23 MAY. 2017 CRÍTICA «No sé decir adiós» El dolor ante el espejo Koldo LANDALUZE Los últimos meses estamos asistiendo al estreno de un buen número de producciones rodadas por jóvenes autores del Estado español que debutan tras la cámara apostando por proyectos de muy diverso género pero coincidentes en una cuestión fundamental, cada uno de ellos incluye la impronta de su autor. A este listado se suma un Lino Escalera que en su tarjeta de presentación cuenta con la excelente acogida que cosechó en el Festival de Málaga. El título de este excelente trabajo es ya de por sí toda una declaración de principios, ya que refleja las inquietudes íntimas que albergó en sus entrañas el propio cineasta cuando, siendo más joven, anidó un miedo constante en torno a la posible pérdida de su padre. Este miedo a perder un ser querido adquiere una nueva dimensión en esta plasmación en imágenes que ha contado con el refuerzo de un guion que incluye la firma del versatil Pablo Remón. Más allá de ser un estudio íntimo y afilado en torno a la muerte, lo que Escalera ha plasmado en la gran pantalla es un metódico estudio de conductas y emociones en torno a esas personas que, sin saberlo, ya están muertas en vida. Buen ejemplo de ello es el dinamitador papel que interpreta Nathalie Poza, una empresaria acribillada por la vida y cocainómana que recibirá una llamada que alterará su mecánica cotidiana, su padre está a punto de fallecer debido a un cáncer. Esta noticia obligará al personaje encarnado por Poza ha regresar a Almería, a su casa familiar, para reencontrarse con un moribundo pero, sobre todo, con su propio reflejo. El puntilloso guion prioriza la importancia de los silencios, tiempos sin palabras pero gobernados por ese tipo de dolor profundo que vale más que mil palabras. Otro elemento sumamente importante y que ha sido determinante en el conjunto, es la excelente labor interpretativa que brinda un reparto sustentado en tres pilares, la ya mencionada Nathalie Poza, Juan Diego y Lola Dueñas.