Nos vemos el viernes, Sr. obispo
Buenos días, Monseñor. Espero que al recibir estas líneas se encuentre Vd. bien. Me alegraría. Me dicen lenguas amigas que tiene un buen dormir. También esto me alegra.
Me cuentan, además que es grande su paciencia y buen humor ante dificultades, críticas y lenguas viperinas. Enhorabuena, señor. Pero me dicen, también, que a Vd., a pesar de gustarle todo lo bueno, no le gusta nuestro carbón de Navidad. ¿Por qué?
Mire Vuecencia, el carbón es bueno para mí, para mi vecino y para cualquiera que huye del frío... ¿Por qué, monseñor, no le gusta nuestro carbón?
Mancha, sí, claro, por supuesto, sin duda, aunque hay carbones y carbones... El nuestro, el que le llevaremos a domicilio este viernes día 30 a las 5.30 de la tarde, no tendría por qué mancharle, ni disgustarle, ni enfadarle, ni quitarle el sueño, ni hacerle perder la paciencia y la paz. Le aseguro que es un carbón limpio, carbón puro, sin mezclas, carbón-carbón, el más caro de los carbones, carbón neto, carbón de negrura inmaculada, carbón, se lo juro, honesto.
No se vaya, Monseñor, esa tarde del día 30 hasta su humilde choza en Huarte Araquil... Reciba nuestro obsequio con su sonrisa paternal habitual, pía, eclesiástica, fervorosa, devota, piadosa...
Y luego, piense, medite, sincérese consigo mismo. A lo mejor llega un día en el que ya no le traigamos ese regalo negro, que tanto simboliza estos días, porque, ojalá, Vd. se haya convertido en amigo nuestro. Y todos los bienes arteramente registrados a su nombre, habrán vuelto a manos de los pueblos, sus antiguos y únicos propietarios.
En sus manos está, Monseñor.