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Igoumenitsa: «¿Y qué hicisteis entonces?»


Yqué hicisteis entonces? Esta es la pregunta a la que se han enfrentado, en boca de sus nietas o nietos, las personas que convivieron con el nazismo en Alemania. Ante tamaña injusticia, ante tamaña barbaridad... ¿qué hicisteis? Esta es la pregunta, que más allá de las circunstancias personales, avergüenza a Alemania año a año, década a década.

Salvando las distancias, y sabiendo que cada situación es diferente, seguramente será esta la pregunta que nos hagan los y las jóvenes dentro de unos años, ante cifras tan sonrojantes y apabullantes. ¿Qué hacíais sabiendo que en el año 2016 murieron en el Mediterráneo unas 5.000 personas intentando sortear las leyes migratorias? ¿Qué recibimiento hacíais a quienes huían de la pobreza, de la guerra y de la injusticia? Estas son las preguntas que ya nos avergüenzan.

A pesar de que gran parte de la sociedad, tanto en Navarra como en el Estado español, ha manifestado estar en desacuerdo con el trato sufrido por las personas migrantes y estar a favor de ampliar el número de personas acogidas; a pesar de que diversas instituciones y ayuntamientos han mostrado su disposición a acoger a un número importante de refugiados y refugiadas, la realidad es que Europa sigue siendo un gran muro contra el que se estrellan, muchas veces perdiendo la vida, millones de personas. Varios miles de los que han llegado, además, son encerrados en centros de internamiento (CIE en España) por el simple delito de no tener papeles, y millones son retenidos en estados como Turquía o Marruecos con pactos internacionales que los hacinan a las puertas de Europa.

Ante todo esto, la impotencia está generalizada en buena parte de nuestra sociedad, y en gran medida esa impotencia está relacionada con la firmeza de la ley. El rodillo de las leyes migratorias, y la falta de voluntad de los estados para aplicar los protocolos del derecho de asilo, parecen generalizar un estado de desánimo, que es avalado y sostenido por quienes dicen que, a pesar de lo duro de la situación, es necesario respetar la legalidad. Es un viejo argumento: «No estoy de acuerdo, pero no podemos saltarnos las leyes». Es la apología del presente, de la ley injusta, del inmovilismo. Una trampa en el discurso, ya que precisamente son los propios estados quienes incumplen de manera reiterada sus acuerdos en materia de acogida de personas refugiadas. Un ejemplo de esto lo tenemos en Navarra, adonde ha llegado una ínfima parte de las personas que las instituciones se habían comprometido a recibir. En consecuencia, estamos siendo testigos de cómo la Unión Europea convierte en papel mojado la propia declaración universal de los Derechos Humanos.

Ante la resignación social y la hipocresía institucional la acción desobediente de Begoña Huarte y Mikel Zuloaga, intentando ayudar a 8 personas refugiadas a salir de Grecia, supone un soplo de aire fresco. Un decir, por la vía de los hechos, que es posible implicarse directamente para aliviar la situación de las personas refugiadas, aún a costa de saltarse la legalidad. Una digna respuesta, también por la vía de los hechos, a la pregunta con la iniciábamos el artículo. Lo han hecho, además, siguiendo los pasos clásicos de la desobediencia civil. Esto es, desobedeciendo las leyes de manera abierta y no violenta, y asumiendo públicamente las consecuencias de su acción. Dejando incluso grabado un mensaje en el que explican a la sociedad sus motivos.

De este modo, la desobediencia se convierte en una respuesta valida y necesaria ante el asesinato legal de miles de personas en el Mediterráneo, ante una política exterior europea que exporta guerra y miseria, ante unas leyes migratorias que están construyendo un nuevo apartheid europeo, y ante una resignación que no soluciona nada y será motivo de vergüenza en un futuro próximo. Una vez más, la desobediencia a las leyes injustas no sólo es una necesidad, sino también un motivo de esperanza. ¡Muchas gracias, Bego y Mikel!