30 JUL. 2017 EDITORIALA Una energía emancipadora apabullante, creativa, crítica y que debe proyectarse a futuro Última actualización: 30 JUL. 2017 - 00:33h EDITORIALA La edición número veinte de Hatortxu, a falta de que concluya el acto por la liberación de los presos políticos que tendrá lugar hoy en Lakuntza y de un balance más pausado, ha mostrado muchas de las facetas por las que el movimiento revolucionario vasco llegó a ser referencia en Europa. Los objetivos políticos declarados, que tienen un amplio respaldo social y que son parte de la agenda política del país; la conjugación de ese leitmotiv político con la cultura y la creación artística vasca –siendo capaces además de vincular al sector, en este caso de la música–; una calidad profesional basada paradójicamente en un voluntariado espartano e intergeneracional; y la capacidad para conectar con amplios sectores de la sociedad y proyectar esa fuerza comunitaria, entre otros elementos, son ingredientes de una fórmula que ofrece resultados espectaculares. Hatortxu no deja de ser un festival de música, pero es uno bueno y es también algo más, algo muy diferente dentro de esa especie. Para empezar, porque si bien los festivales como tal dan visos de agotamiento desde hace tiempo y conllevan riesgos importantes que hay que contemplar, las nuevas generaciones exigen nuevas formas de politización, y ahí Hatortxu ofrece una vía interesante y que trasciende. Destaca la juventud de los participantes, un segmento que todo proyecto liberador debe ser capaz de vincular y articular. La experiencia y las lecciones de este evento dejan un poso sociopolítico que debe ser analizado y capitalizado. Empezando por la causa del mismo, la lucha por los derechos de los presos y presas vascas, por la nueva fase que en este terreno ha abierto el debate dado por EPPK, que ahora entra en fase de implementación. Frente a opciones ventajistas y a voluntades crueles, la visión de un país sin presos políticos y sin políticas excepcionales y de venganza es una vía ganadora. Esa estrategia requiere de una dinámica sostenida y variada, tanto en formas como en actores, pero también necesita actos, campañas, objetivos a plazos más cortos, iniciativas con principio y final. Tal y como recuerdan permanentemente los organizadores, este es un festival con voluntad de desaparecer, lo más pronto posible, en cuanto se logre el objetivo de llevar el número de presos políticos a cero. El impulso emancipador, comunitario y creativo de esta iniciativa también es muy relevante. Recoge lo mejor de las tradiciones militantes vascas y es capaz de articular esa energía de un modo particular. Activar ese voluntariado, vincular a los artistas, ofrecer ese nivel organizativo, llegar a otros sectores… es un reto bestial hoy en día. No todo es perfecto, evidentemente. El sobreesfuerzo humano, el balance entre costes y resultados, los cambios culturales que afectan a estas iniciativas, algunos desequilibrios estructurales, las dificultades para desarrollar discurso y lograr otros compromisos… incluso pequeños detalles que siempre se pueden mejorar, obligan a tomar un tiempo y reflexionar. Pero, visto con una mínima distancia, Hatortxu XX ha marcado una referencia de la que se deben extraer lecciones y una energía emancipadora que se puede proyectar a futuro. También sirve para experimentar Hatortxu ha ofrecido a GARA la oportunidad de experimentar. Los actos organizados en el NAIZ Gune han ofrecido debates muy interesantes en formatos distintos; la cobertura tanto en papel –con una edición diaria especial para el festival además de la del periódico– como a través de las redes ha permitido probar cosas nuevas; las campañas destinadas a ampliar y consolidar la comunidad nos enseñan qué interesa a diferente gente, qué funciona y qué no, cómo dar mejor servicio y cómo se puede mejorar un medio de comunicación en un sector complicado e inmerso en múltiples crisis. Junto con recuperar lo mejor de las tradiciones de lucha, una de las claves de la nueva fase política que vive Euskal Herria es precisamente la necesidad de experimentar, de transformarse, adaptarse y mejorar. Que un festival de música ofrezca un marco para eso es, de por sí, reseñable.