Para ir de lo local a lo universal en el cine a veces hay que dar pasos de gigante
La conexión entre el Zinemaldia donostiarra y las películas producidas por Moriarti está dando unos frutos más que apetecibles, al decantar favorablmente la apertura de nuestro cine al mercado internacional. El triunfo en Donostia de “Handia” con el Premio Especial del Jurado y el Premio Irizar es de campeonato, y viene a confirmar la buena trayectoria marcada paso a paso por “80 egunean” (2010) y “Loreak” (2014), obras maestras que tienen como denominador común el nombre de Jon Garaño. Y esa maestría no nace de la nada, porque al hablar de la preparación de “Handia”, Garaño y Aitor Arregi no tuvieron inconveniente en descubrir las referencias cinéfilas que habían utilizado. Siempre han mencionado a David Lean, pero también al clásico, que curiosamente es el primero que vi en mi infancia y me metió este veneno en el cuerpo, nada menos que el western de John Ford “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962). Luego, la crítica ha coincidido en que la primera parte de su nueva película en el trasfondo telúrico remite al estilo poético de Terrence Malick.
Ya se puede decir sin necesidad de fanfarronear que en un país pequeño como Euskal Herria sabemos hacer películas grandes, y que “Handia” se ha convertido no sólo en una metáfora cultural, sino también industrial, de que para ir de lo local a lo universal a veces hay que dar pasos de gigante.
El trabajo de Javier Agirre como director de fotografía es una de las claves para que en el apartado técnico se haya alcanzado un nivel tan exigente, y para que con un más que modesto presupuesto de dos escasos millones de euros se haya conseguido ambientar un drama de época con semejante grado de profesionalidad. Pero este es al fin y al cabo un oficio de narradores, y la fabulación ha sido el mejor camino posible de los muchos a elegir para inmortalizar al gigante de Altzo.