Ni el mar ni el viento, Benevento
Un gol de cabeza de su portero en el 95 da el primer punto al colista italiano y De Gea bate el récord de paradas en la Premier League.
Rafael Alberti escribió una recordada ‘‘Oda a Platko’’, el guardavallas húngaro del Barcelona que emergió ante el tolosarra Cholín en aquella final copera de 1928 en los Campos de Sport del Sardinero, donde fueron necesarios tres partidos para dirimir el título. «Cuando la Real estaba achuchando la portería catalana, su delantero centro Cholín, en una posicion envidiable, avanzó hasta la portería. Cuando el gol parecía inevitable, el guardameta Platko realizó una gran estirada y se arrojó sobre el pie del jugador donostiarra conteniendo así el tiro, pero a cambio de recibir en la cabeza el golpe destinado al balón. La patada fue brutal, Platko quedó conmocionado y tuvieron que retirarle del campo para aplicarle 6 puntos de sutura en la herida ensangrentada», narraba la crónica de aquel encontronazo heórico y gallardo que glosaría el poeta de la Generación del 27: «Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía/ Ni el mar, ni el viento, Platko/ rubio Platko de sangre/ guardameta en el polvo/ pararrayos».
Henry de Montherlant fue un reputado escritor que practicante como era del deporte se fijó en la figura del portero a la hora de poner blanco sobre negro sus pensamientos, imposible de escapar al porte de aquellos quienes, como anotó, viven «enjaulados en el área en una eterna espera». Un «enamorado que espera y espera durante los noventa minutos», contaba, cuyo cometido no es otro que «subsanar, ante todo, las fallas de los otros, parando la pelota que ellos han dejado pasar». Simplemente son ellos, portero, guardameta, guardarredes, arquero, cancerbero, guardián de los tres palos, defensor del arco, cuidapalos, golero, atajador... Seres misteriosos, cuando no raros o locos, solitarios, golpeados en sus ojos cuando el sol de frente raya bajo e inmóviles y calados hasta el tuétano sin más bisera que el larguero de su portería, deseosos de ese abrazo que se brinda al goleador, segundones siempre en los días de gloria.
Alberto Brignoli no tenía hasta ahora quien le escribiera. A sus 26 años, con un currículum por las series menores italianas, cedido esta temporada a un humilde club de la Campania que albergaba antaño brujas y akelarres, era tan solo uno más, o uno menos, del Benevento, ese equipo colista del Calcio que nos ha robado el corazón tras su negativo récord de 14 derrotas consecutivas en sus primeros 14 partidos en la máxima categoría. «Desde el banquillo me dijeron que fuera a rematar. Fui a saltar y cerré los ojos. Me lancé como un portero, no como un delantero centro», acertaba a explicar pletórico este entusiasta aficionado al ciclismo y admirador del ‘Diablo’ Marco Pantani.
Todas las miradas en el fútbol italiano –con permiso del Napoli-Juventus que acabó 0-1 para los bianconeri con gol del ‘Pipa’ Higuaín–, estaban puestas en el debut de Gennaro Gattuso en el banquillo milanista. Necesitados de un triunfo, el marcador reflejaba un 1-2 en el descuento mientras los eternos segundos de prolongación se escurrían entre las manecillas del reloj del colegiado, que señalaba una falta lateral ante al área rossonera.
La «dietrología» italiana
El gran Enric González, que de historias del Calcio sabe un rato, echaría mano de lo que allí llaman ‘dietrología’, que no es otra cosa que «una ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos. En Italia nada es evidente y nada ocurre porque sí. A partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio. Quizá porque se trata de una sociedad dominada por un puñado de familias, quizá porque el interés privado prima sobre el colectivo, quizá porque la estética prima sobre la ética o porque el italiano ama la fantasía y el secreto, éste es un país abundante en claves ocultas y casos nunca resueltos. El calcio es, en este sentido, un reflejo de la vida nacional». Y el resignado campo del Benevento, presto a su 15ª derrota seguida, estaba a punto de inspirar otra de esas tramas conspiranoicas dignas del Banco Ambrosiano o ‘‘Ángeles y demonios’’.
En el minuto 95 de encuentro, el portero local Alberto Brignoli abandona su cárcel, su jaula, su área para sumarse al remate con la misma determinación con la que el propio Benevento ascendió en tan solo dos campañas de Tercera a Primera, conectando en un nada otodoxo testarazo el balón que se alojaría en la red de su homólogo rival. Primer punto a la heórica, digno de la mejor atajada, del mejor mano a mano, de la mejor estirada, del mejor dorsal número ‘1’. Nada menos que 16 años después, un guardameta marcaba gol en la liga italiana, el quinto en la historia del campeonato.
Ositos de peluche al césped
Una jornada en la que el club de las brujas sumó por primera vez este curso, en la que el Napoli no pudo con la Juventus pero sí el Inter mirar de frente al liderato y auparse a él, con un nuevo gol de su estrella Mauro Icardi, y van 16. Los nerazurri sacan ahora un punto a los ‘napoletanos’ y dos a los juventinos, pendientes de un Juve-Inter este sábado que paralizará la Serie A más competida y atractiva desde hacía muchos años. Muchos dicen que el fútbol ha vuelto a Italia para quedarse, ese fútbol del que Arrigo Sacchi decía «es un fútbol con miedo, se ataca con dos y se defiende con diez».
Cita balompédica por todo lo alto en Turín y duelo que puede dilucidar más de medio título en Manchester, donde cruzan destinos –con Paul Pogba sancionado por roja– José Mourinho y Pep Guardiola, United, segundo con 35 puntos, y City, primero con 43. ¡Hola, don Pepito!, ¡Hola don José! Los Red Devils vienen de ganar 1-3 al Arsenal en el mejor partido del curso en la Premier, eso sí, un triunfo meritorio apuntalado en las manoplas de otro al que Rafael Alberti le hubiera dedicado con gusto sus versos. David de Gea, que firmó un récord de paradas en la Premier, 14 en total, seis o siete de ellas muy destacadas, algo que no lograba un portero de las cinco principales ligas europeas desde hacía tres años. ‘Mou’ lo tuvo claro, acababa de ver al «mejor portero del mundo», sobre todo después de que el Arsenal rematara hasta una treintena de veces y perforara la red solo una.
El City, por contra, viene de ganar su segundo partido seguido sobre la bocina, lo que no incomoda a Guardiola, al revés, invita directamente a disfrutar de esos instantes mágicos que ofrece el fútbol, porque dice, al fin y al cabo para eso estamos aquí, para disfrutar de este deporte que nos deleita con un Coutinho estelar en el 1-5 del Liverpool o defrauda con otra derrota de un Tottenham que se desinfla.
Un fútbol en el que también es posible que el PSG de Neymar pierda por primera vez, como sucedió esta jornada 2-1 ante el Estrasburgo, ese club de la preciosa Alsacia, cuyas deudas le empujaron hasta la quinta división francesa y al que solo salvó esa afición entregada que hasta en cuarta categoría llenaba los 40.000 asientos del estadio. Como los seguidores del Charleroi belga, que respondieron en masa en su partido ante el Oostende y lanzaron decenas de ositos de peluche al césped antes del pitido inicial, respondiendo así a una campaña para recabar juguetes destinados a los menores más necesitados, en estas fechas navideñas. Recogieron unos trescientos. El empate fue lo de menos. «El fútbol es efímero. El título es efímero. Lo que vale la pena es la pasión», como dijo el ‘Doctor’ Sócrates, a seis años de su adiós, puño en alto, «ganar o perder, pero siempre con democracia». Va por ti, Benevento...