El fuego
Las imágenes televisivas que se nos proporcionan de los incendios en California tienen formato catástrofe y causan pavor. El fuego siempre es un elemento contradictorio porque es la base de la supervivencia histórica y una manera de vivir, pero también de morir. El fuego es acariciador o devastador sin tener término medio. Nos calienta, transforma los alimentos, da luz, pero a su vez, cuando está descontrolado, cuando se enfrenta a los errores de los humanos en sus afanes mercantiles, se convierte en una tragedia, en una desolación.
Hemos vivido televisivamente los incendios de Chile a principios de enero, los de Portugal en junio y julio, los de Galicia, hace pocos meses, en todos se produce la misma sensación de impotencia, de incapacidad, de reconstruir en nuestro interior vivencias relacionadas con circunstancias parecidas, pero estos que ahora aparecen como parte de una serie de terror de bomberos, alcanzan unas cifras y una extensiones que escapan a la comprensión simple. Se habla de más de doscientos treinta mil evacuados. Esto es una migración forzosa de suma importancia. Se están quemando haciendas, urbanizaciones, casas en las zonas más elegantes, el fuego, en esta ocasión no tiene prejuicios de clase.
Coincidiendo con esta barbaridad actual, se nos ofrece un reportaje sobre los territorios abrasados en Galicia y se nos muestra cómo todavía hay rescoldos vivos enterrados. Unas imágenes que nos dejan sin aliento. ¿Tienen remedio estas acciones que fuerza el ser humano contra su propia casa? El tiempo todo lo arregla, pero ¿lo que estamos alterando globalmente si se puede recuperar cuántos siglos necesitaría? Sería después del auto-exterminio del mayor depredador sobre la faz de la Tierra. Miro al fuego de California y pienso en el poder extinto de las flores marchitas.