Arturo Puente
Periodista
JO PUNTUA

Era el referéndum

A lo tonto a lo tonto, Catalunya lleva más de 15 años buscando su encaje jurídico-político, en el sentido más amplio del término. En el año 2003 la nueva mayoría de izquierdas en el Parlament de Catalunya liderada por Pasqual Maragall se puso a cumplir con la promesa electoral que, antes que él, Jordi Pujol también había considerado, comenzando con la redacción de un nuevo Estatut.

14 años después de aquello y cuatro décadas después de la recuperación de la Generalitat, Catalunya tiene convocado un referéndum sobre su independencia para este domingo. Todos los escenarios están abiertos y nadie puede asegurar que los catalanes vayan a votar, en vista de la represión abierta por la que ha apostado el Estado. Ahora bien, el pueblo catalán ha encontrado el camino y el instrumento.

El referéndum del 1-O ha hecho que caigan todas las caretas que la mentalidad del autonomismo había permitido vestir. En las últimas semanas ha podido comprobarse quien estaba decidido a proteger el derecho de voto de los catalanes al precio que fuera, quién aseguraba que un referéndum sin pacto con el Estado no podía tener efectos solo con el objetivo de que no los tuviera o hasta qué punto las estrategias pretendidamente independentistas pero que abominaban de la desobediencia eran simples excusas para mantener el poder.

Y también se ha comprobado una evidencia que rompe incluso con la historiografía. Lo que había detrás del pacto constitucional del 78, aquel que había permitido –decían– la convivencia de los catalanes en el Estado, era simplemente simpático barco de Piolín reventado hasta arriba de Guardias Civiles armados y listos para actuar. Este es un acuerdo que solo puede firmarse con una pistola sobre la mesa: tu renuncias a la autodeterminación, una parte medular de tu libertad, y yo a cambio te garantizo poder ejercer el margen de libertad que te queda.

El 1-O lo tira todo por los aires. Si el referéndum se acaba haciendo se romperá de forma efectiva el chantaje constitucional del 78 en Catalunya. Pero, si finalmente se impide, que la idea del referéndum se haya consolidado ya como el horizonte aspiracional de todo el pueblo catalán, ha dejado ya malherido a todo el viejo constitucionalismo español.