Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Las mentiras del barquero

Sin mentir, no decir todas las verdades», aconsejaba el jesuita Baltasar Gracián (siglo XVII) en su “El arte de la prudencia”. Y el teólogo dominico Tomás de Aquino (siglo XIII) diferenciaba en su “Summa Theologiae” entre engaño y mentira. Esta última no se podía justificar nunca; y añadía, siguiendo a san Agustín, que en ciertos casos sí cabe enmascarar prudentemente la verdad en favor de un bien superior (Maquiavelo, en el siglo XVI, entendería por ese «bien superior» una suerte de «razón de Estado», o sea, del Príncipe). Para él, «aunque todo el que miente quiere ocultar la verdad, no todo el que oculta la verdad miente». No olvidemos que el Doctor Angélico era un consumado escolástico.

Lo que no es, desde luego, un destrón bríbico (no «bíblico») como Mariano Rajoy quien, en su comparecencia como testigo ante la Audiencia Nacional por la «trama Gürtel», no podía hacer otra cosa sino mentir, cometer perjurio y falso testimonio. Y ello porque solo con que dijera una sola verdad ante una pregunta sencilla, pero comprometedora, pasaría de ser «testigo» –obligado, pues, a decir la verdad bajo juramento– a ser directamente imputado con consecuencias penales. Estaba fatalmente abocado a mentir, y no venialmente, sino mortalmente, como pecado recogido en su catecismo católico. Y no por mor de un patriótico «bien superior», sino por prosaicos intereses espurios como mantener la posición. Y el tingladillo.

Sostengo la desopilante teoría («teoría» significa «visión de lo divino») de que hay una forma infalible de saber cuando miente el presidente español, que consiste en detectar en qué momento su ceja izquierda padece un irrefrenable tic cual reflejo pavloviano incondicionado: ahí está mintiendo nuestro héroe. Otros, núbiles pero hebefrénicos, se ponen colorados; éste no; este, imperturbable, es perro viejo que lo mismo se crece, se viene arriba que se pone ceremonioso.

El vitriólico Mark Twain, del mentiroso, escribía: «dale jabón y una toalla, pero escóndele el espejo» (saludo del siglo XIX al siglo XX).