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JO PUNTUA

De viejos neolenguajes


La cuestión –empezamos por la síntesis– es no agarrar el toro por los cuernos y no mencionar la bicha: la lucha de clases. Mencionarla provoca urticaria sobre todo en partidos que dicen ser –o les dicen– «antisistema» cuando, como diría T. Adorno «obedecen al sistema con las formas de la rebelión», esto es, aparentar lo que no se es. No hablo del stablishment, asignatura «maría» para los «anticasta» que ya son casta, y se retroalimentan entre ellos con numeritos circenses en el hemiciclo para vivir «de la política», que decía el sociólogo burgués Max Weber (1864-1920). Un Weber que hablaba –aparte de la aparición de la «burocracia» (Schumpeter lo llamaba la «clerecía»)– del partido (político) transformado «en empresa» que tiene como objetivo, escribía, el control sobre la distribución de cargos (como quien reparte «cromos» ha dicho Errejón en un alarde de vergüenza torera: la alcaldía para ti, la secretaría para mí, etc.). El partido se convierte en «una empresa de interesados». Lo vemos todos los días: corruptelas, chaqueterismo, puertas giratorias etc.

Las masas, la «gente», no existen salvo para dos cosas: como fuente de aprovisionamiento de elementos con algún talento y ambiciosos, esto es, desclasados (Patxi López, por ejemplo), y para ser objeto de violencias y engaños por parte de las minorías dirigentes –y organizadas frente a la desorganización del pueblo y persecución de sus vanguardias conscientes bajo el capitalismo–, que dijera el padre de la teoría elitista: Gaetano Mosca (1858-1941), o su discípulo Ortega y Gasset a la española manera. Y es que ahora,en esta casquería de jerga veteroneoparlabarata, lo (pen)último en el mercado de las ideologías es hablar de las «élites», como si nuestros destinos fueran teledirigidos por un oscuro Club Bilderberg. Por ejemplo. Y no de oligarquía financiera, de fascismo, de lucha de clases, de sinvergüenzas, de cloacas, de «fondo de reptiles», de hijos de puta et alli. Igual seguimos con esta vaina.