobre rendimiento tampoco puede tildarse de sorpresa, viendo lo ofrecido por sus franquicias en el último Super Rugby.
No son pocos los que focalizan el problema en la falta de materia prima de calidad. De hecho, la Federación relajó las condiciones para poder convocar a los “emigrados” a Europa, pero el retorno de gente como Genia o Giteau no ha supuesto una mejoría.
El pasado junio Inglaterra se impuso en los tres test matchs programados en territorio australiano. Ahora, en la ventana de noviembre, los de amarillo rendirán visita a los cinco grandes del Viejo Continente. Veremos.
En Sudáfrica llueven los palos a la Federación, al seleccionador, a los jugadores… El revolcón que les dieron los All Blacks en Durban el pasado sábado (15-57) ha sido la puntilla para un combinado cuyo objetivo es siempre pelear por lo más alto y donde lo que más necesitan es lo que no tienen: tiempo y paciencia.
El modelo de los Lions
Tras el Mundial, Allister Coetzee tomó el relevo de Heyneke Meyer con el encargo de dinamizar el juego de los Sprinboks y no ceñirse al clásico estilo basado en la presión de la delantera. La excelente campaña de los Lions de Johannesburgo, con su ritmo endiablado, parecía marcar el camino, aunque Coetzee ya advirtió de que no iba a voltear como un calcetín lo ya existente.
Pero la bisagra formada por el 9 Faf De Klerk y el 10 Elton Jantjies no ha dado el mismo rendimiento que en su franquicia y Sudáfrica ha terminado encomendándose a las patadas del veterano apertura Morné Steyn.
Argentina ha cerrado la tabla, con una sola victoria. La que era Cenicienta ya habla de tú a tú con dos de sus rivales, y practica un juego más atractivo que ellos. Le falta remachar los partidos. En Sudáfrica dejó escapar en los diez últimos minutos un triunfo que tenía en el bolsillo y en los dos choques ante Australia se suicidó con un arranque nefasto en Perth –caía 21-0 en el minuto 11– y con sus múltiples regalos en la última jornada.
Sus mejores prestaciones han venido en las dos derrotas frente a Nueva Zelanda, cuando no existía tanta presión por el resultado. La primera temporada que ha combinado Jaguares en Super Rugby y Pumas en Championship ha pesado en los jugadores, y el banquillo albiceleste no es tan profundo. Pero el tiempo corre a favor de una Federación que está trabajando muy bien. En el capítulo individual ha destacado el tercera línea Facundo Isa, un dechado de potencia a sus 23 años.