Irati Jimenez
Escritora
JO PUNTUA

Depresión

No sé cuánta gente estará de acuerdo, porque no deja de ser una teoría psicologista y apenas está basada en hechos cuantificables, pero juraría que el país está en fase depresiva.

No me refiero solo al hundimiento de la economía del bienestar, aunque creo que esta última capitalización del sistema a cargo de las clases populares –lo que los ideólogos neoliberales han llamado «crisis»–, ha tenido mucho que ver en el estado de ánimo actual, tan irascible, tan tendente a la queja, tan falto de ideas brillantes y tan escaso en actitudes ejemplares.

Pero no ha sido solo la economía, aunque no deja de ser elocuente que llamemos depresión tanto a la enfermedad mental como al desastre financiero. Creo que las causas de este cuadro de abatimiento, irritabilidad, incapacidad y ansiedad en la que nos encontramos son más amplias. Tienen que ver con la falta de proyectos colectivizadores que nos ilusionen y con la dificultad de gestionar tanto la estrategia política como el dolor y las heridas que acompañan al fin de un ciclo de violencia armada.

El vasco, con todas sus grandezas, no ha sido un pueblo particularmente hábil en la gestión de la vulnerabilidad y me preocupa que no tengamos demasiadas herramientas para este hundimiento colectivo en el que no solo nos sentimos mal sino que pensamos escasamente y actuamos casi con desidia.

No sé cómo conseguir que la calle deje de estar triste o que nos miremos al espejo sin quedar abatidos. Pero creo que, en política, cualquier acierto pasa ahora mismo por proyectar una imagen de país en la que podamos mirarnos sin sentirnos hundidos. Vascas y vascos necesitamos ponernos en pie, recordar que hemos sido tan tozudos como industriosos, tan obstinados como laboriosos y tan tímidos como amables.

Recuperar todo lo bueno que hemos sabido hacer para lanzarnos a nuestra mejor posibilidad y reforzar así esa vinculación a lo humano que empieza por la patria y que termina siempre con la utopía de un pueblo libre y feliz.