02 JUL. 2017 KOLABORAZIOA En serio, ¿hablamos de alcohol? Raquel González Eransus Socióloga No es fácil encarar un debate sobre el consumo de alcohol y más cuando se entrecruzan salud y economía. Lo intentaré, a riesgo de no incorporar todas las variables de análisis que ocupan los espacios socio-sanitarios, y desde una reflexión personal inacabada. Es cierto que no todo el mundo bebe y que el no consumo es también una opción personal y social que cada vez más personas eligen. Sin embargo, hoy en día la gran mayoría consume alcohol, «lo normal». No es mi intención sermonear y hacer campaña acerca de los límites y recomendaciones que desde distintos organismos sanitarios difundimos, tan solo incorporar al debate, más allá de la cantidad o la calidad de lo que bebemos, algunas preguntas y elementos para el análisis. ¿Por qué hemos normalizado el consumo de alcohol? ¿Cómo y cuando hemos llegado a la conclusión de que nuestro consumo es «lo normal»? ¿Qué consecuencias implican para la sociedad, para nuestros jóvenes, para una población que tiene una alta esperanza de vida y en la que aumenta el peso de enfermedades no transmisibles y evitables? A pesar de que contamos con suficiente evidencia científica en la que se asocia el consumo de alcohol con más de 60 enfermedades o que reduce años de vida, bebemos alcohol, obviando o minimizando el impacto que podrá tener sobre nuestra salud, pero también obviando el impacto que sobre otros, «bebedores pasivos», tiene (accidentes de tráfico, agresiones verbales, físicas o sexuales, etc.) Como sociedad hemos aceptado el riesgo, y hasta hay un cierto gusto por el mismo. Probablemente a nuestra rutina le falte un poco de «chispa» o adrenalina, pero lograr más momentos de disfrute o gozosos, no solo es una cuestión de recursos u ofertas de ocio y culturales, sino también de una actitud social y política ante la vida de cada persona. Me pregunto por el modelo de comunidad, y de ciudad, que queremos construir, ofrecer, o dejar como legado a la generaciones presentes y futuras que no teniendo la capacidad legal para acceder al alcohol tienen un modelo que invita a su consumo. Podemos hacer una apuesta por la gastronomía, que favorezca el impulso de nuestra huerta y podemos también poner en valor nuestros caldos, pero ¿es necesario que pongamos en relación en nuestras ofertas culturales, con tanta facilidad, ocio, gastronomía, diversión y alcohol? Lo hacemos porque es «lo que funciona», es «lo normal», es «lo bien visto» ¿Sí? ¿En qué otras opciones hemos pensado? ¿Qué elementos hemos tenido en cuenta para elegir y mantener nuestra elección? Me pregunto por el modelo de comunidad, y de ciudad, que queremos construir, ofrecer, o dejar como legado a la generaciones presentes y futuras que no teniendo la capacidad legal para acceder al alcohol tienen un modelo que invita a su consumo