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CRÍTICA «Los últimos años del artista: Afterimage»

En la trinchera del artista


En su última película, Andrzej Wajda puso su epílogo a una larga carrera creativa que en su conjunto se asoma como una completa e intensa radiografía de Polonia. Cronista de un país convulso y un tanto errante en su intento por autodefinirse, el autor de obras como “El hombre de mármol” confirma en su filme póstumo el cansancio que lastraba a la hora de concretar en imágenes un discurso excesivamente encorsetado y preocupado en cargar sobre el sistema soviético buena parte de los males que padecía su país. En su obsesión, Wadja se reitera en una perspectiva muy parcial que lastra por completo las buenas intenciones que se intuyen en el engranaje dramático.

Buen ejemplo de lo expuesto fue su anterior trabajo, el documental “Walesa, la esperanza de un pueblo”, en el que daba muestras de una desorientación evidente a la hora de perfilar una personalidad tan discutible como la del fundador del sindicato Solidaridad. En “Los últimos años del artista: Afterimage” elude un poco esta farragosidad amparándose en la figura de un artista, lo cual siempre otorga a la historia un plus de complicidad ya que se vuelve a escenificar el constante duelo entre el discurso político hermético e intransigente y el intelectual que no conoce ni puertas ni ventanas cerradas.

En su acercamiento al pintor y teórico Wladislaw Strzeminski, deja en un segundo plano al protagonista y concreta su interés en la declaración de intenciones del propio artista atrincherado en sus convicciones creativas. Abanderando un discurso vanguardista, Strzeminski fue fijado por el objetivo inquisitorial comunista y acabó siendo aplastado por una maquinaria que lo trituró artística y emocionalmente. Austero y excesivamente calmado en su ritmo, el filme reivindica la figura del martir desde una perspectiva un tanto desfasada. Destaca su eficacia dramática y, sobre todo, su gran valor testimonial.