Romaine: «El 90% de lenguas están fuera de la escuela»
No hay un desarrollo sostenible posible si el sistema no garantiza las lenguas minorizadas. Suzanne Romaine abrió en Donostia el Foro Europeo de la Diversidad Lingüística lanzando ideas tan evidentes como necesarias. Falta actuar. Y ha de ser ya.
Las lenguas minorizadas, aquellas a las que los sistemas salvajes, las políticas actuales y las mentes colonizadoras han ido apartando poco a poco, por ignorancia, incluso arrogancia o por resultar incómodas, son uno de los elementos clave en el complejo engranaje del desarrollo a nivel local, pero sobre todo a escala mundial. Así lo entiende y defiende la profesora de la Universidad de Oxford Suzanne Romaine, experta en temas que ligan la sostenibilidad con la diversidad lingüística y que ayer expuso en una magistral ponencia con datos para la reflexión, sin duda.
Ahí van unos cuantos que nos servirán de ayuda para dibujar el panorama actual: el 90% de las lenguas del mundo están fuera del sistema escolar. La Educación es ciega a decenas y decenas de idiomas en los que la gente habla, ama, vive. En los lugares en los que hay mayor diversidad lingüística el 72% de las niñas y niños no están escolarizados, y solo el 64% de los menores romaníes tienen acceso a la escuela, frente al 96% de escolares no romaníes que viven en las mismas zonas, en pleno corazón de Europa. Eso está sucediendo hoy.
El mundo está «en una encrucijada», en su opinión. Tiene sobre la mesa una nueva agenda de educación, la llamada Educación 2030, que forma parte de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. La profesora Romaine los llamó «los 17 goles para transformar el mundo», señalando la importancia de que se reconozca «el papel central de la diversidad lingüística dentro del debate sobre pobreza, equidad y sostenibilidad». Es un enfoque nuevo, revolucionario, pero necesario por los resultados y oportunidades que brindaría.
El programa Educación para Todos (EPT), acordado en el Foro Mundial sobre la Educación celebrado en Senegal en 2000 expiró el pasado año. Se marcaron seis objetivos, pero muchos no se han cumplido y decenas de las promesas han quedado en el camino, como rebajar los niveles de pobreza. Entre África y Asia hay 263 millones de menores sin escolarizar. «Los cambios son más necesarios que nunca –manifestó–, porque de otra forma las minorías lingüísticas seguirán estando en los sectores pobres. Y no basta con renovar, por muy bien financiadas que estén las políticas». Según afirmó, «los más pobres de los más pobres» hablan la mayoría de estas lenguas, y si no se les tiene en cuenta será imposible su desarrollo, la posibilidad de crecimiento. Y eso estanca el desarrollo justo y equitativo al que aludió de forma constante.
Sentido común
Y para que las niñas y niños de países pobres tengan un porvenir, sean libres y pensadores la educación ha de contar con todos ellos. Eso pasa de forma inequívoca por hacerlo en su propio idioma, ese en el que hablan en sus hogares. «¿No es lógico pensar que se les debería hablar en la lengua que mejor entienden?», reflexionó. Efectivamente, «sentido común es lo que hace falta», sentenció. «Los programas en lengua materna –agregó– pueden generar lectores competentes, obteniendo mejores resultados. Si dejamos de lado a estos niños, en ese infradesarrollo, lo que estamos generando es una gran desigualdad». Sus datos corroboran que las desigualdades son mayores en los países que emplean las lenguas colonizadoras.
Las desigualdades de las que hablamos afectan de forma especial a niñas y mujeres, que al mismo tiempo sufren discriminación por razón de sexo, una cuestión sangrante a la que hay que hincarle el diente sin más demoras.
Porque por muchos millones que se inviertan, si no se invierten de forma inteligente, el dinero sigue escapándose por el desagüe. Y ojo, porque lo que sale realmente caro es el analfabetismo que los propios países generan. Parafraseándola, basta de narcisismo gubernamental.