El tamaño sí importa
Empezó la edición de 2017 de la Mostra de Venecia. La 74ª, ni más ni menos. Un número que llama al vértigo. El ataque de pánico hacia la inmensidad se acentúa, como corresponde, en la primera jornada de certamen. Por delante, doce días maratonianos al final de los cuales, si todo cuadra, debería alcanzarse una cota similar de películas vistas.
Estamos en el Lido, minúscula isla en la inmensidad del mar Adriático. Nosotros, igual: empequeñecidos ante el tsunami fílmico que llega. Eso sí, prohibido acomplejarse, porque va Alexander Payne y nos dice que la solución a todos nuestros problemas pasa, precisamente, por abrazar al ser diminuto que llevamos dentro. El tamaño, no hay duda, sí importa. Más aún cuando parece que las crisis económicas y ecológicas solo vayan a resolverse a través de un aparatoso proceso que va a reducir nuestro cuerpo hasta la infinitésima fracción de sus dimensiones originales.
Este es el punto de partida de “Downsizing”, nuevo film de uno de los mayores gurús del cine indie moderno. Mr. Payne inauguró el 74º Concurso por el León de Oro con una comedia amarga que, a través de sus malabares con las escalas, nos invita a reflexionar sobre la condición humana. Ni más ni menos. Así, lo que empieza como una pirueta a lo Charlie Kaufman, se confirma como un eco moderno de Jack Arnold y su “increíble hombre menguante”.
Alexander Payne reduce sus personajes al tamaño de un hormiga. Literalmente. Una vez ahí abajo, cambia la perspectiva de todo. De los problemas de salud del planeta, del mito del melting pot y, ya puestos, del sueño americano, el cual se descubre como una perversión del espíritu humanista. A nivel teórico, la película es una bomba cuyo estallido arremete de forma inteligente contra los grandes males de nuestros tiempos. Perfecto... si no fuera por la condescendencia con la que Payne trata al producto y, peor aún, a la audiencia. Pudiendo ser revelador, se queda en simpático. “Downsising” se conforma con el golpe de efecto trillado, con las apariciones estelares de mercadillo, con el chiste fácil. Con esa sonrisa, síntoma del chiste efectivo, pero para nada duradero... y delatora de que muy seguramente estemos ante la película más pequeña de este gran autor.
Quien no defraudó fue el maestro Tsai Ming-Liang. “The Deserted”, pieza de una hora de duración, se presentó en la sección que Venecia dedica a la realidad virtual. De momento, el experimento está justificado, merced a una tecnología que se adapta a la autoría, y no al revés. El cineasta asiático, fiel a sus principios, decidió hacernos cómplices de su universo, convirtiéndonos en voyeurs casi activos dentro de una narración que nos obligó a replantearnos la relación entre observador y observado. Ni más ni menos. Una experiencia grande, colosal... que justifica no solo una sección, sino directamente un festival entero.