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Un bidegorri de La Concha al Paseo Sarasate


Allá por 2001, María San Gil, entonces portavoz del PP de Donostia calificaba de «cacicada» el famoso carril bici impulsado por Odón Elorza. Los titulares de la prensa local oscilaban entre la cinematografía de suspense con tiburones ("Incertidumbre en La Concha") y el subgénero de las catástrofes ("Caos en el túnel"). Un miembro de Kalapie, la veterana asociación en defensa de la movilidad sostenible donostiarra, declararía años después que «los mismos medios y los mismos partidos que auguraban las siete plagas de Egipto, ahora se suman al éxito obtenido por el carril». Es probable que, en menos de lo que canta un gallo, la recua de «Chimponchi» se sume al carro... y allí les estaremos esperando con los brazos abiertos; eso sí, con unas cuantas pedaladas de ventaja.

La amabilización del Casco Viejo y Ensanche preocupa al vecindario y comerciantes. El enfoque de los medios, centrado principalmente en el coche, no ayuda tampoco: poco sabemos de las miles de usuarias de las villavesas –75% mujeres– que se verán beneficiados por las mejoras pero, ¿qué va a pasar exactamente en el centro de Pamplona? Lo primero que hay que decir es que esto no es una obra «más», como tampoco son unos «simples» cambios en el tráfico. Se trata de la primera aplicación a gran escala de la filosofía 8-80 sobre la trama urbana de nuestra ciudad.

El proyecto ha sido impulsado por las áreas de Seguridad Ciudadana, Movilidad y Urbanismo pero, gracias a la participación activa de la ciudadanía (desde colectivos que trabajan la movilidad a procesos participativos como «Lo Viejo se mueve») a favor de la movilidad sostenible ha evolucionado desde un cambio de circulación –así fue presentado en 2015– hasta convertirse en una intervención integral que ha puesto en el centro la comodidad y la seguridad de peatones, ciclistas y usuarias del transporte público.

En este sentido, hay que destacar la ampliación de aceras como en el Parlamento– y la creación de pasos de cebra de hasta 18 metros de anchura. Eso es dejar claro que la prioridad son los señores y señoras de 80 años que tienen dificultades para cruzar la calle, y no los «pactos por la movilidad» donde abundaban las ruedas de prensa y escaseaban las inversiones. Se crean tres nuevas calles peatonales (Alhóndiga, Vínculo y Bosquecillo) y gana también el autobús. Se acercan las líneas 4, 9 y 12, y se establece la parada en carril, histórica reivindicación de la MCP a la que UPN se había opuesto de manera sistemática, y que mejorará la fluidez del servicio. Mejora también el tránsito ciclista, a través de la ampliación del carril bici de la Avenida de Gipuzkoa, que continuará hasta el Parlamento.

En síntesis, la almendra central de la ciudad se convierte en una zona pacificada y de convivencia, e Iruñea empieza a parecerse un poco a esas ciudades europeas que nos encanta visitar, que priorizan los espacios para habitar y no el desplazamiento acelerado. El reto es ahora extender el modelo al resto de la ciudad y acercar ese futuro cada vez más cercano en el que el coche sea un invitado más.

¿Montarán ruido algunos? Seguro... Y no precisamente los coches, que verán drásticamente reducida su presencia. Son los nostálgicos de la época de los privilegios motorizados, que se niegan a orillar su resentimiento y que, en el fondo, no comparten el consenso social en torno a la movilidad sostenible. ¿Habrá barro? También. UPN y PSN aprovecharán las quejas legítimas– de quienes tengan que cambiar su ruta cotidiana al trabajo, para oponerse con uñas y dientes a este proyecto, y también al eje de Pío XII.

Porque, si alguien se piensa que alterar el reparto del espacio público en favor de las mayorías se hace «por consenso», se equivoca: no existe ningún cambio que merezca la pena –y este la merece– que no pase por la confrontación con quienes quieren mantener sus prebendas. Y no hablamos solo de la apabullante desigualdad del reparto del espacio público en favor del coche. Hablamos también de quién (y de cómo) construye la ciudad. No podemos ignorar que lo que algunos no soportan es lo que esta intervención proclama alto y claro: «señores muñidores históricos de la trama urbana de la ciudad, estimada casta inmobiliaria que ha crecido y crece a la sombra del poder... háganse a un lado, que ustedes ya no van a diseñar más nuestras calles, nuestras plazas y nuestros comunes urbanos». Un cambio histórico.