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JO PUNTUA

Del tiempo y su relatividad


Bastantes años atrás, en la época de estudiante, mi casero, un baserritarra oficiante de albañil y hombre de certeras palabras, nos visitaba a mes vencido para el cobro del alquiler. La cita era concertada por teléfono y siempre igual de concisa «si os va bien me pasaré al atardecer». Al atardecer, repetíamos un tanto perplejos intentando averiguar a qué hora se daba un fenómeno temporal tan cambiante.

Muchos más años antes el que suscribe pasó una temporada, en Mahón, capital de la pequeña de las Baleares, donde hizo relación con alguna de sus gentes. La primera cita con los nuevos conocidos extrañome sobremanera. A mi demanda espacio/temporal de dónde y cuándo quedamos, la respuesta: ≤«en el American Bar entre las cinco y las siete»; ¿entre las cinco y las siete? Inquirí aparentando entre normalidad y no acabar de haber entendido bien la cosa de la temporalidad. «Sí, sí, entre cinco y siete» se reafirmaron.

Llegué a las cinco y diez. No quise evidenciar ansiedad por ver a una de las personas nuevas conocidas. Fueron llegando a partir de las seis. Platicamos hasta entrada la noche y al despedirnos volvimos citarnos para el día siguiente en la misma terraza del American Bar entre las cinco y las siete. Esta vez llegué a las seis y parecía que llevaban un buen rato. Sólo yo sentí la incomodidad de haberme perdido algo. Tardé semanas en comprender que la hora del encuentro pactado era, exactamente, entre las cinco y las siete. La visión de Cronos (el tiempo) devorando a sus hijos, al igual que le pasaba al baserritarra de Areso, no formaba parte de su mitología. El «atardecer» y «entre cinco y siete» son medidas temporales tan exactas como las de los relojes digitales, amén de más humanas y amables. Inservibles para una ekintza pero facilitadoras de un mayor conocimiento del continuo espacio-temporal en el que vivimos.

Definitivamente debemos apropiarnos del tiempo. Hacerlo nuestro.

Nos va la vida.