Amor entre el cólico nefrítico, el bostezo y la incredulidad
Y ahí estábamos, una vez más. En el Festival de Cine de Cannes, cuya organización lo había vuelto a hacer. Con toda la alevosía del mundo, el comité de selección había vuelto a dejar entrar una película francesa en la Competición por la Palma de Oro... por el mero hecho de, eso, ser francesa.
La película en cuestión (titulada aquí “El sueño de Gabrielle”, en lo que supone otro spoiler sideral anotado por el equipo de nuestros traductores), tenía la dudosa virtud de convertir el cine en pura anemia... y de contagiarla al incauto que estuviera mirando. Nicole Garcia tomó como referencia una novela de Milena Agus para levantar el más rancio de los monumentos, dedicado este a la vacuidad. Al final de la proyección, la gente desfilaba aplatanada, chafada, casi deprimida. No por el drama narrado, sino por la absoluta carencia de argumentos ofrecida por la cinta. Es como si la Garcia jugara a ser correcta en todo, es decir, a no destacar en nada.
La historia se construye básicamente a partir de un romance a tres bandos. En un principio, este triángulo amoroso protagonizado por Marion Cotillard, Louis Garrel y Àlex Brendemühl podría pasar por un naftalinoso intento de resucitar el melodrama clasicón cinematográfico, pero demasiado pronto se descubre como lo que realmente es: Un disparate, con tintes proustianos, sobre la amargura de no poder conquistar la plenitud existencial. Por el camino, Cotillard siente un dolor por encima del tope marcado por el cólico nefrítico, Garrel parece morirse del aburrimiento (en un claro guiño a las sensaciones experimentadas por el espectador) y Brendemühl se lo mira todo con cara de pasmarote (ídem). La combinación es tan letal como suena. Incluso más. Es un sopor solo interrumpido por un último giro argumental tan delirante como involuntariamente cómico. Broche dorado que sería realmente gracioso... si consiguiera salir de la tónica desangelada marcada por el conjunto.