Monstruos de la Mostra
Definitivamente estamos durmiendo poco. No por el ritmo de películas visionadas (aunque también), sino por esas jugarretas del cerebro cuando nos estiramos sobre la cama. Que si un ruido sospechoso ahí, que si una sombra amenazante allá... Todo en nuestra mente, sí, pero al fin y al cabo tan real como el terror sugestionado.
Rebobinamos para buscar la raíz del problema. Esta la encontramos, cómo no, en la sala de cine; en ese monstruo (en italiano, “mostro”) proyectado por la Mostra. Llegó George Clooney, hijo predilecto de la Serenissima Repubblica, y triunfó. Su nuevo trabajo detrás de las cámaras nos muestra a un chaval en pleno ataque de terrores nocturnos: el sueño en el que vivía se convertirá en pesadilla.
“Suburbicon” nos lleva a una idílica comunidad suburbial de los Estados Unidos de los años 50, a pocos grados de los altercados de Charlottesville del mes pasado. En un vecindario blanco aparecen unas manchas negras, y lo que empieza como un chiste termina en drama. Como la trayectoria del nuevo inquilino del Despacho Oval. Llevado por el don de la oportunidad, Clooney alecciona divirtiendo. Como con los mejores Coen... quienes firman el guion. La compenetración entre dirección y escritura es total, dando como resultado un thriller criminal patoso marca de la casa, cuyas coincidencias demiúrgicas ponen el punto de mira en la avaricia y la intolerancia. En lo más monstruoso: la estupidez humana.
La otra película a Competición fue “Foxtrot”, de Samuel Maoz, vencedor del León de Oro con su anterior (y de hecho, primera) película, la impactante “Lebanon”. El artista volvió a la ciudad de los canales con otra crónica de ese calamitoso drama que es el ejército israelí. En esta ocasión, el foco de atención se pone sobre una familia que recibe la noticia más terrorífica: el hijo primogénito ha muerto en pleno servicio militar.
A partir de ahí, el director se anota un tour de force en la puesta en escena. La película es como una ensoñazón de luto, que más que exponer el desastre israelo-palestiniano, busca el lucimiento en cada encuadre y (des)enfoque. La verdad es que lo consigue, creando así en casi todo su metraje un efecto hipnótico sin lugar a dudas remarcable, pero que en última instancia delata los excesos narcisistas de un autor empeñado en bailar con él mismo.
Para terminar, hicimos parada obligatoria en el Fuera de Concurso. Allí, William Friedkin, ese maestro que tantas horas de sueño nos debe, presentó “The Devil and Father Amorth”, documental dedicado a la figura del padre Gabriele Amorth, quien en vida fuera el mayor experto del Vaticano en posesiones demoníacas. En efecto, de lo que se trata aquí es de cerrar, casi medio siglo después, el círculo de “El exorcista”. Ahora el terror viene de manos de una no-ficción encartonada en un lenguaje que recuerda demasiado al de reportajes televisivos añejos, pero que igualmente se muestra efectiva a la hora de revivir aquella pesadilla. Ahora a través del digital y su supuesto rigor científico, el cual en realidad no es tal, sino más bien una excusa juguetona para, por lo menos, pasar otra noche en vela.