Marichuy y la dignidad que no cabe en las urnas
María de Jesús Patricio Martínez nació en la comunidad de Tuxpan, en el estado mexicano de Jalisco, el 23 de diciembre de 1963 y ha dedicado buena parte de su vida a ayudar a los más desfavorecidos a través de la medicina tradicional nahua. Marichuy, como se la conoce, también ha luchado incesantemente contra el machismo y por la autonomía de las comunidades indígenas. Desde el domingo es la persona escogida por el Congreso Nacional Indígena, con respaldo del EZLN, para encabezar una candidatura independiente en las presidenciales de 2018.
Los mismos impulsores han subrayado por activa y por pasiva que no es una candidatura que busca el poder. Por eso mismo, resultaría absurdo limitarse a medir la magnitud de este paso en base a parámetros estrictamente electorales o en los resultados que obtendrá. La dignidad rebelde y las aspiraciones transformadoras no caben en las urnas.
A la espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos, hay que poner en valor la decisión de impulsar una candidatura que sirva para dar voz a ese México diverso y rico (aun siendo pobre), con demasiada frecuencia olvidado, silenciado, maltratado y expoliado, y que además lo haga desde una perspectiva abiertamente anticapitalista.
Muchas de las reacciones a la decisión de postular a una mujer indígena han tenido claros tintes machistas y racistas, lo cual la hace, si cabe, más necesaria. Aunque solo sea por la indigestión que ha provocado en algunos y algunas acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo, bienvenida sea esta candidatura.