Irati Jimenez
Escritora
JO PUNTUA

Orgullo loco

Reinventar la salud mental. Es lo que propone una asociación chilena que en marzo celebrará un día del «orgullo loco». Dicen que quieren acabar con el estigma en torno a las enfermedades mentales para, a renglón seguido, proponer que a nadie se le diagnostique una enfermedad mental. Al fin y al cabo, ¿quién no está un poco loco? Pues eso, decidimos que la normalidad no existe y nos reivindicamos majaretas, pero felices.

O sea, otro ejemplo de cómo apropiarte de una lucha legítima –urge hablar de salud mental–, disfrazarla con manifestaciones y abalorios que suenan a izquierda –se nos cuela todo, qué desgracia– y hacerla pasar por política –no lo es–, con un discurso torticero que no respeta las genealogías –al revés, ofende las luchas LGTB– y que, como diría una amiga, convierte un trauma en una teoría.

¿El peligro? Que lo que no suma, resta. Y en salud mental eso es particularmente grave porque pocas cosas nos lastran tanto como sociedad como relegar la locura a la otredad. Así, queda expulsada de ti, que me estás leyendo y que quizá vives con ataques de pánico o un cuadro de ansiedad, para achacársela a otros, que existen en algún lugar, más allá de los límites de tu realidad.

Claro que estamos locos. Neuróticos somos todos, como me dijo alguien que había pasado por dos brotes psicóticos y luchaba por la divulgación en este ámbito. Pero la solución no pasa por hacer que no importa, sino por aceptar que hay que ponerle remedio porque importa. Importa muchísimo, de hecho.

Vivimos en una sociedad en la que el suicidio marca tasas récord, España es líder mundial en consumo de ansiolíticos y el mismísimo presidente de los Estados Unidos muestra síntomas de trastorno de personalidad. Estamos agresivos, desajustados, heridos. Y ahora, justo cuando el neoliberalismo nos arrebata nuestros derechos sanitarios, ¿vamos a reclamar que no necesitamos más sino menos salud mental?

Seamos sinceros: no estamos orgullosos de estar locos. Estamos locos y locas de orgullo.